Aquel Aroma a Lilas

Inicio / Románticos / Aquel Aroma a Lilas

Aquel Aroma a Lilas

Por: Marisol González

Su abuelo le mandó a por un cuartillo de vino. —Algún día podrás con una cántara—le dijo azuzándole el pelo negro y rizado. Sentía una mezcla de emoción y miedo cada vez que tenía que ir a comprar el vino para su abuelo.

El Pez Azul era una taberna tradicional construida en piedra y madera. Se encontraba escondida en las calles del casco viejo de aquella villa marinera escarpada en una ladera que terminaba en el puerto. Las humildes casas pintadas de vivos colores ofrecían un paisaje singular y hermoso.

Estaba regentado por Isidora, una mujer de avanzada edad. Todo en ella era menudo, menos su astucia. Se ataviaba el pelo con un pañuelo negro y tenía muy mal carácter. Pese a estar siempre de mal humor, le gustaba contar chistes picantes, que nunca dejaban a los hombres en buen lugar. Se jactaba de que ninguna mujer se había atrevido nunca a entrar en su taberna. Esta mezcla de atributos conseguía que el local estuviera siempre concurrido de marineros retirados que buscaban algún aliciente en el devenir de los días. En ese particular lugar, se narraban historias del mar, de mujeres, se cantaban viejas canciones y se bebía vino hasta olvidar, momento en el que Isidora aprovechaba a sacar la escoba de debajo de mostrador y les mandaba a todos a su casa con una fuerza inexplicable para su menudez.

Aunque a Lucas la mujer le imponía cierto temor y respeto, estaba deseoso de que su abuelo le mandara a comprar de recadero. Anhelaba ver a Inés. La hija de Isidora era una muchacha alegre y vivaracha, entrada en carnes y más lozana que su madre. Le parecía la mujer más hermosa que había visto en su vida y su voz melodiosa le llevaba al paraíso.

Estaba enamorado. Se lo había confesado a su abuelo, éste, había lanzado una sonora risotada ante la apasionada confesión del muchacho.

—Pero si solo tienes ocho años, Lucas, ¡qué sabrás tú sobre el amor! —Le dijo el viejo, pero a él no le importaba lo más mínimo su opinión. Estaba convencido de que algún día, cuando fuera mayor, se casaría con Inés y su abuelo se pondría un traje y una flor en la solapa.

Ese día, la moza no estaba en la taberna, lo que le proporcionó una gran decepción. ¡Precisamente ese día que se había peinado y lustrado con ahínco los zapatos!

En la taberna, había un par de hombres postrados en un banco de madera con un vaso de tinto en la mano, porfiando sobre algún asunto. Mientras Isidora despachaba el vino al muchacho, se pudieron escuchar unas voces que procedían de la cortina lateral del mostrador que accedía a la vivienda. En principio, parecía un susurro que fue cobrando cada vez más intensidad. Se pudieron distinguir claramente los sollozos de Inés sobre los que se superponía la voz grave y alterada de un hombre. Como una exhalación, Lucas apartó la cortina y subió las escaleras, entró en el cuarto del que procedían las voces, la puerta estaba abierta. Inés medio desnuda estaba siendo zarandeada por un tipo alto y corpulento. El muchacho, como el caballero enamorado que era se abalanzó sobre él, lo pataleo, lo mordió, forcejeó cuanto pudo con su minúsculo cuerpo mientras gritaba: —déjala canalla, déjala, no la hagas daño…—El hombre, lo apartó de un empujón a una esquina de la habitación atónito por el coraje del chico.

La mujer se acercó a Lucas, que se había recompuesto y con los puños en alto y la ira en el rostro hacía frente a aquel gigante. —Vete a casa cariño, son cosas de mayores, eres muy valiente y estoy muy orgullosa de ti— le dijo Inés. Acto seguido, le dio un beso en la mejilla. Lucas pudo fijarse en el pecho blanco como la leche de la mujer y sus ojos llenos de lágrimas, olía a lilas recién cortadas. Jamás olvidaría aquel aroma. Comprendió que lo mejor que podía hacer por su amada era retirarse. Dolorido en el alma, cogió el garrafón y emprendió el camino a casa con paso lento, se sentía tan triste y devastado, que poco le importó la advertencia de Isidora: —no es bueno que los niños se inmiscuyan en cosas de mayores. Ya sabes….tú: oír, ver y callar, aquí no pasó nada— le dijo.

Lucas no comentó nada a su abuelo. Después de aquel incidente, perdió el apetito, estuvo cabizbajo y comenzó con una fiebre que le retuvo en cama varios días. El médico le dijo al viejo que era un virus de primavera, que no tenía mayor importancia, y que después de unos días no sólo se sentiría mejor, sino que además daría un buen estirón y recobraría el apetito.

El abuelo sabía que ningún virus le rondaba al muchacho, que lo que le pasaba al chico era mal de amores.

Cuando Lucas se recuperara se emplearía a fondo y tendría con él una larga conversación sobre las mujeres.

La verdad de tus palabras
Las palabras se engarzan al caracol que trepa
en las flores de papel pintado de una pared barroca,
fantasmas de frágiles dedos postran su estela
en los azulejos verde azules de la cocina,
donde el vapor de agua hirviendo oculta tu rostro
y la verdad de tus palabras, dagas punzantes
que quiebran mi coraza etérea.
Estampas cobrizas en una agotada chimenea,
son facciones fugadas en las grietas de la vida,
vociferan en las goteras perennes y esquinadas
de cavernas herrumbrosas e inquietantes.
El piano de cola adormilado y ausente,
fecunda la tierra con efímeras notas,
brotan frutos prohibidos sobre tu pecho encendido
y súbitamente un aroma a magnolia anuda mi garganta.

Dejar un comentario

Your email address will not be published.

Información básica sobre protección de datos Ver más

  • Responsable El titular del sitio.
  • Finalidad Moderar los comentarios. Responder las consultas.
  • Legitimación Su consentimiento.
  • Destinatarios .
  • Derechos Acceder, rectificar y suprimir los datos.
  • Información Adicional Puede consultar la información detallada en la Política de Privacidad.

Esta web utiliza cookies, puede ver aquí la Política de Cookies