Espejismo Advertido

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Espejismo Advertido

Por: Raiza

Podía verla a través del espejo, con su largo vestido celeste y blanco; era preciosa, con su lacia melena albina y sus ojos claros, como los de un sereno mar cristalino. La observé unos momentos, parecía que flotaba junto a su vestido, me miraba perpleja, tratando de saber quién era la menuda rubia que tenía la mirada puesta en ella, movía sus labios, pero nada salía de ellos.

Puse mis manos en el espejo, cerré mis ojos involuntariamente y una cegadora luz dio en mis párpados, sintiendo un tirón en mi pecho, un tirón que me arrastraba al interior de aquel objeto.

Abrí mis ojos al sentir mi cuerpo golpear con algo frío y sólido. Miré con total atención el lugar en donde me encontraba: Era inmenso, sus techos y paredes de cristal eran tan altas que me sentía diminuta. Hacía frío, apenas exhalaba, una nube de vapor se formaba en el aire.

A lo lejos pude verla, sentada en un trono de cristal, ubicado al final de las altas escaleras, había más de diez columnas a cada lado y en ellas se encontraban unos robustos guardias vestidos de blanco, con armadura de plata y miradas perdidas en el vacío, como pequeñas marionetas. Me puse de pie y, al instante, todos los guardias desenfundaron sus espadas, apuntando hacia mí, adoptando una posición de alerta. Asustada, di un paso atrás y una melódica y dulce voz retumbó en todo el lugar.

– Déjenla pasar. No presenta ninguna amenaza-sonrió angelicalmente-Ven, pequeña… no tengas miedo.

Yo, aún hipnotizada por su voz, fui sin pensarlo. Subí los diez escalones cuesta arriba y por fin pude admirarla de cerca: Tenía los ojos más hermosos que jamás había visto en mi vida, el claro celeste de sus ojos detrás del espejo eran solo una borrosa visión, sus pupilas eran negras, acompañadas de un brillante gris que las rodeaba y te transportaban a un mar lleno de salvajes olas al amanecer, su cabello albino relucía algunos reflejos celestes, como el de sus ojos, y su cuerpo era perfectamente curvado, una dulce y pacífica anatomía llena de armonía. Solo era perfección.

– Acércate a mí y verás cómo todo tú poder vuelve a ti.

No temas y acepta el trato que se te ofrece dentro de este reino que se desvanece.

Derrama tu sangre junto a mis pies, déjame sentir el aroma que recorre tu cuerpo y el alma perdida entre las penumbras del reino.

Si sigues escuchando mi voz con total atención, las heridas comenzarán a brotar de tus pupilas y tú corazón.

Ella me tenía totalmente hipnotizada, caí de rodillas respirando agitadamente, como si el aire fuera sacado de mis pulmones con total brusquedad. Mi cabeza dolía y tortuosas puntadas eran dadas en ella, gimiendo cerré mis ojos y sentí algo totalmente tibio y espeso, observé las gotas de sangre derramadas en el piso, mientras que todo mi cuerpo temblaba y el reino junto a él. Mi mirada se dirigió a todas partes, totalmente mareada en busca de una salida.

Los guardias seguían en su lugar, con la mirada perdida, mientras que la reina albina reía con melodía y todo caía al compás de su risa. Mi cuerpo se desvaneció y dos nuevos guardias vinieron en mi búsqueda.

-Llévenla al ático-ordenó ella y obedecieron ciegamente, con movimientos tan estructuradamente calculados que daba la sensación de ser controlados mediante una máquina, como pequeños robots.

La habitación era oscura y sólo una ventana iluminaba escasamente mi rostro. ¿Estoy despierta? Tan sólo veía la luna a través de los vidrios, cubierta de nubes que se movían lentamente a su alrededor. Se oían ruidos, pisadas que hacían crujir el piso. ¿Quién era? No podía hablar para preguntar sobre todo el embrollo de dudas que mi mente formulaba a cada instante, mi voz estaba ausente y una leve brisa erizaba cada centímetro de mi piel. Podía ver unas botas militares cerca de mi cuerpo, pero el rostro era un completo misterio.

Sus manos toman mis brazos y mi corazón da un vuelco de miedo, pegando sacudidas para que mi inmovilizado cuerpo reaccione, pero nada pasaba… estaba sola y perdida.

Era arrastrada por lugares inhabitados, oscuros y sombríos. Una ráfaga de frío arrasó conmigo y frente a mí podía ver un aterrador paisaje, repleto de niebla y una petrificante hierba que lastimaba poco a poco mi piel cuando era pasada con brusquedad sobre ella. Los árboles se zamarreaban violentamente entre ellos, mientras el viento soplaba de aquí para allá. La persona de botas militares me dejó quieta para arrojarme con salvajismo a un pozo en donde pude ver cómo la luna seguía su habitual paso por el cielo; un bello andar que me hacía recordar cuando mi madre me llevaba a pasear durante las noches por el parque o la playa.

Vi un destello blanco que se hacía cada vez más grande y cuando llegó a su totalidad de expansión… desapareció, para mostrarme mi propia muerte. ¿Esto es un sueño o una realidad?

– “Jamás te acerques a ese espejo… podría llevarte a tu perdición”- había dicho aquel hombre vestido de traje grisáceo. Y confirmé que tenía la razón cuando lo vi mirándome desde arriba y sonriendo con ironía, sabiendo que pensaría en sus primeras y únicas palabras articuladas hacía dos noches atrás en el museo de los espíritus. Todo fue un espejismo advertido.

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