Por: Jesús Quintanilla Osorio
Cuando desperté, el dinosaurio todavía estaba allí…
Y me observaba con sus grandes fauces abiertas, como queriendo saborearme antes de devorarme. No supe qué hacer.
Si gritaba (y me estaba controlando para no hacer esto), enseguida me comería.
Si me hacía el muerto, no existía ninguna garantía de no hacerlo realidad.
Si simulaba ser una estatua, no podría mantenerme tanto tiempo sin mover un solo músculo, si ya estaba temblando de miedo.
¿ Qué hacer? No recordaba cómo había llegado a esta situación (lo cual empeoraba todo), y mis nervios a punto de estallar, con la adrenalina exigiéndome actuar, era una sensación realmente complicada.
Intenté recordar la noche anterior (porque apenas amanecía), y no logré rememorar nada.
El enorme monstruo, supongo un T-Rex, me observaba con una mezcla de curiosidad y ganas de almorzar, y yo no podía ni pensar.
¿Me comería? Lo que sabía de los dinosaurios, no me ayudaba gran cosa: Carnívoro del periodo jurásico, señor y amo de la era prehistórica, y en especial, el principal de la cadena alimenticia, era precisamente quien me miraba cada vez más interesado en saber quién o qué era yo. Mi instinto me invitaba a intentar el escape.
Mi raciocinio me decía que no podía escapar.
Sentía una molestia en la boca de mi estómago.
Terror. El saurio no parecía tener prisa en cenarme.
Pero me olía con cada vez más interés.
¿Por qué en toda la noche no me había comido?
Lo ignoraba. Algo sí me quedaba muy claro:
¡No era una pesadilla! Era tremendamente real, y mi enorme y dientudo amigo, estaba cada vez más interesado en olerme.
Permanecí inmóvil, mientras la enorme mandíbula del enorme monstruo me rozaba.
¿Sería una imagen, al estilo de la invención de Morel de Bioy Casares, o definitivamente real? Lo cierto es que el tiempo se me estaba acabando.
Y, de pronto, un gigantesco estallido se produjo y mi colosal acompañante, salió corriendo despavorido.
Aproveché para incorporarme y la dantesca visión me estremeció.
Un volcán acababa de hacer erupción y la nube desmesuradamente gris y negra a la vez, subía hasta la atmósfera.
El suelo se estremecía como gelatina y, aterrado, intenté huir hacia el mar que vi a unos cien metros de mí, mientras observaba cómo desde las laderas de la montaña, la lava descendía rápidamente. Una embarcación de recreo se veía a una milla de distancia.
¿Será la explicación de todo? No sé a dónde debía correr porque toda la isla se estremecía bajo los efectos de Vulcano.
¿Cuánto tiempo tenía, antes que me alcanzara la lava?
Decidí arriesgarme. De cualquier forma, si no hacía nada, de todos modos iba a fallecer (y quemado por la lava), si no se me ocurría algo y pronto.
Salté a un bote con un motorcito muy pequeño, que, milagrosamente, respondió enseguida, y me dirigí hacia el yate de recreo, al cual subí con apresuramiento, al tiempo que el capitán, con premura en la voz, ordenaba zarpar.
¿Cómo había llegado a semejante situación?
Estaba sumamente intrigado. El capitán no preguntó nada.
Sólo me observaba con mucha curiosidad.
¡Qué raro!
Al cabo de un buen rato de navegación, me acerqué a él.
El hombre, de barba rojiza rizada, ojos azules muy francos y mirada penetrante, me miró con aire de extrañeza.
“¿Señor?”, inquirió.
“Disculpe, capitán, ignoro todo de mí”.
El aludido me miró con suma preocupación y musitó, despacio: “¿No recuerda nada?”
Y yo, traté de entender el sentido de su pregunta.
“No… ¿Debería?”
“Es increíble… Asombroso”, dijo con rostro de interés.
El volcán, ya lejos de nosotros, parecía estarse partiendo en pedazos, y por un momento, temí que su incandescencia nos alcanzara, pero estábamos bastante lejanos.
Sin duda, el capitán pensaba que yo, o bien, estaba loco (perdiendo la razón, sería la forma elegante de decirlo), o de verdad, no recordaba nada.
“¿En serio, no lo recuerda?”
Asentí con mi cabeza.
“Es que… Parece increíble que no se acuerde de nada”.
Lo pensé bien y le respondí:
“Por favor, recuérdeme lo que debo de…”
Y el hombre, con gesto paternal, tocó mi hombro y me vio, casi como si de verdad fuera mi padre.
“Para empezar…Esto no es un sueño…”
Bueno, en un sueño no te dirían que estás en un sueño.
Pero era mejor escuchar.
“¿Entonces, si no es un sueño, cómo es que desperté frente a un monstruo prehistórico, si se supone que éstos ya se extinguieron?”
El oficial sonrió.
“¿Qué probabilidades tiene de encontrarse, cualquier persona juiciosa, del siglo XX1, con un dinosaurio, cualquiera que éste sea?”, me preguntó.
“Improbable”, acerté a responder.
“¿Y cómo es que usted, despertó enfrente de esta… cosa?”
Ahí se acabaron mis pensamientos.
Las preguntas no parecían tener respuestas, pero la evidencia estaba en mi mente: Si había despertado junto a un T-Rex.
¿Por qué?
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