Palomas en Vuelo

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Palomas en Vuelo

Por: Gloria Galán Mon

Nunca supe por qué estaba Elia allí, qué es lo que había hecho. Se oían muchos rumores, que si era merchera y le habían obligado a casarse con otro que la maltrataba y que ella se cansó, que si era puta y se había cargado a un cliente baboso, e incluso que era una señorona de buena familia que se quitó de encima al marido. Pero a mí me daba igual, el caso es que ella estaba allí y era lo principal, jamás se lo pregunté, aunque ella sí lo hizo el primer día que llegué.

La verdad es que estaba acojonada, era mi primera vez en un penal y había escuchado muchas historias acerca de lo que les pasaba a los jóvenes que pisan por primera vez una cárcel. No despegaba la espalda de la pared del patio y mis ojos iban y venían en todas direcciones, intentando prevenir lo que podía ocurrir. Entonces dos tías enormes, con el cráneo rapado se acercaron a donde yo estaba y empecé a temblar. Venían sonriendo socarronas, mirándome con ojos codiciosos y cuando llegaron a mi altura, alguien se puso delante de mí y las paró con un gesto de la cabeza. Era Elia. Las dos fulanas se pararon en seco y se dieron la vuelta refunfuñando.

—Gracias —Mis palabras salieron en un susurro tan bajo que ella se volvió y me dijo— ¿Qué? Anda «pringá», vente conmigo.

Fui detrás de ella hasta una zona donde había un grupo en corrillo, ella se abrió paso y me señaló —Una perita en dulce, habrá que vigilar dónde se mete— Dijo sonriendo.

Las demás me miraron, unas con pena, otras con desdén y volvieron a lo suyo. Yo no sabía qué hacer y miré con disimulo a mi salvadora. Era joven, no tanto como yo, unos diez años más, imaginé, no era fea pero tampoco guapa, estaba fornida sin llegar a ser gruesa, y cuando sus ojos descubrieron a los míos observándola, chispas verdes salieron de sus pupilas marrones.

—¿Y de donde sales tú, pajarito? —Me preguntó, acercándose— Mucha pinta de malota no tienes ¿A ver, por qué te han pillado?

No me apetecía nada contar mi vida delante de todas aquellas, y ella lo notó. Me cogió del brazo y tirando de mí me llevó hacia una de las esquinas del patio.

—¡Venga canta pajarito, que no tenemos todo el día!

—Me llamo Celia —Le dije un poco mosqueada— ¡Huy Celia y Elia, que monada! ¿No te parece?

Su comentario hizo que sonriera y ella me imitó. Cuando sonreía todo su rostro se iluminaba y conseguía parecer hermosa —Fue mala suerte -Le confesé— Mi chico y yo pasábamos para un narco y perdimos la pasta. El tío vino a por nosotros, y se enzarzó con Gus, en la pelea se le cayó la pistola y yo … la cogí… y disparé, me lo cargué. Lo malo es que el narco pertenecía a una banda y han jurado vengarse.

—Mala cosa pajarito, pero mientras estés con nosotras, estarás segura. Te lo prometo.

—¿Y que tengo que hacer a cambio?

—Lo que tú quieras, pajarito, lo que tú quieras —Me contestó con chispas verdes en sus pupilas marrones.

Tus pupilas mirándome a todas horas, y yo, no queriendo verte, hurtando mi mirada de la tuya, buscando en el cielo palomas en vuelo.

La vida en la trena es como todas en sí, horarios, monotonía, amistades, indiferencia, odios. Ya me lo decía mi madre en el barrio —No te metas en líos, niña. Huye de ellos, no te enfrentes a nadie.

Pero claro, yo como siempre, por un oído me entraba y por el otro … pues eso, y aquí me pasa lo mismo. No soy yo mucho de esconderme tras las esquinas, así que cuando una de las jefas de por aquí me quiso ningunear, la enfrenté y lo pagué. Me encontraron en el cuarto de la limpieza inconsciente. Después de pasar un par de semanas en la enfermería, volví a mi celda y me preparaba para ir a las duchas cuando Elia se asomó y desde la entrada apoyada en la reja y con los brazos cruzados me espetó —¿Ya has aprendido pajarito?

