El Amor en Tiempos del Coronavirus

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El Amor en Tiempos del Coronavirus

Por: Laura Santestevan Bellomo

La nada corresponde al siglo XX, o en todo caso al XIX, así que nada nuevo se mueve bajo el sol. Entre “Humano, demasiado humano” de Nietszche, y el “Tratado de la desesperación” de Kierkegaard, ya no habría mucho más para decir. El amor venía mal, rectificado, cosificado, desposeído de sí mismo, vacío, alienado, mercantilizado, banalizado, de existencia superficial y puntual cercana al no ser.

El coronavirus no hizo nada, o tal vez sí, encapsular y hacer explotar situaciones, trivializar otras, impedir unas cuantas y, quizá, por qué no, profundizar unas pocas, esas ya consagradas o a punto de hacerlo, en ese anhelo necesario de buscar el ego un refugio más potente en la figura de ese otro que tengo y al que amo y me ama.

Pero no fue esa la norma.

La norma fue la satanización del amor.

¿Qué pasa si ese alguien que me gusta tiene Covid y me contagia? Mejor no empezar relación ninguna. Si en vez de gustarme me encanta, el Covid no me importa tanto o más bien no pienso en él, porque la posibilidad de que justo mi persona amada esté contagiada es exponencialmente baja, y no existe un hisopado universal que me permita saber al toque las condiciones sanitarias de mi amor. Los muy temerarios se la juegan, los más cuidadosos y conservadores, no. Las dos situaciones, son una mala cosa.

Pero como dije, la cuestión ya venía mal de antes, no del año pasado ni del otro sino de mucho más atrás. Rimbaud y Baudelaire se hubieran reído del coronavirus, si ellos de todos modos lidiaban con algo bastante peor, que era la tuberculosis, que para colmo de males o de bienes, hasta tenía un halo romántico, pues las mujeres más hermosas y los poetas más brillantes, morían tísicos.

Volviendo a los tiempos actuales, cada vez son más raros los encantamientos, las sensualidades puras, las mariposas estomacales, y el coronavirus lo que hizo fue empeorar la situación a la enésima potencia. Ese otro que me gusta, al que amo y deseo, resulta que tiene puesto un bozal, y ese artefacto de caballo hace que ya no me guste tanto.

Es realmente una brida en diferentes diseños que convierte a mi amor en un ser ridículo y payasesco, digno de una sonora carcajada si no fuera porque detrás del barbijo se puede esconder un virus muy contagioso, una enfermedad incurable y una muerte, de la que debo huir, aunque con cierta culpa, porque tampoco estaría bien que deje al potencial contagiado y enfermo a solas y que se arregle como pueda, y en este caso mucho peor, puesto que se trata de mi potencial amor, novio, marido o amante.

Mi amor puede morir, pero también puede matarme. Seguro que la información se manejó bastante mal en el mundo entero, pero no debieron ser falsas las imágenes de los muertos en Ecuador, en Italia, en Estados Unidos, gente metida en bolsas negras de plástico a las que ni siquiera dejaron despedirse de sus familiares, tiradas en la calle porque ni las funerarias ni los cementerios daban abasto.

El coronavirus, decía, satanizó el amor. El otro, al que podría amar dentro de las tantas formas posibles, se convierte en objeto de miedo, me alejo de él, me cuido, lo mantengo lejos, me privo y lo privo de besos, caricias y abrazos.

Además, si habrá satanizado el amor el Covid-19, que al menos en mi país se incrementó el número de asesinatos a mano armada, y de manera muy especial, la violencia doméstica hacia las mujeres, contándose en un corto período, un número exponencial de muertes. Hubo un hombre que también mató a los hijos, y otro tiró a su mujer por la ventana de un enorme complejo habitacional y después se tiró él.

Por si fuera poco, sale a luz una red de pedófilos, un número creciente de nombres conocidos, profesionales, políticos, ex jueces, todos ellos organizados, abusadores de menores, cuyos nombres se ocultan y ninguno es procesado. Hasta el Poder Judicial falla cuando más lo precisamos. Uno se pregunta si la pandemia la constituye realmente el virus, o el femicidio, el asesinato y la pedofilia, unida a la pérdida masiva de fuentes de trabajo, el hambre, la suba de tarifas esenciales por el flamante gobierno, la pérdida de fuentes de trabajo, la precarización laboral, la desinformación, el aumento exponencial de los suicidios, de las enfermedades mentales, y la precarización de toda la sociedad.

En síntesis, en tiempos de coronavirus, vaya y ame todo lo que pueda y como pueda, porque el futuro es totalmente incierto, y vivir un gran amor, aun nihilista y desesperado, es humano, no importa si demasiado humano, cuando al menos por un momento o un tiempo más largo quizá, es posible vivir esa sensación de empoderamiento, felicidad y de eternidad, tan opuesta al programa apocalíptico que parecen querer proponernos los malos, satánicos y poderosos del mundo.

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