El Paraíso de la Caverna

Inicio / Románticos / El Paraíso de la Caverna

El Paraíso de la Caverna

Por: Tati Aparisi

Somos dos extraños en un bar: tú con tu chupa de cuero, yo con mi rubio artificial. Las lúgubres luces de una lámpara cuyos mejores días son ya fruto del pasado parpadean haciendo volar a los mosquitos y otros seres pegados a su mampara. Tu pelo castaño parece totalmente negro bajo la pobre iluminación del local.

Me miras y das un trago a tu copa mientras yo rebusco en mi bolso hasta dar con un cigarrillo. Sólo escucho la voz de Tom Meighan cantando el estribillo de Where did all the love go? mientras camino rauda hacia la puerta, y el repiqueteo de mis botas junto al tintineo de los abalorios de charol con cada paso que doy. Me giro para hacerle un gesto rápido al desaliñado hombre que se esconde tras la barra mientras seca desganadamente un vaso con un paño y decirle que volveré, que sólo voy a fumarme un cigarro, mientras tú estás moviendo la cabeza suavemente al son de la música.

Sonrío mientras la puerta se cierra detrás de mí y una húmeda ráfaga de viento me alborota el cabello. Había olvidado que llovía.

Escucho la puerta abrirse y el crujido de los escalones de madera vieja que preceden la entrada al local. Eres tú, desconocido, con la oscura chaqueta colgando ladeada sobre el hombro, su negra piel reflejando suavemente la amarillenta luz que asoma por las ventanas del bar, y los ojos grises enmarcados por tupidas pestañas mirando hacia ninguna parte.

Giras la cabeza, me sonríes y te marchas, aun con la lluvia cayendo y cada vez más gotas dejando marca en tu camiseta, como si de pequeños impactos de bala se tratara. Te despido con la mano mientras me llevo el cigarrillo a la boca, la boquilla ya está manchada de carmín, y el humo te persigue como una sombra, como un conocido y blanco fantasma.

No te conozco de nada, pero me pregunto qué había en el fondo de esa copa, qué ha llevado a esos ojos del mismo color del cielo a no saber hacia dónde mirar y a esos labios rosados a sonreír con tanta tristeza.

Sólo eres una persona frágil, con miedo a romperse; sólo eres un extraño caminando bajo la lluvia. Espera, creo que estoy hablando de mí.

En el fondo de mi copa está aquel amanecer tan nuestro después de esa noche tan larga y oscura, cuando el cielo era del mismo color que tu pelo y las nubes que se fueron con el crepúsculo del mismo color que mi carmín. Están las largas horas que perdiste trazando con los dedos el mapa que forman los lunares de mi cuerpo y contando historia tras historia, narrándome cada una de tus aventuras. Aún recuerdo cada una de tus palabras, pero he olvidado el sonido de tu voz.

Recuerdo tu bufanda roja alrededor de nuestros cuellos mientras la nieve caía, como si de un hijo rojo se tratara. «Para que no pases frío, amor», me decías; y justo después rodeabas cálida y posesivamente mi cintura con tu brazo.

Me jode que hayamos hecho trizas todos los castillos que construimos en el aire, que ahuyentáramos a todos los dragones buenos y quedaran sólo las doncellas malas, que haya comenzado a llover y nos manchemos los pies de barro en el reino que erigimos durante todas esas conversaciones de cama en las que, además de salvar el mundo, lo recorríamos, yo volando en bicicleta y tú llamándome desde un taxi.

Quizá no valíamos como guionistas de la historia del príncipe y la princesa; quizá intentamos abarcar demasiado y nos estalló la burbuja estrepitosamente, los protagonistas del cuento dijeron «ya basta» y se rebelaron contra nosotros a caraperro. Quizá nunca fuimos los escritores de esta novela porque era una obra sobre víctimas y no de culpables. Tal vez nunca llegamos a entender la magnitud de lo que habíamos creado. Porque claro, a ti nunca te gustó el pop-rock de la década de los 90 y a mí me encantaba repetir una y otra vez esos versos como quien pide tabaco.

Ya no hay más dolor, ya casi ni escuece. Es como si el mar se secara dejando únicamente un rastro de sal en el fondo. Pero pasa lo que a las heridas cuando les echas sal, que queda cicatriz.

Platón estaba en lo correcto: las imágenes en la pared son mucho más fáciles de sobrellevar.

Dejar un comentario

Your email address will not be published.

Información básica sobre protección de datos Ver más

  • Responsable El titular del sitio.
  • Finalidad Moderar los comentarios. Responder las consultas.
  • Legitimación Su consentimiento.
  • Destinatarios .
  • Derechos Acceder, rectificar y suprimir los datos.
  • Información Adicional Puede consultar la información detallada en la Política de Privacidad.

Esta web utiliza cookies, puede ver aquí la Política de Cookies