La Cosecha

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La Cosecha

Por: Jandi Sueiras

Se dice que en el Tiempo de los Milagros, los campos como éste rendían hasta dos cosechas anuales y en mucha mayor cantidad. Se dice también que de aquella los antiguos no tenían más que sentarse a esperar fumándose una pipa, mientras grandes animales o incluso extraños artefactos fabricados por magos araban sus campos. A los niños especialmente les encanta escuchar esas historias de los ancianos, que a su vez las escucharon de pequeños de otros que juraban haberlas presenciado cuando eran jóvenes.

A Dao Thien desde luego también le habían cautivado esas historias sobre las proezas de los antiguos (especialmente las de ingenios volantes o templos maravillosos llenos de toda clase de alimentos y objetos que uno podía recoger y llevarse a casa), pero ahora que era el jefe del poblado veía todas aquellas fantasías contraproducentes para la comunidad, y sólo confiaba en las historias de los ancianos cuando aportaban algún conocimiento real o avances palpables.

Y es que la vida era difícil en esta época severa y silenciosa en que hacía décadas que no veían a nadie de más allá de las montañas: ya no habían grandes animales y apenas quedaban pequeños, la selva inhóspita y salvaje tan solo rebosaba de insectos y enfermedades, los campos eran exigentes y el clima cambiante y caprichoso, y nadie tenía ya la menor idea ni conciencia de que hubo un día en que el mundo rebosaba de personas en tal número, que no podrían ni imaginárselo en sus sueños.

Ahora era tiempo de plantar la nueva cosecha y todos los capaces de colaborar y echar una mano se habían reunido en el cenagoso campo comunal, pues debían arar sin falta y no contaban más que con la fuerza de sus propias manos para arrancar de la austera tierra arroz suficiente para, con suerte, no pasar otro año de privaciones.

Fue entonces poco después de haber comenzado la fatigosa tarea, cuando en uno de los recodos del campo el joven Boon Mee reparó en un objeto que habían desenterrado al remover el suelo. Inmediatamente todos se detuvieron y en poco tiempo casi todos los miembros del escaso centenar de habitantes del poblado se arremolinaban alrededor del hallazgo. Se trataba de hecho de todo un acontecimiento, puesto que salvo en ocasiones especiales como bodas y funerales, asambleas o ciertas festividades estacionales señaladas en su inexacto calendario, no solían reunirse todos juntos los que creían que eran la práctica totalidad de los habitantes del mundo.

“No os acerquéis”, repetía mientras tanto incansablemente Dao Thien al percatarse de que empezaban a caldearse los ánimos, aunque ya todos sabían que cuando se encuentran objetos de los antiguos nadie debe tocarlos ni hacer nada hasta que los chamanes interpreten el augurio y digan qué hacer con ellos o les den una utilidad.

Esta vez sin embargo dudaban en su veredicto: el pequeño objeto no era de brillantes colores como aquellos que se encuentran a veces y se regalan para que jueguen a los niños, y aunque parecía duro y pesado con su forma de disco aplanado, no sabían bien qué significaba ni para qué podría servir. Tampoco eran capaces desde luego de interpretar las marcas en relieve de aquella cosa, en esa antigua y desconocida lengua que decía: THIS SIDE UP/ U.S ARMY, pues ninguno sabía leer ni escribir siquiera su propio idioma.

Intrigado pero también receloso por cierta intuición o lejano recuerdo, Dao Thien mandó entonces que trajeran rápidamente al viejo Phak-kiao el Cojo, que en poco tiempo fue obedientemente traído en volandas en una camilla de mimbre tras décadas en que prácticamente no había salido de su pequeña cabaña. La reacción del anciano, que por lo común apenas se movía, fue sin embargo rápida y enérgica como si hubiera visto un fantasma: “¡Atrás todos, fuera del campo, y traerme una larga y pesada caña!”.

Como estaban acostumbrados a coordinarse y trabajar en grupo todos juntos, pronto tuvo lista y limpia su gran caña de bambú de más de seis metros, y durante horas y horas todo el pueblo estuvo observando con expectación cómo el viejo golpeaba reiteradamente aquel misterioso objeto mientras repetía devotamente enigmáticos y arcanos conjuros y alabanzas a los dioses.

Los jóvenes reían entretanto pensando que se había vuelto loco mientras la gente mayor cuchicheaba despreocupada en pequeños corrillos, y hasta Dao Thien empezaba ya a perder la confianza en el ritual del viejo cuando de repente la gran explosión de aquella cosa sacudió todo el lugar. Afortunadamente, sin embargo, aquel fantástico y aterrador acontecimiento tan sólo hizo mella en el recuerdo de todos los que lo presenciaron, que no lo olvidarían para el resto de sus vidas.

Tras la intensa conmoción, todos entraron entonces rápidamente al campo a socorrer al anciano cubierto de barro, que sin embargo sólo estaba levemente herido y sí en cambio muy feliz, pues decía haberse vengado de un espíritu maligno aprisionado, igual que aquel que le hirió de niño hacía ya tantísimos años, alejando con ello el peligro del poblado. De hecho esa misma noche y pese a no estar herido, el viejo Phak-kiao murió completamente en paz, como si hubiese estado esperando el momento preciso todo ese tiempo.

En el gran entierro que se celebró al día siguiente en su honor y al que asistieron todos con sus mejores galas, el jefe Dao Thien no dejó pasar la ocasión de reivindicarse ante aquellos que en la asamblea de la última estación le habían criticado por seguir alimentando a los ancianos incapaces de trabajar, pese a las privaciones y el hambre que estaban pasando todos.

Después de aquello sin embargo no volvieron a escucharse nunca más reproches semejantes, pues se hizo evidente que todos eran necesarios y valiosos para sacar adelante la comunidad en los duros tiempos que les había tocado vivir. Una importante lección que sin duda olvidaron los hombres del Tiempo de los Milagros, que pensando que su prosperidad les pertenecía únicamente a cada uno de ellos y a sus méritos individuales, se enzarzaron en mezquinas e incomprensibles disputas y terribles conflictos hasta casi aniquilarse, obviando el hecho de que todos nos necesitamos para sobrevivir en el único mundo que compartimos.

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