El Delfín Perdido

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El Delfín Perdido

Por: Pinto

Pronto se vio arrastrado por las enormes olas a través del mar, vio la grisácea oscuridad dominando el cielo. Un mar agitado mecía con bravura su oleaje. El rugido de las olas hacía alterar la vida salvaje. Se avecinaba una fuerte tormenta. El delfín se separó de la manada, se había perdido y estaba tan confuso, que de haber podido habría gritado, se limitó a hacer ese ruido característico emitiendo una suave música en el agua, para llamar a su madre, pero esta vez de auxilio al no encontrar a su familia.

Esa noche, el delfín estaba especialmente asustado, ya que se oyó un estruendo, y era un relámpago que iluminó el aire y le hacía estremecer su corazón, más allá de la línea de la superficie, y por ello comenzó a sacar la cabeza a ras del agua para ver y oír. El cielo cargado de nubes era negro, y no se veía nada alrededor. Las nubes furiosas se atropellaban, chocaban unas con otras, hasta desencadenar una fuerte tempestad. Llovía a mares, una lluvia de color púrpura y transparente.

Cuando la tormenta amainó, y el cielo se mostraba tranquilizador con un azul escarlata, amaneció un nuevo día, Mario salió a pescar con su padre, en su barca de madera hecha por su progenitor, aunque era vieja y por haberla gastado en sus muchas salidas, pero que aún les servía para faenar con ella, y llenarla de pescados. Utilizaban las redes y las técnicas ancestrales, las cuales, a través de anteriores generaciones fueron pasando de unos a otros, enseñando a sus hijos y nietos. Eran pobres y ellos mismos se procuraban el sustento para poder salir adelante y que no les faltara al menos la comida.

Al extender las redes los peces caían a cientos atrapados en ellas. Se veía cómo salían del agua saltando y se podía contemplar sus formas plateadas y sus escamas argentadas y brillantes. Quedaban enganchados en la red, una diversidad de peces de distintas clases y tamaños.

De repente, Mario alzó la mirada y divisó una esbelta silueta saltando alrededor de la barca. ¡¡Era el delfín!! su esbelta línea, su curiosa sonrisa, sus suaves sonidos, chasquidos, silbidos y aleteos que mostraba elegantemente antes de sumergirse de nuevo en el agua.

—¡Papá, papá! ¡Aquí, mira, es un delfín…! ¡Es precioso! ¡Y muy bonito!

Su padre trató de tranquilizarlo.

—¡Oh, vamos, vamos, está ahí! ¡Debéis creerme!— dirigiéndose a los demás pescadores.

—¿Estás seguro de lo que dices, no lo has soñado? —dijo el padre de Mario.
—Papá, ¿te he mentido alguna vez?

—¡Sí es verdad! —señaló su padre hacía donde estaba el delfín.

Mario al ver al delfín nadando alrededor de la barca, exclamó:

—Vete… ¡vete! —le dijo al animal—.Ve con tu manada, ¡has de irte! ¡Si quieres ser libre, has
de irte! ¡Vete!

Pero el delfín seguía desorientado y perdido y se acercaba a la barca cada vez más, como si fuera su última esperanza para sobrevivir. Es difícil entender por qué estaba mal, él se encontraba solo, sin su manada que pudiera enseñarle las estrategias para poder sobrevivir, para alimentarlo y guiarlo.

Cerca de allí un barco grande de pesca quería pescar al delfín y llevarlo a un zoológico acuático con el único fin de exponerlo para atracciones y esperpénticos espectáculos para que disfruten y aprendan de grandes y pequeños. ¿Aprender? Aunque poco se puede aprender de los pobres delfines obligados a saltar y a bailar a cambio de sardinas congeladas. Con una basta lona lo levantaron hacía dentro del barco. Uno incluso mojaba constantemente al asustado delfín para que no se deshidratara.

Después de todo, aunque parece que “sonríe” pero la realidad es que sufren enormemente porque pueden sentir angustia, terror y dolor cuando están en cautiverio o perdidos sin el apoyo de su manada.

Verle allí, tan quieto, asustado y desvalido, sobrecogió el corazón de Mario.

—Papá… —Hizo ademán de detenerse, pero él se lo impidió. Algunos de los rostros reunidos en la tristeza, miraban en dirección al barco donde estaba el delfín, éste emitió una retahíla de ruidos, sonidos y gemidos lastimeros que surgieron de su interior. La cola se agitó una vez, una sola vez. Mario deseó correr para ayudarle, pero se lo impidieron y no pudo correr a su lado, como le hubiera gustado para acariciarlo.

—No dejes Mario que él te vea llorar —le dijo su padre.

Lo llevaron al delfinario en donde lo metieron en una gran piscina junto a otros delfines que rescataron, pero el joven delfín se sumió en una profunda tristeza, Conforme pasaban los días seguía igual o peor, no quería comer, ni siquiera jugar con los demás delfines. Nadaba alrededor en círculos constantes viendo el mismo fondo de la piscina. Le parecía una cárcel. Conocía ya dos mundos tan diferentes, y sin embargo, prefería el mar abierto donde anhelaba ser libre. Echaba de menos las manadas de delfines, las mareas, los sabores y sonidos del océano. No conocía la palabra resignación, su instinto se lo impedía.

Los que se han perdido o han sido apartados de su familia, los distribuyen a diferentes delfinarios o acuarios alrededor del mundo, nunca vuelven a ver el océano, ni vuelven a ser reunidos con su manada. Pasaron unas semanas y cada vez se sentía más débil, hasta que un fatídico día se dejó morir, así sin más, quizás de una profunda y lánguida tristeza. Cuando Mario fue a visitarlo al delfinario, lo encontró sin vida, ni siquiera pudo despedirse de él como le hubiera gustado, las abrasadoras lágrimas brotaron desde lo más profundo de su ser y se preguntaba:

—¿Por qué?

No encontraba palabras, ni justificación alguna sobre lo que había pasado, no podía dejar de pensar en lo loco que está el mundo, la avaricia e intereses por explotar y hacer sufrir a estos maravillosos e inteligentes mamíferos, que pudiendo salvarlo lo dejaron esclavizado y a su suerte para disfrute de algunos sin sentimientos. No entendía que aquello era un sinsentido, no obtendría respuesta. Pero se prometió a sí mismo, que cuando fuera mayor, salvaría a los delfines y demás seres marinos que pueblan el hermoso y e inmenso océano. Sabemos que en el océano profundo más grande del planeta está lleno de una gran variedad de vida marina única, incluyendo los corales y las esponjas que viven desde hace miles de años. Pero los arrastreros de fondo de aguas profundas están destruyendo la vida marina, arrastrando gigantes y pesadas redes, fijadas a unos cables y a unas planchas de acero, cada una a través del fondo del mar, para atrapar a un pequeño número de peces pequeños y mamíferos. La sonrisa de los delfines es uno de los mayores engaños de la naturaleza, ellos también sufren, son seres especiales, inteligentes y frágiles al mismo tiempo. Nacemos libres y libres deberíamos morir. Ninguna criatura humana o animal debería estar en cautividad. La vida salvaje es eso: Salvaje. Se ve de lejos, cuando se ve. Y se disfruta sabiendo que existe.

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