Por: I.C.R.
Pasó toda la tarde seleccionando cuidadosamente las florecillas para su ceremonia. Las manzanillas de campo nunca eran suficientes pues le parecía que se veían más hermosas mientras más se acumularan juntas; las lágrimas de Cristo lo entretuvieron un buen cuarto de hora mientras las unía tallo con flor, tallo con flor, tallo con flor hasta hacer una larga hilera de petalitos rojos; con cuidado arrancó dos jacintos y fue separando cada pequeña flor de su tallo; y, como las alhajas más valiosas de aquella ofrenda, consiguió tres vibrantes ojos de faisán amarillos.
Con los zapatos, medias, y perneras del overol llenos de maleza se encaminó al pequeño arroyo que daba al lago. Tenía todo lo que necesitaba: las flores en un canasto, un libro en el bolso, la pluma de mamá, la velita de la primera comunión y fósforos. De pronto se dio cuenta de que ni se había fijado en el libro que había agarrado, entonces paró la expedición, abrió el bolso y sacó El quijote de la Mancha. Ni el título ni el autor le sonaban de nada, pero el libro era perfecto porque era una hermosa edición de las que tienen muchas páginas amplias, sedosas y en blanco antes de empezar y terminar el libro.
Llegado al borde del riachuelo sacó todos sus implementos e hizo tal cual tenía planificado, tal cual había aprendido. Lo primero fue encender la velita, como sabía que se hacía en ceremonias importantes y religiosas. Lo siguiente fue tomar el libro con cuidado, ya que –como todos los libros viejos y rimbombantes– seguramente era de los favoritos del abuelo, y abrirlo en la última página en blanco que tenía antes del título. Mamá le había enseñado la importancia de dedicar los libros cuando se regalan, por eso todos sus libros de cuentos tenían diversas y divertidas dedicatorias que seguían siempre una fórmula sagrada. Hay que poner siempre la fecha y la firma, le decía mamá, eso es lo que la hace especial.
Intimidado por la pluma, pues no estaba seguro de cómo se usaba, se dispuso a escribir su primera dedicatoria, que era más bien una carta. Escribió un bonito y sentido mensaje, pero con unos trazos tan torpes que le dieron ganas de llorar, mamá nunca tachaba ni peleaba con la pluma para que entintara. Al finalizar se dio cuenta de que no sabía firmar, de que no tenía una firma, pero en esto estaba resuelto a no fallar, así que sin dudarlo dos veces escribió la fecha seguida de su nombre entero y un gran corazón.
Miró el resultado final de su esfuerzo y sonrió. Sin ningún tipo de delicadeza arrancó entonces la página e hizo un barquito de papel. Lo adornó delicadamente con las flores, guardó todo lo demás en su bolso y con barquito y vela en mano se puso de pie. Con el corazón encogido vio el barquito y sintió miedo de dejarlo correr río abajo. Vio al cielo, murmuró unas palabras, posó el barquito sobre el agua y por unos segundos lo despidió con la mirada mientras lo veía bajar lentamente, siguiendo los surcos del río.
Espabilado de repente, sopló de golpe la vela y salió corriendo monte arriba. Atravesó ruidosamente la maleza con toda la rapidez que le permitieron los pies y su corazón aún encogido. Las ramas y hojas le rasguñaban los cachetes, pero él por nada se detenía.
Cervantes ya le pesaba en la espalda y le faltaba el aire cuando llegó a la parte más alta de aquel monte, desde la que se veía el lago. Sin pararse a reposar, sosteniéndose con las manos en las rodillas, hizo un esfuerzo por divisar los detalles del lago. No veía el barquito, pero no creía que él hubiese corrido más rápido que el río. De pronto distinguió pequeños puntitos de colores desparramados por la superficie del agua y tuvo la seguridad de que veía su larga hilera de lágrimas de Cristo. Dio un grito de alegría y se tiró en la grama sonriendo, con el corazón de su tamaño normal y sintiéndose abrazado por la circunstancia. Mamá había leído su dedicatoria para ella.
Ya más calmado, respiró profundo un par de veces para recobrar el aire y se sentó a contemplar el lago. Vio bailar los puntitos de colores, como poco a poco se iban distanciando el uno del otro, pensó en mamá de nuevo y rompió a llorar.
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