Tentación Teatral

Inicio / Eróticos / Tentación Teatral

Tentación Teatral

Por: Virginia Del Real González

—¿Haces algo el sábado a las cinco?

Sin rodeos, pregunté a Unai para invitarle al musical para el que había conseguido dos invitaciones. Mis amigas me habían rechazado, y dando vueltas sobre a quién preguntar, me vino su nombre a la cabeza. Acabábamos de coincidir en un par de estrenos de cine, y casi se podía decir que ya éramos compañeros de crónicas y reseñas.

—¿Eh no, por qué me preguntas?

Admito que a pesar de conocer a su pareja, Unai me ponía, con ese rollo de dejado pero vestido de marca de arriba a abajo, dulce pero callado, la tentación estaba ahí y después de años, iba a forzar algo maliciosamente.

Aceptó con ese buen rollo que transmitía y casi pude sentir su sonrisa. La cual me regaló cuando nos encontramos en la sofisticada terraza que habían montado al lado del teatro.

Estaba sentado, cerveza en mano, me acerqué arrepintiéndome de haber elegido ese vestido que por momentos me parecía cada vez más corto y estrecho. No tenía claro si la penetrante mirada con la que tuve que lidiar era producto de mi mente o real.

Tras los besos de rigor y pedir un Martini, la ocasión lo merecía, salvé el momento permaneciendo de pie. Era tan cómodo estar a su lado, tenía buena conversación, ayudaba a que todo fluyera y me miraba fijamente, pero sin intimidar.

—¿Entramos?

Me cogió de la cintura y entrábamos a la sala, teníamos buenas butacas en las primeras filas. Llegó el momento de sentarnos, el bolso salvó la catástrofe y bastante digna me acomodé. Tardó poco mi paz interior, Unai cogió mi bolso para dejarlo al lado, mis palpitaciones se vinieron arriba.

—No, trae, prefiero tenerlo encima.

En ese momento las luces se apagaron, la función de verdad estaba a punto de empezar. Unai no paraba de mirar para atrás, no sabía por qué, hasta que me cogió de la mano.

—Ven corre.

—¿Dónde vamos? Esto acaba de empezar.

A la última fila, que se encontraba vacía, igual que las dos de delante, no pude evitar una risa por lo bajo, parecíamos dos adolescentes en busca de oscuridad para dar rienda suelta a los instintos. Se sentó con toda su calma y volvió a dejar el bolso en otra butaca.

—Maldita la hora en la que me he puesto este vestido.

Sin querer pronuncié estas palabras en voz alta, a la vez que intentaba, sin éxito, estirarlo.

—Yo lo veo perfecto.

Sus ojos clavados en mi muslo, el cual yo intentaba esconder cruzando las piernas y su mano cogió la mía para dejarla en el reposabrazos.

—Relájate y disfruta.

Eso iba a hacer, centrarme en la obra y pasar de mis piernas descubiertas, pero sus planes eran otros y sin mediar palabra su mano se posó en mi muslo haciendo fuerza para separarme las piernas.

Estaba pasando, me estaba metiendo mano y me iba a dejar, de hecho, mi mano, nerviosa, se fue de forma refleja a su entrepierna a la vez que ahogué el primer jadeo deslizándome en la butaca.

—Me vuelves loco niña.

Su voz en mi oreja, su boca bajando por mi cuello, sus dedos abriendo mis pliegues para darme placer. Todo esto en la oscuridad de un teatro en acción, pero otro tipo de acción.

Se me hizo eterno, pero el éxtasis llegó y lo tuve que ahogar tapándome la boca con mi mano libre. Sacó sus dedos de mí, llevándoselos a la boca y relamiéndose, justo el gesto necesario para liberar mis instintos.

Liberé su abultado paquete y llevé mi boca hacia su pene. Iba a hacerle una mamada a Unai en medio de un espectáculo. Escuche su gemido de aprobación a la vez que ponía todo de mi parte para acabar antes de que nos pillaran, las circunstancias provocaron que acabara engullendo su orgasmo.

Me incorporé relamiendo mis labios ante su cara de gozo.

—Vámonos de aquí.

De nuevo me cogió de la mano bajo una orden que me volvía a encender. Salimos del edificio, no tenía ni idea de nuestro destino. Cruzamos la calle y nos dirigimos decididos al hotel de enfrente. No habíamos hecho suficiente el loco ya.

