Maratón

Inicio / de Aventuras / Maratón

Maratón

Por: Iñaki Díez

Mareado y aturdido empiezo a correr. Tengo que salir de aquí lo antes posible, todo
depende de ello. El corazón me palpita en las orejas, esto amortigua los gritos. Subo por
el camino, no puedo parar, cojo sólo lo necesario y salgo corriendo, tengo que llegar
antes que ellos.

Llevo toda la noche sin dormir, escuchando golpes y gritos, me duelen los brazos y
estoy cansado. Tengo sangre seca en las manos pero no es mía, pero ahora eso no es
importante, todo depende de que llegue antes que ellos. Al menos el camino es bastante
llano, de momento, lo que me permite ir a buen ritmo, contando que no he dormido no
me puedo quejar de cómo están respondiendo mis piernas.

Mientras sigo avanzando me llegan olores que nunca había reparado en que estuvieran
allí. Recuerdo perfectamente el olor de cuando llegué y no es el que estoy percibiendo
ahora. Ahora el aire huele amargo, a sudor, a muerte.

Intento no tropezar con ramas y plantas, una caída ahora podría retrasarme demasiado, y
ello tendría consecuencias catastróficas. Sigo corriendo, lo más rápido que puedo,
necesito acortar la distancia con mi destino. No sé qué puedo hacer más… rezar nunca
me ha servido para nada, pero si alguien me está escuchando no me vendría mal algún
tipo de ayuda.

Poco a poco el terreno mejora, ya no es blando. Puedo apretar un poco el ritmo. Todo
me pesa, incluso el agua que llevo encima pero no puedo tirarla, la necesitaré más
adelante. Tener un objetivo me ayuda a no pensar, a no pensar en el horror que he
vivido durante esta noche.

Recuerdo notar un calor extraño en las manos, cuando la sangre cayó sobre ellas. Yo
apretaba con fuerza pero la sangre no paraba de salir, caliente, oscura. Y cuanta más
salía, más oscura se volvía su mirada, sus pupilas dilatadas se clavaron en las mías.
Intentó decirme algo, pero no pude oírle. De hecho no escuchaba nada, tan sólo mi
corazón latiendo con fuerza en mis oídos. Seguía apretando y su vida se escapaba por
entre mis dedos, poco a poco su calor se apagó y su mirada quedó negra para siempre.

El sudor empieza a caer por mi frente. Las gotas resbalan dejando unos surcos en el
polvo que cubre mi piel, una gota cae en mis labios, pero tiene un sabor extraño, sabe a
metal oxidado. Las ramas de los helechos me pinchan las piernas al pasar junto a ellas,
alguna creo que me puede haber incluso cortado, ahora ya da igual, nunca sabré qué
sangre me pertenece y cuál no.

Un dolor empieza en el flanco derecho. Tengo que parar para respirar, pero no puedo.
Tengo que llegar antes que ellos, eso es vital, aprieto los dientes y trato de acompasar la
respiración con mis zancadas. Supongo que el estrés me ayuda a mantener el ritmo pero
sé que va a venir y debo prepararme para ello. Sin pararme saco el agua y le doy un par
de tragos. Y de repente empieza a llover.

“Lo ves como no sirve para nada…” Me echo la bronca a mi mismo por creer en que
algo podría favorecerme, ahora tengo que tener más cuidado, si no llueve mucho no
habrá problema, pero si empieza a caer fuerte puede embarrar el camino y eso me va a
ralentizar.

No sé cuánto rato llevo corriendo pero estoy empezando a notar que mis piernas ya no
son tan ligeras, aunque la lluvia no va a más, nunca me ha gustado mojarme, me pone
de mal humor. ¡Atento! Creo que hay algo en el camino, parece como un arbusto
grande, pero se está moviendo… Rezo para que no me persiga, hay jabalíes por esta
zona y si se siente amenazado podría destriparme con uno de sus colmillos con tanta
facilidad como la que se unta la mantequilla en una rebanada de pan.

