Por: Anab.vegalo

Se conocían desde hace años, Raquel y Daniel tenían amigos en común y dos vidas completamente diferentes. Ella casada, con hijos y un caos en su cabeza, no sabía hacia dónde se dirigía su vida, había dejado de ser ella, Raquel, se convirtió en mamá y sentía un inmenso amor incondicional por su familia, un amor que la hacía invencible, podía con todo, aún en sus días más grises… sacaba fuerzas y se alimentaba de ese amor de madre. Apenas tenía tiempo para ella, ya no sabía qué le gustaba, ni qué quería. Se había dedicado en cuerpo y alma a su familia y así pasaron los años, creyendo que su vida era su familia… hasta que un día Raquel se dio cuenta de que lo que ella creía no era real, los niños se convirtieron en adolescentes, y no requerían tanto la presencia de su madre, sino la de sus amigos e iguales, esto permitía a Raquel disponer de tiempo para ella y así es como se redescubrió. Lo único que había podido seguir haciendo durante estos años fue escribir y plasmar en una hoja sus sentimientos y emociones, al igual que una adolescente, no contaba nada de lo que realmente habitaba en su cabeza, nadie sabía lo que hacía palpitar su corazón, ni ella… pero Daniel se encargó de confrontárselo y hacerla ver cuál era su verdadero deseo, ahogado en el tiempo.

Daniel, un chico con pareja desde hace años, en la cual se sentía atrapado. Él tiene muy claro lo que quiere de la vida, vivirla con mucho humor, una filosofía de vida y una madurez que sorprendió a Raquel. Entre ellos había una conexión en la forma de enfocar y ver la vida, charlar y tomar alguna cerveza intentando comprender el mundo que habitaban sin llegar a ninguna parte, pero ambos se sentían bien y eran conscientes de que tenían muchas cosas en común a pesar de dos vidas completamente diferentes. Mensaje a mensaje se sentían más cerca y fueron capaces de sacar a la superficie y reconocer lo que sentían en el uno por el otro. Para Raquel fue una liberación aceptar y admitir que deseaba a otros hombres a parte de su marido, ya no se sentía mal, ni culpable de su realidad, era un deseo lo que brotaba de su interior.

“No hay nada más divertido que hacer lo imposible”

Cada noche imaginaba cómo podía ser un encuentro con Daniel, él es un apasionado de las motos,… una ruta para disfrutar del paisaje, de las curvas, una comida,… sería perfecto pasar un día juntos charlar, reír y poder mirarnos, sin reprimir la atracción que ambos sentimos, besarlo, sentir cómo sus manos recorren mi cuerpo cada vez más excitado, ya hemos probado el sabor de nuestros cuerpo, algo que nos encanta y demuestra una atracción sexual de la que no podemos escapar, sólo disfrutar del momento compartido, es grande muy grande la sensación placentera de compartir y dejar llevarnos, es una química que envuelve la atmósfera de la que no puedes salir, no quieres salir, quieres más y deseas que nunca termine. Su olor penetra hasta lo más profundo de mi ser y me confirma que las leyes de la física o la atracción existen, conexiones creadas de las que formas parte y te sientes inmensamente bien, comprender que ese es tu lugar, que todo pasa para algo y que ese algo se llama Daniel.

Yo esperaba en el parquin como habíamos quedado, le vi llegar en su moto, él extiende su brazo y me da el casco para que me lo ponga, me subo a la moto, le abrazo y comenzamos nuestra aventura, sintiéndonos libres, disfrutando del paisaje y de las curvas, estamos completamente compenetrados, la velocidad y las curvas provocan que me agarre con fuerza a su cintura, es una experiencia de confianza mutua, un único objetivo, pasarlo bien y saborear cada instante, cada segundo y no puede faltar el humor, éste es nuestro punto de partida, sin fecha de caducidad, hasta que la atracción dure y el deseo desaparezca y deje de ser una constante en nuestras vidas, sabemos cómo empezó y nada más, la historia se construye con cada mirada, risa, gesto, y el sólo hecho de pensar el uno en el otro.