La Cabrita Desobediente

Inicio / Infantiles / La Cabrita Desobediente

La Cabrita Desobediente

Por: David

Había una vez una cabrita llamada Mutola que vivía en un poblado massai al oeste de Kenia, en la lejana África. Su madre se llamaba Sikumi, la cual por su experiencia era considerada un ejemplo de cordura y buen juicio. Pero la Mutola, debido a su edad, tenía fama de tozuda y malcriada.

Un día el pastor sacó al rebaño a dar un paseo por la sabana para que se hartara de la hierba tierna y fresca que por allí crecía. Como de costumbre, mamá cabra aconsejó a su hija antes de empezar a llenar su estómago.

— Come todo lo que quieras, pero no te alejes mucho.

Sin embargo la pequeña Mutola, cansada de sentirse vigilada, aprovechó la ocasión que su madre estaba distraída pastando para trotar un rato a sus anchas. Atraída por las flores de una colina cercana, caminó sin girar la cabeza. De pronto se dio cuenta que se había alejado demasiado del rebaño. Tampoco se había percatado del águila que volaba escrutando el horizonte a la búsqueda de alguna presa. Una cabra suele ser demasiado pesada para tentar a un ave de rapiña, pero una cría de su tamaño podía ser fácilmente atrapada por las garras de aquella rapaz. Entonces la pobre Mutola, escuchó un zumbido estremecedor y al ver a la monstruosa ave que se abatía sobre ella baló con toda la fuerza de sus pulmones.

— ¡Bééééé!

A pesar del miedo que sentía en esos angustiosos momentos, consiguió esquivar la primera acometida mientras gritaba asustada. Pero en la segunda oportunidad no tuvo tanta suerte. Las garras del águila se le clavaron en el lomo. Por suerte, su madre había llegado veloz como el rayo y golpeó al águila cuando ésta ya pretendía remontar el vuelo con la Mutola bien sujeta entre sus patas.

— ¿Lo ves? — exclamó la Sikumi enfadada—. Debes aprender a obedecer y actuar con prudencia.

— Tienes razón, madre. De ahora en adelante procuraré seguir tus consejos.

No obedecer a su madre casi le había costado la vida. Quizás aquella lección habría servido de escarmiento a cualquier otra, pero Mutola era muy tozuda. Sólo era cuestión de tiempo y lo que tenía que pasar, pasó…

Al llegar el verano, hacía mucho calor. Como la cabrita Mutola necesitaba beber, enfiló el camino hacia el río Tsavo. El agua calmaría su sed. No se detuvo a comprobar sus orillas, a menudo infestadas de cocodrilos, sino que puso su boca bajo la corriente y con la lengua iba engullendo trago tras trago. Tan atareada estaba, que no vio al cocodrilo que se aproximaba nadando en silencio. Poco a poco iba reduciendo la distancia que le separaba de la confiada Mutola. Veinte metros, diez metros… ya se relamía de gusto al saber que pronto disfrutaría de una carne tan tierna. Abrió la boca para capturar a la confiada cabrita, pero por extraño que parezca, sus mandíbulas se cerraron vacías en el aire, sin encontrar la presa deseada. La Sikumi había estirado de la cola de su hija Mutola justo a tiempo para hacer fallar en su intento al hambriento cocodrilo.

Luego, la cabrita escuchó el sermón de su enojada madre con la cabeza baja. Sabía que tenía razón. Había sido desobediente y merecía aquel rapapolvo.

Pasaron unos meses.

Dicen que el tiempo borra los recuerdos y la cabrita parecía haber olvidado lo que le había sucedido en anteriores ocasiones. Pero como no hay dos sin tres, la cabrita Mutola también puso su vida en peligro otra vez. De todas formas, había crecido y se había hecho mayor. Y aunque ya gozaba de cierta libertad, aún debía ser vigilada por su madre porque continuaba siendo tan irresponsable como siempre.

— Ten cuidado. Podría atacarte una fiera salvaje — aconsejó la Sikumi como de costumbre.

-¡No te alejes! ¡Ve con cuidado! Siempre la misma cantinela. Estoy harta. Mi madre no se da cuenta que ya soy bastante mayor para saber cuidar de mí misma — manifestó Mutola.

La cabrita se alejó del rebaño trotando sin ton ni son. Así que tampoco esta vez se percató del guepardo que andaba buscando una presa. El felino, confiando en su gran velocidad, sabía que no tendría que esforzarse demasiado para capturar a la frágil cabrita. No necesitaba ni siquiera situarse contra la dirección del viento. Era imposible que la cabrita escapara de sus fauces. Tan pronto se puso en movimiento, iniciando la carrera de persecución, escuchó un balido de angustia. Mamá cabra, exponiendo su vida, acudía a defender a su hija pese a las pocas posibilidades de éxito en un enfrentamiento tan desigual. No obstante, la suerte favoreció a Mutola otra vez. El pastor massai había seguido rápidamente a las cabras y al ver al felino que atacaba a Sikumi y Mutola, armado con la lanza de los guerreros de su pueblo, se enfrentó a la fiera con valentía. El guepardo rugió furioso por quedarse en ayunas y a continuación se alejó buscando presas más fáciles de capturar.

A pesar de la testarudez de la cabrita, aquella vez la Mutola había estado más cerca de morir que nunca y además había puesto en peligro la vida de su propia madre. Por fin aprendió la lección. Desde entonces, siempre siguió los consejos de Sikumi. Así, con el paso del tiempo, como antes su madre y su abuela, también ella se transformó en una cabra sabia y juiciosa. Y cuando finalmente llegó a ser madre de dos hermosos cabritos, les enseñó la prudencia como norma básica de la supervivencia en aquel lejano país lleno de fieras salvajes.

Dejar un comentario

Your email address will not be published.

Información básica sobre protección de datos Ver más

  • Responsable El titular del sitio.
  • Finalidad Moderar los comentarios. Responder las consultas.
  • Legitimación Su consentimiento.
  • Destinatarios .
  • Derechos Acceder, rectificar y suprimir los datos.
  • Información Adicional Puede consultar la información detallada en la Política de Privacidad.

Esta web utiliza cookies, puede ver aquí la Política de Cookies