Me pongo a gritar para ahuyentarlo, cuanto más me acerco más claro veo que es un
jabalí. Tan solo espero poder esquivarlo si se lanza contra mí. Acorto la distancia y el
bicho no se mueve… Aprieto el paso, que al menos tenga que esforzarse si quiere
pillarme. Paso por su lado lo más lejos posible, pero sin desviarme demasiado. ¡No
tengo tiempo que perder! El bicho me gruñe y sigue pastando. Puede que sea por mi
olor que haya decidido no atacarme, a lo mejor ha pensado que somos incluso parientes
lejanos… Se me escapa una carcajada y eso me da fuerza. Sigo avanzando.
Aquí el camino empieza a ponerse técnico y la lluvia no ayuda, tan sólo espero no
tropezar…

De repente me asalta un dolor de cabeza muy intenso. Tengo la boca pastosa y ¿Qué es
esto? ¿Arena? Me doy cuenta que me he caído, pero ¿Cuánto rato llevo tumbado? Tengo
una herida en la cabeza y la sangre me resbala por la frente, creo que no me he roto
nada pero estoy metido en un zarzal, por debajo del camino. ¡Maldita lluvia! El cielo me
responde con un trueno, señal de que el tiempo va a empeorar así que no hay tiempo
que perder. Tengo que llegar antes que ellos.

Entre arañones y punzadas consigo salir, y trepando un poco llego de nuevo al camino.
Voy a dar un trago de agua, ¡mierda, he perdido el agua! Pues tiraré sin ella…

El dolor de cabeza es brutal, casi me nubla la vista, y con cada paso siento como si me
golpearan con un martillo, pero no puedo parar, aprieto los puños con rabia y sigo
adelante, ya falta poco para llegar…

Voy saltando entre las rocas, ayudándome con las manos cuando la cuesta es muy
empinada y mis pies ya no se agarran al suelo como antes. Está empezando a oscurecer
y eso sí que es malo, si me alcanza la noche tendré que parar, porque no puedo correr a
oscuras, así que tendré que llegar antes que ellos y que la luna… ¡Por fin! ¡La carretera!
Nunca me había alegrado tanto de pisar firme, esto significa que la ciudad está cerca,
puedo lograrlo…

Veo unas pequeñas luces al final, ya estoy llegando, aunque la noche se me está
echando encima, un último esfuerzo. Llegaré. Llegaré antes que Ellos…

Entro en la ciudad, parece que me estaban esperando, ¿puede que hayan oído mis
sandalias golpeando los adoquines? No lo creo, seguramente estaban preparando la
evacuación de la ciudad, por si acaso. Subo la calle principal, paso por delante del
tempo de Atenea, me dirijo hacia el ágora, allí estará esperándome la Reina. Acabo de
darme cuenta de que no siento el brazo izquierdo, aunque puedo moverlo tengo una
sensación extraña en él… pero tengo que entregar el mensaje, antes de que lleguen los
Persas…

Resbalando por el suelo de mármol, entro en el ágora, casi no puedo tenerme en pie.
Caigo al suelo y todos se arremolinan a mi alrededor. Prácticamente no les entiendo, y
casi no les veo. La sangre de la brecha en la cabeza cae por mi cara como una sábana
húmeda, no puedo verla, pero puedo sentir su calor en mi piel. Como antes, como
durante la batalla en la playa.

Una bofetada me devuelve al mundo de los vivos, la Reina me está mirando con cara de
susto, me está preguntando algo, pero no la entiendo… me duele el brazo y el pecho…
V…Vi… no salen las palabras de mi boca, Vi…Vict…

Veo a alguien por detrás de la reina, a él si le veo. Me tiende su mano, se la doy, y se
acerca a mi para susurrarme algo al oído.

¡VICTORIA! Fue la última palabra que salió de mi boca, antes de irme con él. Todos
empezaron a correr, gritándose los unos a los otros, preparando a la ciudad para la
tormenta que se avecinaba. Debían resistir hasta que llegaran los refuerzos desde
Esparta.

Ahora me siento bien, descansado y tranquilo. Mis cortes ya no sangran y mis piernas
no pesan, el dolor del pecho ha desaparecido. ¿Lo has hecho tú? Él simplemente sonríe,
me abraza y me lleva con él para descansar, por fin, en su reino.

Dejar un comentario

Your email address will not be published.

Información básica sobre protección de datos Ver más

  • Responsable El titular del sitio.
  • Finalidad Moderar los comentarios. Responder las consultas.
  • Legitimación Su consentimiento.
  • Destinatarios .
  • Derechos Acceder, rectificar y suprimir los datos.
  • Información Adicional Puede consultar la información detallada en la Política de Privacidad.

Esta web utiliza cookies, puede ver aquí la Política de Cookies