Por: Viejoperuano

Mientras preparaba un chilcano más, Lolo me miraba.

Puse tres hielos en el vaso, una medida de pisco, dos de ginger ale y algo de limón; mientras lo hacía, le comentaba sobre mi frustración. Me miraba con ojos atentos y por momentos parecía asentir.

Sentía que nadie me entendía y que yo a nadie comprendía, me sentía sólo y Lolo siempre era una buena compañía; me escuchaba dándome una atención que no había sentido antes. Me visitaba poco, pero cuando llegaba me acompañaba sin quejarse, mejor aún, sin criticarme. Al terminar la preparación volví a sentarme en el suelo, más tranquilo con el nuevo cóctel en la mano e intenté ordenar mis ideas. Era yo o eran ellos, mi soledad no tenía límites, era infinita.

Lolo, como siempre, escuchaba tranquilamente mi monólogo.

No era sencillo ser el gordito sin gracia del salón, menos ser el tímido misógino en un universo machista. Mientras otros presumían sus conquistas, algunas notablemente bellas, yo sólo podía decir con algo de orgullo, que logré hacerlo con mi mano izquierda, quizás pensando en alguna de las novias ajenas.

En el segundo sorbo del nuevo trago, Lolo maulló, se desperezó y saltó por la ventana y como cada noche, volví a quedarme bebiendo solo.