No le contesté, sólo la miré con rabia, recogí la toalla y me dispuse a salir, pero ella me lo impidió —¡No pajarito, no vas a ir sola a las duchas, yo voy contigo!

Cuando llegamos allí no había nadie y me dirigí a los bancos para dejar mi ropa. Me la quité poco a poco, me dolía todo el cuerpo aún, y entonces Elia masculló —¡La ostia, como te han puesto! Déjame que te ayude, anda.

Y me ayudó a quitarme la ropa, después cogiéndome del brazo me llevó hasta la ducha más próxima, tomó la esponja de mis manos y me dijo —Yo te ayudo pajarito— Y su voz era dulce como la miel.

Contemplo a las palomas huyendo del vuelo certero del halcón, huir con ellas, y tu mano en la mía, reteniéndome.

—Qué piel más suave tienes pajarito, la mía es áspera como la lija —Dijo enjabonándome la espalda.

—Un poco exagerada eres tú ¿No? —Le contesté sin volver la cabeza.

—No, qué va, toca —Me dijo, extendiendo el brazo descubierto, y yo la toqué, despacio, con temor.

No, no era como la lija, era dura, fuerte pero agradable.

—Me haces cosquillas —Y su voz sonaba cantarina.

Pasó la esponja por mis hombros, me estremecí, y ella lo notó —¿Tienes frío? Este agua nunca está caliente.

Me levantó el cabello y frotó la nuca y yo no sabía qué me pasaba, qué estaba sintiendo.

Jamás había sentido con Gus ese deseo, notaba los latidos de mi coño y me sorprendía.

—Elia ¿Qué me estás haciendo? —Le pregunté volviéndome hacia ella.

Y ella me miró con chispas verdes en sus ojos marrones y me besó, despacio, solo un leve roce en mis labios, y quise más, y los entreabrí dejando asomar la punta de mi lengua, esperando, deseando y el deseo se cumplió, y sentí su lengua entrando en mi boca, buscando la mía, amándola.

Pasamos unos minutos así, recorriéndonos mutuamente la boca, dejando que se conocieran y entonces se separó y me miró muy seria.

—¿Has estado alguna vez con una mujer?

—No, ni siquiera lo había pensado.

—Vaya, así que voy a ser tu primera vez. Espero no defraudarte —Me dijo y volvió a besarme y entonces sus manos duras, fuertes, fueron plumas en mi piel. Acarició mis costados bajando hasta las caderas, y tomó mis nalgas con ímpetu, acercándome a ella.

—Te vas a mojar —Le susurré.

—Ya estoy mojada, pajarito, muy mojada.

Se arrodilló delante de mi y comenzó a besar mi tripa, jugó con su lengua en el ombligo mientras con las manos me acariciaba los muslos. Suspiré y ella me miró golosa —Ven pajarito.

Comenzó a jugar con mis rizos, entrelazando los dedos en ellos y con la otra mano, separó mis piernas, noté sus dedos sobrevolando mi sexo, sin acercarse, haciéndome desearlo. Y por fin, su mano encima de él, un dedo entrando en mí y yo recibiéndolo feliz.

Mientras su dedo buscaba en mi interior, sentí su lengua en mi clítoris, que se hinchó dichoso, entonces ella perdió la cabeza y se volvió una tigresa devorando a su presa, con ansia, con impaciencia, lujuriosamente, y yo exploté entera.

Después, ya calmadas le pregunté —¿Y tu?

—Ya habrá tiempo, pajarito, mucho tiempo.

Pero no lo hubo, aquella fue mi primera y última vez con una mujer. Al día siguiente apareció colgada en su celda. Dijeron que fue un suicidio pero yo sé que ella no se iría así.

Y ahora, aquí me tienes, buscándote en el vuelo de esas malditas palomas.

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