Excepcional

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Excepcional

Por: Zarco Pareja

Siempre se había enamorado de chicas excepcionales. Así solía definirlas siendo bien consciente de lo que quería decir. Estaba muy leído y sabía perfectamente cómo la Real Academia Española de la Lengua definía el vocablo excepcional. Sí, definitivamente todas las mujeres por las que había sentido esa pasión que se negaba a explicar con palabras cumplían perfectamente con la estricta definición: constituían una excepción a la regla común y se apartaban de lo ordinario. Virginia también. Virginia sobre todo.

No imaginó nada porque la conoció allí, en el trabajo, en el mismo sitio que a las tres anteriores, en el horrible restaurante de comida basura en que arrastraba la suela de los zapatos desde que dejó el instituto a los 17 años. 30, cuando la conoció tenía 30. Y seguía arrastrando los pies. Por pereza. Congénita y contagiosa, porque todos los que entran a trabajar de nuevas al cuchitril adornado con purpurina empiezan a arrastrar los pies por el suelo un mes después, aproximadamente. Todos menos Virginia. Virginia nunca.

La gerencia del local le obliga a cogerse las vacaciones siempre en noviembre. Invariable y cansinamente. En noviembre. Vacaciones de rutina. Un mes completo siempre, 30 días. Y a la vuelta siempre se encuentra con personal nuevo. Nadie aguanta un trabajo así más de tres meses seguidos. Nadie excepto él.

Hace dos años se extrañó al sentirse gratamente satisfecho a la vuelta de las vacaciones. Allí estaba Virginia. Dos semanas ya. Con un aire ausente de rebelde sin causa. De pasota, más bien. De importarle todo lo mismo que a él. Poco, nada, o mucho, según el día. Según el momento, más bien.

El encargado solía ponerla a limpiar mesas, paño a un lado, paño al otro. Las dejaba caladas. El restaurante entero olía a lejía. Las patatas sabían a lejía porque el olor entraba por la nariz y bajaba por la garganta, uniéndose al bolo alimenticio. En fin, no era para tanto.

Tardó una semana en dirigirle la palabra. Los primeros siete días, ni hola. Ni adiós. Hasta luego tampoco. Y al octavo se decidió. El no es especialmente social. Virginia…, depende, claro. Desde el principio le costó seguir su conversación, pero siempre le había pasado con las chicas. Ellas hablaban y él pensaba en ese ente indeterminado que llamaba mis cosas. Como si él tuviera sus cosas.

Virginia sí. Virginia tenía sus cosas y a él le fascinaron desde el principio. Era la más trabajadora del local y, además, estudiaba por las mañanas pero no le decía dónde. Ni qué. Ni falta que hacía. A él le daba igual lo que la gente hacía cuando no estaba con él por una cuestión de economía mental. Virginia, en cambio, le hacía preguntas contantemente sobre su vida, como si fuera interesante. Fascinante. Excepcional, ella sí que era excepcional.

Enseguida lo llevó a casa para presentarle a sus padres. Habría pasado un mes desde que se conocieron. Su madre aprovechó un momento en que Virginia fue al baño para decirle lo de su esquizofrenia. Pensó que más tarde, cuando ya estuviera solo en su cuarto, buscaría en Google qué era eso, pero como siempre la pereza pudo más. Sus intenciones solían arrastrar los pies por su cerebro y nunca llegaban a su destino.

Llevarían saliendo unos seis meses cuando empezó a notarla muy alterada. Cambiaba de humor repentinamente. A su madrastra le pasaba desde que tenía uso de razón. Debía ser normal en las mujeres. A dos de sus ex novias también les pasaba y les molestaba enormemente que les preguntara si les había bajado la regla cuando sucedía, así que se prohibió preguntárselo a Virginia. No quería molestarla porque ella era excepcional.

Poco a poco fue empeorando hasta que un día recibió la llamada de la madre de Virginia para decirle que habían tenido que ingresarla. ¿Y eso? Ha sufrido un brote. ¿Un qué? Ya sabes, por desgracia es normal, le pasa a todas las personas con esquizofrenia cuando descontrolan su medicación.

Y no, no lo sabía. Maldita sea, no lo buscó. No tenía ni idea de qué le pasaba a Virginia. No sabía qué le pasaba a nadie, en realidad. Vivía rodeado de personas con extraños comportamientos que no le preocupaban lo más mínimo. Si, al parecer, Virginia, tan excepcional, tenía una enfermedad mental, cualquiera podría tenerla. Él mismo, sin ir más lejos. Siempre había relacionado la enfermedad mental con la locura. Pero era imposible que Virginia estuviera loca. Virginia era excepcional, no loca.

Salió a las pocas semanas del hospital y al principio no la reconocía. Estaba fuertemente medicada, pero su madre le tranquilizó explicándole que era temporal, que con el tiempo disminuiría considerablemente la ingesta de pastillas y volvería a ser la de siempre. La madre de Virginia nunca se equivoca. Es casi tan excepcional como su hija.

Ha pasado un año. Él sigue trabajando en el repugnante establecimiento de comida basura, pero ha aprendido a andar sin arrastrar los pies. Ella lo dejó. El trabajo. No es labor para personas excepcionales. Virginia pinta y escribe poesías. Y a veces escribe poesías y las pinta por encima y no se pueden ni leer, pero las recuerda perfectamente y se las recita en la cama, al oído, después de hacer el amor.

Hoy se casan. Por la iglesia, ella de blanco. Está preciosa. Es excepcional, pero solo él lo sabe. Para el mundo es una novia más vestida de blanco. Una más. Pero excepcional.

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