Asesinato en una Fotografía

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Asesinato en una Fotografía

Por: Alberto Ibáñez

Relato corto: asesinato en una fotografía

Sujetaba una caja de cerillas, en ella podía verse impresa una bonita imagen con el logotipo
de un bar de carretera llamado La Taberna del Rock, donde acudían los moteros de la zona
cada fin de semana, mostrando sus extravagantes e impresionantes máquinas de quemar
rueda. Estaba asustado y mis manos temblaban. Saqué un par de cerillas torpemente y las
choqué contra el raspador del lateral de la caja. No acerté al primer intento, pero al segundo
intento, esta vez más pausado y con una respiración profunda, una llama brillante y caliente
apareció ante mis ojos, iluminando la sala donde me encontraba. Tiré las cerillas encendidas
al trozo de leña de la chimenea y dejé que brotaran las llamas. Junté todas las fotos que había
revelado ese mismo día y las eché una a una, viendo como se retorcían, como una danza de
cuerpos flexibles. Era hipnótico. Mientras las pruebas se quemaban, haciéndose cenizas, me
preparé un whisky doble y me senté en el sofá. Era un gran sofá cómodo y ancho, de color
marrón oscuro. Estaba agotado y no tardé mucho en caer dormido. Durante esa noche tuve
varias pesadillas, pero había una que se repetía como el ajo una y otra vez. Una pesadilla que
horas antes la había visto cobrar vida en una de mis fotografías.

Hace 1 día….

Siempre para un nuevo proyecto fotográfico, apuntaba mis ideas en mi libreta favorita. Era
una libreta de color azul oscuro con hojas blancas en su interior, sin líneas horizontales
impresas. Fue un regalo de mi madre por mi cumpleaños y le tenía mucho cariño. En ella,
tenía hojas y hojas con apuntes y dibujos sobre futuros proyectos, creando hermosos
esquemas de mis locas ideas. En esta ocasión, buscaba un reportaje sobre paisajes, más
concretamente, sobre el Bosque de Vermont, a escasos quince minutos de donde vivía. Era
una zona preciosa, con mucha fauna y flora, que desprendía un encanto especial. Esa misma
mañana preparé la excursión con lo que necesitaba exactamente. Cogí la mochila donde
guardaba todo el equipamiento fotográfico y después agarré el trípode que tenía encima del
armario. Lo metí todo en la furgoneta y emprendí el viaje. Pasaron alrededor de quince
minutos aproximadamente cuando llegué al destino, paré el coche y aparqué en un
descampado, con la vista del bosque y sus alrededores delante de mis ojos. Cogí la mochila
con el equipo y el trípode y me adentré en el bosque frondoso. El aire era agradable y fresco,
dejando a mis pulmones renovados a cada paso que daba. Era una sensación increíble que me
puso de buen humor. Todas las ideas las tenía en la libreta por lo que la saqué y vi los bocetos
y garabatos que había hecho en ella. Durante un par de horas me perdí en el interior del
bosque, buscando el disparo perfecto, el disparo certero, para obtener las mejores fotografías.
En mi cabeza sabía lo que iba a hacer, así que empecé a enfocar y apretar el disparador de la
cámara, provocando los clics y clocs, que retumbaban en la espesura del bosque. Saqué fotos
a animales, plantas, detalles minúsculos en modo macro, pero sobre todo una vista general
del bosque, buscando instantáneas de perfecta composición. Salí del bosque, dirección a la
furgoneta, contento y feliz con el resultado que había obtenido esa bendita mañana de otoño.
A pesar de la estación en la que me encontraba, la temperatura era cálida, más parecida al
tiempo primaveral. Bastante agradable por cierto. Cuando llegué a casa, cansado por el
trabajo realizado, me preparé un whisky y coloqué el portátil en la mesa de cristal y madera.
Me senté en el sofá y saqué la tarjeta de la cámara insertándola en la ranura. Durante un rato
visualicé las fotos y me quedé bastante sorprendido con el resultado. Realmente había hecho
una gran sesión y esbocé una gran sonrisa. Como vivía solo en casa y no tenia con quien
brindar, alcé el vaso en alto, estirando mi brazo en su máxima extensión y lo celebré con el
techo en un acto totalmente festivo. Seleccioné varias fotos para ir a la tienda a revelarlas y
tenerlas en papel, parándome en una en concreto. En ella se podía ver una foto hermosa del
bosque, con muchas hileras de árboles que le daba una profundidad realmente bonita, con
unos rayos de luz atravesando las esbeltas ramas, pero mientras la estaba viendo me pareció
ver que la imagen se movía, por lo que hice un gesto agitando la cabeza de un lado a otro, en
señal de negación. Pensaba que el alcohol estaba empezando a hacer mella en lo que veía, así
que aparté el vaso a un lado de la mesa. Saqué la tarjeta del portátil con la selección de
fotografías ya hecha y salí de casa directo a la tienda de fotografía llamada Peter´s Photo Call.