Hizo el «checkin» como si fuera algo natural, pero su sonrisa nerviosa, ante mí, le delataba. Planta once, mi mente perturbada fantaseaba sobre qué hacer en esos pisos.

Le comí la boca antes que las puertas se cerraran, reaccionó plantando una mano en mi culo y subiendo mi pierna y el vestido a su cadera. Nos estaba quedando una crónica perfecta. El ruido del ascensor al llegar a la planta nos hizo reaccionar, por suerte no había nadie en el pasillo.

Logró meter la dichosa tarjeta para abrir la puerta y la tiró al suelo, y a mí contra la cama. Se desvistió rápido pero seguro, desafiándome con esa mirada tan suya, inmóvil, contemplaba nuestra personal función, se tiró hacia mí con ganas.

Me puse encima suya, justo donde quería y di rienda suelta a mis caderas, haciendo él, lo propio con los botones de mi vestido, nada que decir, todo por hacer. Nos devoramos, nos follamos como bestias y caímos exhaustos.

—Desde que te conocí, supe que esto acabaría pasando, inevitablemente.

Sus dedos se deslizaban por mi pelo con tal dulzura que me estremecí.

—Siempre he sentido esa forma tuya especial de mirarme, justo como lo estás haciendo ahora. Ha sido increíble, pero no debería haber pasado.

Los dos teníamos pareja, yo conocía a la suya, nuestra moralidad tenía un problema, nuestra desbocada lívido, otro.

—No deberías haber pasado por mi vida niña.

Sus besos me desbordaron, no podía parar. Se colocó encima, estaba tan mojada que no tuvo mucho problema para entrar hasta dentro y más. Sentí miedo, por su forma de hacerlo, tomando su tiempo, cruzando miradas, colmándome a besos. Esa tarde podía pasar cualquier cosa.

—Hostia niña me vas a matar.

Acarició mi cara con ese gesto que antes había sentido y había evitado que llegará a más. Rompí el extraño silencio.

—¿Nos damos una ducha? Total, la has pagado ya, vamos a hacer gasto.

Me levanté intentando aparentar normalidad y me dirigí al baño, siguió mis pasos y nos metimos juntos bajo ese chorro de agua que esperaba limpiara todo. Enjabonó primero su cuerpo, luego el mío con total delicadeza, cómo alguien tan rudo podía ser así. Dejé que me lavara la cabeza, cerró el grifo sin perder el contacto visual en ningún momento y me cubrió con una enorme toalla para secarme, mientras él, continuaba desnudo.

La situación era tan intensa que no sabía qué estaba sucediendo de verdad entre los dos.

—Me gustas mucho, demasiado.

Abrazados permanecimos un eterno instante, los dos. Rompí yo el momento.

—Que frio.

Me vestí apresuradamente, negada a pensar. Él hizo lo mismo, sin dejar rastro apenas, más allá de una cama medio deshecha la cual evité mirar, dejamos atrás aquella habitación y su intensidad. Ya en el ascensor Unai me besó con su ternura gélida.

—¿Todo bien?

—Claro.

Respuesta poco concluyente la mía, lo notó. De nuevo las puertas del ascensor decidieron por mí.

—No sé qué voy a hacer contigo niña.

Su abrazo ya en la puerta del hotel me acabó de romper.

—¿Cómo vuelves a casa?

Sus dedos recorriendo mi rostro no ayudaban en nada.

—En tren, lo cojo aquí mismo, ¿y tú?

—Pillo un taxi a casa, te acompaño.

Que pijo renegado era, y cuánto me atraía.

—No hace falta, ya nos veremos.

Le di dos besos normales fugaces y apresurados y corrí hacia la estación evitando la tentación de mirar hacia atrás. Para qué, sabía que estaría con las manos en los bolsillos mirándome.

Me senté, el tren arrancó y yo tenía que volver a mi vida normal. Sin pensar en lo que había pasado, fuera culpable o no. Me llegó un mensaje que no debí leer.

—Eres tan especial que algo voy a tener que hacer contigo niña.

Dejar un comentario

Your email address will not be published.

Información básica sobre protección de datos Ver más

  • Responsable El titular del sitio.
  • Finalidad Moderar los comentarios. Responder las consultas.
  • Legitimación Su consentimiento.
  • Destinatarios .
  • Derechos Acceder, rectificar y suprimir los datos.
  • Información Adicional Puede consultar la información detallada en la Política de Privacidad.

Esta web utiliza cookies, puede ver aquí la Política de Cookies