La Maiko de las Camelias

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La Maiko de las Camelias

Por: Marguerite Gautier

Intenté calmar mi respiración y nerviosismo. No sé cómo había llegado a esta situación. Solos él y yo, una habitación y una vestimenta de seda que cubría mi anatomía. Sentí cómo me desprendía del apretado Obi, deslizándose la seda un poco de mis hombros, ayudándome a respirar con normalidad.

Leandro recogió el Obi morado, lo arrugó entre sus manos y se lo colocó a la joven sobre sus ojos previamente cerrados. Descubrió el cuerpo de la joven lentamente como si de un regalo se tratase, disfrutando del momento.

— Eres muy hermosa. Amelia. Le dijo entre los dispersos y diversos besos que descendían por su vientre mientras el cuerpo de la muchacha se arqueaba y ella mordía sus labios ocultando el gemido de placer que el joven le proporcionaba.

— Si sigues haciéndome cosas así tiraré la comida.

Leandro depositó las bandejas de sushi sobre uno de los cojines morados del suelo. Ayudó a tumbarse sobre el tatami del restaurante a la joven.

— Ahora no te muevas — Le dijo mientras iba pensando dónde colocaría cada pieza de sushi en la pálida pero hermosa anatomía de Amelia.

Comenzó dispersando unas piezas de sashimi alrededor de los pechos de la muchacha mientras ella intentaba disimular sus gemidos en base al frío alimento. Colocó unos makis sobre los pezones duros de la joven y esta mordió su labio inferior.

— Estos son mis favoritos. Abre muy lentamente las piernas.

Obedecí y sentí una tira fría de pescado en el centro de mi vagina y unos pequeños pesos sobre la misma (supuse que sería el arroz).

Leandro siguió adornando mi cuerpo con la cocina japonesa mientras yo intentaba contener mis emociones por el contacto inesperado del frío de la comida y lujuriosos besos por mi desnudo cuerpo incapaz éste de contenerse.

— Inmóvil como una estatua has de estar, voy a servir la salsa y no quiero pagar el tinte del kimono blanco.

El líquido recorrió el arco de su garganta mientras Amelia se deleitaba de los labios ardientes del desconocido. Este le proporcionó una suave mordedura en sus labios y tiró con suavidad. Gemí de placer. (No lo pude evitar).

— No los ocultes, déjalos fluir.

Poco a poco Leandro fue descubriendo los senos de la joven e inexperta muchacha dejando el maki de atún para el final. Bañó el maki sobrante con la salsa que reposaba sobre el pecho de Amelia y se lo introdujo en la boca mientras estimulaba el pezón de la joven con sus palillos chinos, observando de reojo el contoneo de las caderas y los dedos de los pies retraídos de la joven.

Amelia gemía de placer, no lo podía evitar. Leandro la estaba llevando al cielo, casi podía tocarlo con sus dedos y esa maldita venda que la torturaba haciéndola sentir aún más las sensaciones y emociones que el desconocido le proporcionaba.

Repitió el mismo proceso con su otro seno, muy lentamente. Amelia estaba muy excitada.

— Pon las manos encima de la cabeza.

Cumplí su petición y sentí cómo mis muñecas eran rodeadas por algo rasposo. Imaginé que sería el contenido de la bolsa de seda que había visto al entrar sobre uno de los cojines morados del suelo.

Leandro besó cada curva de su cuerpo mientras terminaba de degustar las diversas piezas de sushi que decoraban a su Diosa dejando su favorito para el final, el nigiri.

Amelia sabía que le quedaba poca comida sobre ella. Por una parte deseaba acabar pero se sentía tan libre junto a él.

Leandro hizo un lento y pausado camino de besos desde el esternón hasta el pubis de la muchacha. La piel de Amelia se erizó mientras esperaba expectante su siguiente movimiento.

— Por favor. Supliqué — Y sentí sus besos en la cara interna de sus muslos — Leandro por favor no lo hagas — Supliqué entre gemidos.

— Estás muy húmeda Amelia — Le dijo mientras jugueteaba con sus dedos arriba y abajo. Amelia gemía mientras le suplicaba que se detuviera.

— Dímelo sin gemir y pararé. Leandro degustó el otro nigiri mientras estimulaba el clítoris de la joven sin parar.

— Por favor… — Gemí

— Regálamelo Amelia, solo para mí, solo a mí.

Amelia sintió un hilo helado rodeando su ombligo y se abría paso como un río por su anatomía inferior.

— Deja a la gravedad hacer su trabajo.

El río de soja siguió su camino hasta la cascada de su sexo mientras el frío recorrido la hacía estremecer. Con el seto depilado todo era más sensible.

— Y todo cauce llega a su fin.

Leandro lamió la salsa de entre sus piernas mientras Amelia forcejeaba con las cuerdas de las muñecas. Acercó sus manos hacía delante pero el hombre las detuvo con rapidez y las apretó con fuerza contra los pechos de la joven mientras él se deleitaba con sus fluidos naturales.

La respiración entrecortada de Amelia, la humedad de su cuerpo, lo lujuriosa y sexy que estaba para él y por él, hizo de Leandro un rey.

— Para por favor, no puedo aguantarlo mucho más…

— Dámelo, solo a mí.

Amelia estalló en un éxtasis como nunca había tenido.

— Eres mía ahora, mañana y siempre.

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