Terramunt

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Terramunt

Por: Debedea

La familia Carbonell empezó en 1930 tras varias generaciones elaborando vino. Comenzaron con un pequeño viñedo situado en la parte trasera de la casa y poco a poco fueron ampliando la producción con variedad autóctona, almacenando vino de excelente calidad, y apostando por las nuevas tecnologías para permitir una elaboración más controlada. A la vez que se centraban en la recuperación de una clase de uva original, extinguida. Sin escatimar esfuerzos; como si trabajaran en un yacimiento arqueológico pues requiere de mucho tiempo, de sacrificios, constancia y análisis. La finca cuenta con 3.800 hectáreas de viñedos, la apuesta por la elaboración de vino de calidad le abrió las puertas al vino mallorquín, comercializándose principalmente en todas las islas. Como valor añadido muchas bodegas de Mallorca organizan catas tras un breve recorrido por sus bodegas y viñedos, algunas este trayecto lo realizan a bordo de un romántico y pequeño tren que hace las delicias de los visitantes. Unas apuestan por una oferta gastronómica complementaria ofreciendo el típico Pa amb oli (Pan con aceite y tomate) con copa de vino a elegir, y a la caída de la tarde la velada es amenizada con un buen tándem: vino y poesía.

Las Bodegas Carbonell situadas en el pueblo de Terramunt, ubicado en el centro de Mallorca, perteneciente a la comarca del Raiguer, cuentan con varios empleados y un enólogo responsable de dirigir los diferentes procesos derivados de la elaboración del vino, así como de la supervisión de la Bodega. El hijo mayor Damián, es el máximo responsable de la herencia familiar y producción vinícola y quien tiene la última palabra en todas las decisiones. La bodega es muy amplia abovedada con grandes ventanales; sus muros forrados de madera y techos altos cubiertos por vigas que van de un lado a otro de la estancia, numerosas botellas de vino reposan en las estanterías listas para su consumo. Los laterales amueblados por varios barriles hacen la función de mesas para las catas, acompañadas con productos autóctonos como la sobrasada o el queso. A la izquierda, pasando casi desapercibida, se encuentra una máquina registradora de madera perfectamente integrada en la decoración, lo que da a entender que también se vende vino al público. Un largo pasillo lleva a una segunda sala en la que el blanco es impoluto, dispone de grandes cubas de acero y barriles de madera, con una báscula de grandes dimensiones que se utiliza para el pesaje de la uva y una máquina larga y estrecha en la que se tritura. Al fondo, tras una cortina de tiras de plástico, se encuentran trabajando los jornaleros que van dejando la uva en cajas verdes amontonadas, para el inicio del proceso de la elaboración del vino. Precisamente estas bodegas albergan una curiosa leyenda; alrededor del año 1800 un malvado conde, y antepasado de la familia Carbonell, era el dueño de varias fincas y tierras. Su único interés era aumentar su patrimonio a cualquier precio y no tenía escrúpulos en conseguir sus objetivos. Un día a lomos de su corcel dio una vuelta alrededor de su feudo y observó cómo muchos de los terrenos colindantes tenían una gran extensión de viñedos que convertía las haciendas cercanas en productivas y prósperas. La envidia que corroía al conde era de tal magnitud que poco a poco se fue apropiando de todas las tierras de sus vecinos hasta quedarse con la totalidad de las viñas. Pero lo que el conde no sabía era que el destino le tenía guardada una sorpresa envenenada. Obligaba a sus siervos a trabajar en los viñedos de sol a sol, sin apenas comida ni agua, algunos acababan muriendo por inanición y otros deshidratados. La recolección de la uva no prosperaba y las plagas habían llegado a la parte más alta de las cepas infectadas por un hongo denominado Oídium, devastador y de rápida propagación.

Una noche después de que el conde se retirara a sus aposentos escuchó ruidos a altas horas de la madrugada que provenían del exterior del predio. Se asomó por el ajimez (un saledizo que sobresale del muro ante una ventana o balcón cubierto por una celosía, de forma que se puede observar lo que hay fuera pero desde el exterior no se puede ver su interior). Vio presa del pánico cómo una gran muchedumbre estaba en las puertas de la finca; eran los vecinos a quienes les había arrebatado las tierras, llevaban antorchas quemando todo a su paso; lo primero en arder fueron los campos de vid, después fueron lazando antorchas entre las rejas que daban a un patio circular interior, y por las ventanas. En poco tiempo todo el lugar se convirtió en una gran lengua de fuego en la que el conde pereció.

Durante muchos años, aquel paraje fue triste y desolador, nadie quería comprar aquellos campos estériles, los lugareños decían que estaban malditos. Hasta que un buen día el bisabuelo de Damián Carbonell los compró. Pero antes fue en busca del rector del pueblo y le pidió que por favor fuera a bendecir las tierras. Y desde entonces, la buena fortuna continúa en la familia Carbonell.

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