Más Allá de los Límites

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Más Allá de los Límites

Por: Derila

Ella permanecía en el tercer mundo del amor esperando ayuda humanitaria, provocándose miles de lluvias para no morirse de hambre.

Un año y tres meses, con algunos días, fue demasiado tiempo, ya lo había fantaseado miles de veces en cada ocasión en que se hacía el amor. Imaginaba su cuerpo y, sobre todo, sus besos cálidos y unos brazos en los que firmar un contrato de alquiler con opción a compra.

Cuando le pidió un abrazo nunca imaginó llegar más allá de sus límites, a pesar de que se tenían y poseían cada vez que se miraban pues su atracción era más que evidente.

Él le iba racionando el cumplimiento de sus deseos con detalles y canciones dedicadas que, letra a letra, ella iba diseccionando y encajando a la perfección en su historia de amor.

Lo intentó de tantas formas, tan competitivo era que aquí tampoco conocería la derrota.

Aquel vídeo, aquella canción desconocida hasta entonces, dio en la diana del placer y la volvió loca hasta el punto de darse de cabezazos contra su moral y dedicarse toda clase de insultos siendo el más leve: “has caído, gilipollas, ya no hay vuelta atrás”.

Aquella noche apenas durmió, ralló el disco de su memoria con aquella canción, volvió a ver el vídeo una y mil veces más cuestionándose quién era ella para poner límites a lo que sentía. Ya no podía más.

No hay razón para esconder lo que sentimos por dentro/así que apaguemos las luces y cerremos la puerta…

¿Cómo una canción pudo removerle tanto, desesperarla hasta el punto de echarle en cara que siempre le dejaba el papel más difícil, el de los límites y preguntarle dónde estaban sus valores y pedirle un por qué a sus acciones?

Una simple respuesta: “porque te amo”, le bastó. Tanto y tan poco hacía falta ya para convencerla.

Buscaron el sitio perfecto y cuando se encontraron solos en aquella habitación, quedándoles una única forma de hacer el amor, expusieron sus cromos y completaron la colección.

Ella le dejó entrar, cerró la puerta con llave mientras él la esperaba con ganas para alzarla y posarla sobre la cama, se acercó más, sus labios se conocieron y encajaron de otras vidas, él, como un actor el día del estreno, con su obra bien ensayada, le dijo que la iba a llevar al mar y de ahí a las estrellas y de ahí a…. Para entonces ya habían desembocado las olas en su puerto y, a pesar de lo mojada que estaba, ardía de placer. Para entonces ya no había límites, ni moral, ni barreras… para entonces eran ellos dos y sus cuerpos.

Sobraba ya la ropa, le quitó la blusa y el sujetador, admiró su delantera, la aceptó como un trofeo, la mordió como muerden las medallas los ganadores, siguió hacia su ombligo y cuando intentó quitarle el pantalón ella sólo acertó a decir: “no puedo contigo”.

Una vez despojada de su ropa interior, con un leve movimiento de su manos le pidió que le dejase acceder. Escuchó cómo él decía: “tengo una misión aquí” y se dejó hacer y se dejó llevar hasta que cumplió su promesa.

Luego le llegó el turno a ella, “me rindo”, jadeaba él mientras ella, sentada encima, le ordenaba: “¡ríndete!”

Y una vez vencidos ambos, una vez perdida la batalla y derrotados, volvieron a ese abrazo hasta que lograron recolocar sus corazones quedando grabadas en sus retinas aquellas libélulas testigos de un encuentro que, por mucho que quisiesen, no se podría repetir.

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