Alas en el Pensamiento

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Alas en el Pensamiento

Por: Alikike

Cachín vivía con una paloma en la cabeza.

No recuerda en qué preciso momento ocurrió aquello. Sólo sabe que se dio cuenta una mañana cuando el peine quedó enganchado en el pico del ave.

La paloma era pequeña y el pelo de Cachín enmarañado, por lo que pasaba bastante desapercibida.

En ningún momento pensó en espantarla, él adoraba a los animales. Tenía un perro, dos gatos, un sapo y pocas moscas (culpa del sapo). Durante meses tuvo un lechón, que desapareció para fin de año. En el segundo cajón del escritorio tenía tres culebras (bien escondidas). En una época aseguraba que un rinoceronte lo acompañaba de regreso de la escuela.

Tenés pajaritos en la cabeza Cachín.-le decía mamá Lucy.

No entonces. Después…apareció la paloma.

El primer problema fueron los gatos. Misha y Eska estaban acostumbrados a visitar nidos ajenos. Para evitar los ataques nocturnos Cachín dormía con un canasto de alambrillo en la cabeza. De día los gatos cuidaban su compostura, sabían que él no iba a permitir que le tocaran una pluma.

Debido a su frondosa imaginación la frase materna también solía escucharla en la escuela.

¿Tenés pajaritos en la cabeza?-cuestionaba la maestra.

Sólo una paloma.-decía él con voz inaudible.

Sin dudas era mejor que nadie supiera qué tenía en la cabeza. Porque si sus compañeros se hubiesen copiado eso habría sido un descontrol. Cachín se imaginaba a Dorotea con su Gran Danés en la testa, peleando con los dos perritos de Pedro escondidos detrás de su flequillo. ¿Cómo luciría en la cabeza de Ramiro el cachalote que le había traído el tío que vivía en Minessota? Ni hablar del oso bailarín de Dalmasio (aquel que adoptó la familia después de que el circo se lo olvidara).

Porque el circo llegaba una vez al año al pueblo. A veces se olvidaban cosas y otras veces se las llevaban (como cuando el Hombre Bala se llevó a la mujer del carnicero).

Era uno de los acontecimientos más esperados.

Aquella noche Cachín fue uno de los primeros en la fila. Nadie imaginó lo que llevaba bajo la gorra. Bueno, casi nadie.

Los payasos comenzaron su rutina propinándose garrotazos en la cabeza. Algo que su paloma no hubiera podido resistir. El lanzafuego escupía grandes bocanadas ardientes sobre las cabezas de los asistentes maravillando a toda la platea y haciendo
peligrar la integridad de la gorra de Cachín y el plumaje del ave. Un contorsionista de dos metros se plegaba de tal forma que se ubicaba en una pequeña caja de vidrio, donde no quedaba lugar para nada más. Los trapecistas cumplían las fantasías de todos los presentes: volaban.

Pero el brillo escénico contrastaba con el submundo precario de estos saltimbanquis puesto en evidencia sólo ante los ojos de los más perspicaces.

Cachín era uno de ellos, por lo que podía observar las ropas de lentejuelas zurcidas, descubrir los maquillajes de corcho quemado, detectar al equilibrista que después era payaso luego se transformaba en lanzador de cuchillos y terminaba su participación como acróbata enmascarado. Esa noche hasta pudo advertir la desesperación del lanzafuego buscando en la penumbra -de rodillas- su dentadura postiza eyectada junto con el fuego en aquella aplaudida demostración.

El último acto comenzó con la aparición de una figura misteriosa surgiendo de espesas nubes de colores. Una figura absolutamente vestida de blanco, desde los zapatos abotinados a la galera, pasando por el frac, los guantes y la chalina.

Una esfera comenzó a desplazarse por los aires bajo las señas de El Gran Edward, la bola se paseaba sobre los espectadores que estiraban las manos hacia ella. Cachín no sabe precisar en qué momento ocurrió pero aquella esfera se posó a la altura de su cabeza potenciando su iluminación. Tuvo miedo de que la paloma se asustase y escapara volando. Pero no hubo tiempo para nada. El mago tomó su galera y empezó con la aparición de conejos y una paloma, una sola paloma amarronada, como la que se acobijaba en el pelo de Cachín. Instintivamente se llevó las manos a la gorra y se tranquilizó al notar el cuerpo presente. La paloma del mago revoloteó por todos los espacios de la carpa y ante un chasquido del prestidigitador desapareció. El murmullo generalizado solamente se volvió a repetir cuando -a la luz de la esfera- la gorra de Cachín comenzó a elevarse llegando hasta la mano enguantada de El Gran Edward. Y la ovación llegó cuando al levantar la gorra apareció la paloma. Al término de la función el mago devolvió las pertenencias a Cachín con un guiño cómplice. Lo que no logró El Gran Edward fue hacer aparecer la dentadura del lanzafuego.

El joven se puso la gorra y sintió que le quedaba chica.

Cachín creció esa noche, de golpe. En la casa nadie se dio cuenta, estaban muy atareados. Por eso nunca pasaron a llamarlo Cacho. La paloma mantuvo su tamaño y ubicación.

En su vida de adulto nadie advertía a la emplumada en su cabeza. Ni siquiera su mujer. Él nunca le había dicho nada ¿a quién le puede gustar que su pareja tenga un animal en la cabeza? Él se acordaba que a doña Serapia no le gustaba la cabeza llena de
piojos de su marido. Y a don Fermín le desagradaba que su mujer llevara el gato de angora sobre su cabeza.

La convivencia estaba establecida, la cabeza de Cachín era pista de aterrizaje, con sala de estar y cuarto de dormir. Baño y comedor afuera.

La preocupación de Cachín comenzó cuando su peine (otra vez el peine como delator de realidades) se empezó a quedar cada vez con más cabellos. Ante la calvicie no le quedaría otra opción que usar sombrero.

En la sombrerería había de todas formas y tamaños. De entrada descartó las boinas y las gorras planas (asfixiarían al pobre bicho). El sombrero mejicano o el vueltiao colombiano le daban una mayor amplitud y le ofrecían espacio para salir a dar una vuelta alrededor de la cabeza, pero ambos eran demasiado llamativos. Se probó un Rastacap, pensó que si aquellas gorras podían sujetar decenas de rastas seguramente podrían contener con comodidad una simple paloma, pero no resultó, se le caía. Un sombrero Panamá le pareció elegante aunque no le gustaba usar un sombrero llamado Panamá que en realidad era el sombrero tradicional de Ecuador. Se preguntaba si en Panamá existiría un sombrero tradicional al que llamaran Ecuador. Su elección quedó restringida a un sombrero de copa, un bombín y un sombrero de pescadores. Compró los tres, para alternar.

Cachín y la paloma envejecieron juntos, resguardando un secreto compartido.

Secreto que una sola persona había logrado desvelar. La misma que hoy luce con su vestimenta inmaculada en los afiches pegados en las paredes desgastadas del pueblo.

Cachín había pensado en asistir a la última función pero su mente ya no era la de antes.

De madrugada, el circo partió para no regresar.

Cachín dormía un sueño profundo sin saber que su paloma había desaparecido, como por arte de magia.

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