Blanca en Negro

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Blanca en Negro

Por: Luis Uriarte Montero

Camino por la alameda procurando no llamar la atención, llevo una mascarilla como todos estos meses y me acuerdo de mi infancia.

Era una mañana de invierno, el día 3 de febrero, la nieve caía sobre mi pueblo, entonces yo era un niño y esa fría mañana la conocí, llevaba un gorro blanco y una bufanda del mismo color, su tez redonda adornada con un pelo rubio que caía en torrentera; iba con una niña morena y cuando me miró, el mundo se paró en sus ojos verdes, se llamaba Blanca y jugamos a juegos infantiles: la olla, la pájara pinta, etc…

Al cabo de unos días, la pregunté qué chico la gustaba, ella me dijo que uno mayor llamado Francisco, esa tarde salté al burro sin tocar las manos con ese muchacho para impresionarla y de pronto caí de bruces contra el suelo, ella sonrío pero así es el amor de cruel en una niña; pasaron los días y mi corazón latía más fuerte al estar junto a ella, escondernos en un portal y sentir su hálito cerca de mí era la felicidad.

En otra ocasión, fuimos a la verbena mi amigo Ángel y yo, encontrando a Paco junto a Adela, él fumaba, en ese momento, me apercibí que el amor duele, deja un marchamo de melancolía que huele a carbón viejo o a bacalao de las tiendas de ultramarinos de entonces.

Una tarde, Blanca no bajó a jugar, pregunté a su amiga qué ocurría y me dijo que se había marchado urgente porque su padre había encontrado trabajo en otra ciudad lejana de España, había dejado atrás la calle Marquesas con su palacete donde dicen que había fantasmas y era nuestro territorio prohibido, la Casa Grande, donde hubiera celebrado mi boda con ella.

No volví a saber nada de ella, el tiempo pasó, el instituto, la Universidad, trabajar para llevar dinero a casa y si el amor más pleno te fue otorgado, el amor que no espera ser amado , dijo alguien , en mi caso no era así, en la Universidad conocí alguna chica, pero Blanca seguía en mí.

Una tarde, en Zaragoza , durante la pandemia, la reconocí a pesar de llevar mascarilla, ella salía de un bar y la paré colocándome enfrente suyo, al principio no me reconoció, al hablarme de su amiga y Ángel, recordó quién era, la quise invitar a algo pero me dijo que tenía prisa, debía recoger a su hijo en la guardería.

Han pasado muchos años desde entonces, he borrado casi completamente su rostro , no supe sus apellidos, la vida es extraña, la muerte también, estudié filosofía para entender algo el sentido de la vida, no lo sé, espero que la parca ofrezca respuestas para ello, acabé como profesor de Instituto en otra localidad, aún sigo recordando con agrado aquellos años de esplendor en la hierba.

La he buscado por todas las redes sociales sin fortuna, no sé su apellido, es imposible buscarla pero todavía recuerdo su óvalo perfecto y sus ojos verdes.

Me casé y todavía recuero esas pequeñas cosas del esplendor de la infancia: colección de cromos de ciclistas en color, unos alfileres de colores con los que jugué con Blanca…etc. Todo se lo llevará el tiempo que seguirá pasando sobre vivos y muertos como la nieve de ese día en el que la conocí.

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