Neptuno

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Neptuno

Por: José María Ramos Navas

San Francisco, 1972. La fiesta era Dan Templeton, sí, él era la jodida fiesta. Ningún otro en la facultad montaba aquellos multitudinarios tinglados. Nació para eso, para montar fiestas en su casa, o mejor sería decir, en la casa que sus padres le cedieron para estudiar.

Pura psicodelia, sólo recuerdo de aquella noche las luces multicolores, caras conocidas y desconocidas impregnadas de nada, bueno sí, de estados mentales alejados de la realidad y de diversión inconsciente. Yo había bebido más de la cuenta, y el humo que inundaba toda la casa me hacía pensar que levitaba por un cielo lleno de nubes espesas y dioses.

Allí estaba ella, la diosa, bailando alocada con un cigarrillo en la boca y una botella de whisky en la mano. Bebía grandes sorbos, yo la miraba extasiado. Sonaba Adriano Celentano, Prisencolinensinainciusol, y ella levantaba la cabeza al techo mientras se movía armónica sin importar qué ni quién había a su alrededor. Dan Templeton vendía buena mierda allí, el mejor LSD que se podía adquirir por aquel entonces en San Francisco.

Yo debía acercarme a ella, era mi gran oportunidad, el universo me gritaba que aquella era mi noche. Cuatro metros inacabables me se paraban de mi musa. La cogería por la cintura, bebería whisky, bailaría con ella y se enamoraría de mí, todo saldría perfecto.

Pero no, no fue así, siempre hay alguien mejor que tú, más guapo, más listo, y ahí estaba él, con su pelo blanco y largo, su imponente barba, su corona, sus músculos de acero y su gran tridente. Neptuno se acercó a mi chica antes que yo. Sí, era él, inconfundible, había elegido la casa de Templeton para pavonearse entre los mortales, para hacernos ver su superioridad, para encandilar a mi chica ante mis narices. Yo lo observaba con envidia, parecía un tipo simpático, interesante, que susurraba ingenios que no hacían más que hacer reír a mi musa. Ni siquiera bebió de la botella de ella, sino que la cogió con su enorme mano y la engulló directamente, tal como la vi descendiendo por su imperiosa tráquea. Tras el gesto, me observó fugazmente. Su mirada, cargada de seguridad, hizo que me temblaran las manos. El Dios Neptuno reparó en mi mediocridad.

Decidí afrontar con valor el reto que aquel ser me estaba lanzando. Acudí al baño para enjugar mi cara y aclarar mis ideas, nada que un buen cigarro de marihuana no pudiera solucionar. Mientras meaba, miles de situaciones me bullían, y en todas salía victorioso ante el osado Neptuno y su afán por querer conquistar a mi chica. Pero la realidad fue bien distinta, en el urinario de al lado se posó el miembro más descomunal que jamás vi en vida. El poseedor era él, como no, que vino a empequeñecerme con su poderosa y contundente arma. No supe qué decir, callado por una enorme verga, el colmo de la idiotez.

Alejado del maremoto, entendí que mis posibilidades de éxito aquella noche eran nulas, por lo que entré en otro tipo de divagaciones. ¿De qué hablaría un Dios?, ¿tendría sentido del humor?, ¿se drogaría aunque sólo fuese por una noche? Las risas procedentes de una de las habitaciones de arriba me hizo caer en la cuenta de que Neptuno no lo abarcaba todo. No todo era mar en este mundo, por lo que, convencido, entré allí buscando algo, no sé qué.

Tres chicas tiradas en una cama contaban historias divertidas de amores pasados. Las paredes, empapeladas al estilo psicodélico, hacían de la habitación y su luz roja, un lugar infame, feo. Ajenas a esto y a mí, las chicas comenzaron a intercambiar besos. Dada la situación, decidí sumarme también a tan promiscua fiesta, a la cual fui acogido con gran júbilo y entusiasmo.

De entre la fealdad de aquellas paredes surgió de repente su hercúlea figura. Sereno, dejando el tridente a un lado, con un leve movimiento de su brazo derecho, me alzó hasta uno de sus hombros, llevándome sin apenas esfuerzo escaleras abajo hasta la puerta principal. Ahí perdí el conocimiento.

Cincuenta años después de aquella noche sigo viviendo en esta deshabitada isla rodeada por extensos mares, esperando el sueño eterno…. o a la chica de la fiesta.

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