Ni Tiempo ni Destino

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Ni Tiempo ni Destino

Por: Elena M. Dols

No hace falta mucho, desde el mismo momento que soy consciente de que nos veremos, mi corazón alcanza muchas pulsaciones, que van en aumento a medida que pasan los minutos, para que nuestros ojos se crucen, nuestros labios se fundan y un abrazo nos deje pegados, apenas respirando. Que la excitación y el nerviosismo se adueñe del momento.

A partir de ahí, solo hay que hacerle caso a las señales del cuerpo, dejar la razón a un lado y centrarse en el lenguaje extenso y placentero del sexo.

Que se aproxime el instante deseado, es casi un sueño que se va a cumplir, al menos tendremos un poco de tiempo para vernos, contemplarnos, gozarnos, deleitarnos y para compartir el gusto de tenernos.

Eso es siempre nuestra tarjeta de presentación.

¿Por qué esto es así? También yo me lo pregunto a veces, pero no soy quien debe cambiarlo, es más, de estos encuentros no hay que cambiar nada, tal vez añadir elementos. Es luego cuando amaina el temporal cuando vienen otras cuestiones, a veces dolorosas, porque el sexo, es solo una parte de un sentimiento anidado en el alma y en el corazón.

Nos vemos poco y también compartimos pocas cosas, o al menos, no tantas como a mí me gustaría, pero solo puedo pensar en él, aunque eso me hace correr demasiados riesgos porque ha despertado un amor profundo, y el amor es un riesgo.

Esta relación ya se ha hecho larga en el tiempo, como para pensar que es un capricho del destino, es algo que se ha ido cocinando a fuego lento, hasta crear un plato realmente exquisito.

Yo he tenido parejas a lo largo del tiempo y no quiero recordar, ni mucho menos comparar. Él me hace arder solo con el pensamiento, con esa manera dominante que ha desarrollado, convirtiéndose en nuestro juego, y cuando llega y me besa, empieza a añadir fuego a la situación.

Me sujeta las manos en las espalda con las suyas, poderosas, a partir de ahí empieza un gimoteo ardiente, sobre todo cuando sus dientes se clavan en mi cuello y me hace cerrar los ojos de deseo y sus dedos guía, empiezan a explorar el interior de mi.

Nos hablamos, nos contamos, compartimos, brindamos y nos vamos a la cama a empezar un juego tremendamente excitante y placentero, donde no hay perdedores, si acaso dos ganadores.

Digamos que más que quitarnos la ropa nos la arrancamos, nos sobra todo, solo necesitamos nuestra piel.

Me gusta un poco el papel de sumisión, que cuando me besa se quiebre mi voz, que tape mis ojos, sigue añadiendo fuego junto con sus susurros lentos, que solo me hacen pensar en cuánto le deseo. Mi respiración se entrecorta mientras muerde mis pezones, y empiezo a jadear sin remedio, arrastrándome al infierno.

Sigue lamiendo, chupando, mordisqueando. Su poderoso miembro viril, rozándome, siempre dispuesto, y su lasciva lengua dentro de mi boca y yo empiezo a derrochar una gran expresividad sonora, convertida en gritos y gemidos.

Me abandono y arqueo la espalda, totalmente receptiva.

Noto como abre el cajón de los deseos y en una embestida, cogiéndome por la cintura entra en mi cuerpo poderosamente tenso, pero no es él, él está a la altura de mi boca. En ese momento, entonces siento una invasión doble jugando por los rincones de mi cálido cuerpo, abrumada por el placer intenso, chupando, lamiendo, engullendo y él a punto de desbordar el río caudaloso que esconde para inundarme de deseo.

Mi segundo amante son veinte centímetros de látex que vibran. ¡Qué locura!

Me detiene, para alargar al máximo el momento., es nuestro juego.

Todo va rápido, cambia el rol, su boca me chupa entre las piernas en una perfecta sincronización de movimientos.

Me gusta ser el alimento de su pasión, sus ojos me miran con atenta lujuria y la humedad de mi sexo le pide inmediata cercanía, solo puedo pensar en él, en que amolde su cuerpo al mío, cada forma caliente, cada músculo tenso, pidiéndole más y más. No puedo controlar el éxtasis, y el deseo hierve en mi piel.

Sexy, provocador, terriblemente atractivo, le gusta jugar y me excita hasta la locura, con ese toque que sensualidad infinita y su lengua jugando bajo la luz de la luna. No puedo pensar, solo sentir, abrazarle y casi morir.

Cuando mi lengua se entrelaza con la suya, empieza un baile sin fin sensual y travieso, sus suspiros son como ronroneos musicales, que me acarician casi más que sus dedos, desatándose un viento de un amor loco, con el que casi pierdo el conocimiento.

Tengo un orgasmo y mi cuerpo se tensa y a partir de ahí, me levanta las caderas, me arrastra literalmente por la cama, llevándome hacia él y me penetra suavemente pero con la fuerza de un animal en celo. Noto como convulsiona, yo tiemblo, pero él no para, empieza a besarme y el orgasmo se extiende por cada centímetro de piel, vibrando y abrazándonos. El con un gemido sordo que se escapa de su boca como respuesta a mis jadeos que a veces alcanzan un tono agudo, que se identifican con un orgasmo, con esas embestidas de placentero dolor y gozo.

Se oyen las melodías de los te quiero paseando por nuestras bocas.

¿En qué preciso momento me enamoré de él? El amor fue tomando forma entre espacios, nos fuimos aproximando emocionalmente y a generar afecto convertido en amor, no es solo sexo aunque sea extraordinario, pero lo cierto es que en mi cordura hace estragos, esconde el destino y evapora el tiempo.

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