Era la única tienda de revelado que aún sobrevivía en la ciudad, las demás habían cerrado
hacía tiempo, colgando letreros de “Se Alquila” en sus escaparates. Abrí la puerta de la tienda
y entré. Al otro lado del mostrador me atendió un chico de mediana edad con unas gafas
negras que le hacían tener una mirada interesante. Le dejé la tarjeta y señalé aquellas fotos
que quería revelar en el tamaño estándar, como siempre hacía. Pasadas unas horas vendría a
recogerlas, según me dijo el dependiente, así que me presenté de nuevo en la tienda. Me las
entregó en una pequeña bolsa de papel de varios colores llamativos y regresé a casa, con un
hambre atroz. De camino a casa, paré en la bocatería de la esquina a coger un par de
hamburguesas con patatas y algo de bebida. Ya en casa y después de cenar, retomé las
fotografías y volví a pararme en la misma foto que anteriormente me había parado cuando vi
la fotografía en el portátil. De nuevo, una sensación de miedo y sudor me recorrió el cuerpo,
que iba desde los folículos del cabello hasta la uña del dedo gordo del pie. Mientras sujetaba
la foto, observé que de nuevo se movía, haciendo de una fotografía estática una fotografía en
movimiento saltándose fotogramas a velocidad intermedia. En ella observé algo que me dejó
helado. Una nueva ventana se abría ante mis ojos, dejando una realidad completamente
surrealista a lo que realmente había ocurrido ese día. Cuanto más miraba la imagen más se
acercaba a una escena terrorífica. Podía ver a dos personas, una seguro que era un hombre y
la otra persona llevaba una sudadera negra con capucha que le tapaba el rostro. El
encapuchado sacaba una pistola y le disparaba a la otra persona en la cabeza, cayendo
ruidosamente contra el suelo frondoso. Acto seguido, el hombre encapuchado se echó la
capucha hacia atrás, dejando la cara al descubierto y me miró. No podía ser verdad lo que
estaba viendo. Era yo. El encapuchado era yo. No podía ser verdad, pero mis ojos no
mentían. No me lo podía creer. Me asusté muchísimo, dejando caer al suelo la fotografía.
Notaba cómo el sudor caía por mi frente velozmente, manteniendo la mirada perdida. Varias
preguntas vinieron de repente a mi cabeza. Lo que había visto ¿Era verdad? ¿Había asesinado
a ese hombre?¿Qué había hecho con el arma? ¿Qué haría si la policía venía a investigar?
Estaba bloqueado y mi mente no pensaba con claridad. Sabía que era imposible lo que había
visto, nada que ver con la sesión de fotografía que había hecho. Las dudas surgieron en mi
mente rápidamente, tan veloz como sale el flash tras un disparo. Después de unos momentos
de dudas y agobio, entré en razón e hice lo que creí más acertado. Todo el trabajo de aquella
mañana debía quemarse y así sucedió. En mi cabeza sólo pensaba que eran las únicas pruebas
del asesinato y en caso de que la policía investigara no me podrían relacionar
circunstancialmente, ya que las pruebas yacían carbonizadas dentro de la chimenea. Diría que
esa mañana había estado visitando a mi madre a kilómetros de donde se produjo el asesinato.
Me puse una vaso de whisky y me tumbé en el sofá. Me quedé dormido hasta la mañana
siguiente. Cada vez que sonaba el teléfono o llamaban al timbre me sobresaltaba, tensando
todos los músculos del cuerpo, pero nunca pasaba nada. Pasaron los días, semanas, meses e
incluso años, sin que ocurriera nada. Jamás vino la policía a mi casa a preguntarme y nunca
vendría en realidad. Muchas veces me he preguntado qué ocurriría en el momento de la
detención y en lo que diría a la policía, pero no fue así. Me quité de la cabeza aquella idea tan
disparatada. Nunca más volvería a mirar atrás. Jamás vendrían a por mi. Podía dormir
tranquilo para el resto de mi fotográfica vida.

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