Desde la Pared

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Desde la Pared

Por: C.G.S.

Entre su espalda y la pared, sonó un rasguño amplificado por la noche que, silenciosa, dormía. Sobresaltada, encendió la luz para apagar sus miedos, pero durante los primeros segundos se quedaron congelados y agarrados a ella. Casi se le escapa el corazón que, a aquellas horas, arrancó a bailar a un ritmo tan improvisado como desmedido.

Lo había sentido y presentido, pero el susto resultó el inevitable. Estaba allí, en su habitación, con el cabello impecable. Mantenía la mirada firme, como solo él podía, con insistencia, hasta rozar el descaro y casi la mala educación, sin inmutar un ápice su semblante duro.

Una vez consciente de lo que estaba sucediendo, curiosa e inesperadamente, ella reaccionó sosteniendo el desafío, observándolo detenidamente. Hasta tal punto fue así, que llegó a descubrir unos pelillos en su nariz, de los que nunca se había percatado. Esto hizo que el tipo duro resultase más vulnerable y cercano. Más humano.

Con atrevimiento, llevaba un tiempo al acecho, inclinándose sobre ella, como esperando encontrar el momento oportuno y ciertamente, tampoco es que ella pareciera haber hecho mucho por evitarlo.

Fue justo esa noche cuando terminó por abalanzarse sobre su diana, cubriéndola toda. No trasmitía sensación de ataque. Era como si intentara protegerla en aquella atmósfera, ya que el escaso camisón que la cubría era incompatible con el frío nocturno.

Su mirada, impasible, seguía clavada en ella como si continuase en la pared. A pesar de toda esa brillante musculatura, resultó ser bastante más ligero y volátil de lo que aparentaba.

Su roce fue como una cosquilla y hasta le pareció que la abrazaba. Un achuchón extraño pero acogedor, reconfortante incluso. Qué raro… Un abrazo de papel.

Estaba ya en mal estado. Dudó qué hacer con él. No es tarea sencilla desterrar a un superhéroe como aquel, que tantos años la había acompañado, haciéndola creer en la posibilidad de materialización de los sueños.

Se miraron una vez más. Lo dejó tendido en el suelo y ella volvió a la cama.

Mañana limpiaría la pared, quitando los restos de cinta adhesiva y pondría otro póster en el espacio que había quedado vacío, tal vez con la imagen de un helado de chocolate por si se volvía a despegar y venir abajo con tanto realismo como el de esta vez.

Porque, al cerrar los ojos, entre el adormecimiento y la vigilia, el deseo y la verdad, nunca supo del todo si se había tratado de un sueño muy nítido o de una realidad muy difusa.

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