Las Esperanzas de Patricio Ley

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Las Esperanzas de Patricio Ley

Por: Julian Jacorzynski

-¿Matilde? ¿Eres tú?

-Sí, estoy en la cocina señor Ley. ¿Necesita algo?

-He tenido una pesadilla, soñé con mi familia, ellos, estaban…- No debo decirlo, no quiero siquiera nombrarlo, no es verdad, es solo un sueño, no es real… -¿Sabes dónde está Lilian? – Pregunto ruborizado.

-Salió… No sé dónde está. ¿Se encentra usted bien? – me pregunta secamente y entra en la habitación. Se acerca, tiene la cara embozada con una tela negra, sólo logro ver sus ojos. Su mirada perdida me incomoda, esa forma de pronunciar las palabras me provoca una sensación de angustia. Parece estar disgustada, calla por algunos segundos, se encoge de hombros y sale precipitadamente sin ruido alguno.

-¡Necesito mis medicinas! ¿Dónde está mi esposa?- Escucho un fuerte portazo, nadie me contesta.

Matilde desapareció. Siento cómo el silencio penetra mí alcoba. Entra Mercy, un gato negro que fue rescatado hace días por Matilde. Lo encontró en la calle, tenía las patitas enmarañadas con una cuerda y una ligera herida en la cabeza. El gato camina alrededor mío, de seguro estará hambriento, pero… ¿Cómo darle de comer?

-Ah, joder… ¡Matilde, sírvele de comer a Mercy! –Silencio.

-¿Hay alguien allí? ¿Jorge? ¡Contesta! Sé bien que ya has vuelto.

Siempre hace lo mismo, le hablo y no responde. No lo entiendo, sólo busco cierta conversación. Quiero saber sobre su vida, necesito estar pendiente de sus preocupaciones, quién sabe, ¿Quizás tenga una novia? ¿O un novio? Un verdadero padre debería de saber cómo hablar con los adolescentes, intentar pensar como ellos, actuar como ellos, utilizar incluso su propio lenguaje, simplemente seguir su “flow”. ¿Por qué me ignora? ¿Acaso no le demuestro cariño?

Mi infancia estuvo repleta de cosas bellas y delicadas. Recuerdo esa apacible seguridad del hogar, el cariño infantil que se me daba, la abundancia de amistades que tenía. Era una vida sencilla y amena. Mis padres me demostraban el cariño suficiente. Creaban un ambiente grato, tibio y luminoso.


Yo era un buen alumno. Un chico adorado por todos, no por ambición o soberbia, sino por una capacidad de empatizar con las personas. Algunos dirían que el altruismo siempre ha sido mi cualidad innata por excelencia. No lo niego para nada. Buscaba compañía, anhelaba la amistad. Así es como conocí a Jaime. Ahora cierro mis ojos y parece que veo su imagen. ¿Dónde fue? Sí, ahora vuelvo a recordar. Era una noche apacible, tranquila, perfecta para un paseo bajo la resplandeciente luz lunar. Bajo el mármol había un chico tocando la guitarra. Cantaba una canción de John Lennon, tan bella, tan sentimental… Me senté a su lado y me deleité con su hechizante voz. Al terminar, le pregunté por su nombre. Me contestó con humildad y veracidad: “Soy Jaime, Jaime Lozano y soy libre”.

Al día siguiente salimos al oscurecerse el cielo. Conservo de aquella noche un recuerdo muy claro. Cuando muy tarde ya, emprendimos ambos el regreso, bajo la turbia luz de los faroles, en la noche mojada y fría, iba yo borracho por primera vez en mi vida. Los dos estábamos borrachos. Íbamos cantando, bailando, platicando, fue una de las mejores noches que he tenido, y no hablo aquí del alcohol sino de mi única y veraz amistad.


-Buenas tardes señor Ley! Enseguida le traigo su comida, mientras tanto tome sus pastillas. – dice Matilde, interrumpiendo mis recuerdos. Bebo y la miro con hostilidad.

-¿Te han llamado Lilian? ¿Y Jorge? ¿Dónde estabas?

-Nadie ha llamado. Aquí no hay nadie. Lo siento, yo…– Se me acerca y me susurra:

-Encontré una carta en el sofá, creo que es de su esposa.

-¿Una carta?

-Se la dejo aquí. – Guarda silencio y al pasar unos segundos dice fríamente- Señor Ley ya limpié la cocina, también los baños y el patio delantero. Le daré su comida y tendré que irme. Regresaré mañana por la tarde.

-¿Y Lilian?- pregunto con desgano. Calla, me mira con melancolía y sale de la habitación.

-Voy por la comida- Responde desde la cocina.

Me quedo solo, y con el corazón palpitante contemplo por un largo rato la carta que me dejó Matilde.

Mercy se me acerca. El gato se acuesta conmigo en la cama. Me mira. Pareciera que me quiere hablar. Creo que me tiene cariño. ¿Por qué no me dice que me quiere? ¿Por qué no me besa? Lilian me lo dice a diario. Me escribe cartas bonitas, me llama a diario… Aunque últimamente no viene. Dice que su madre está enferma y es su responsabilidad cuidarla. Le tengo confianza porque es mi esposa. Somos un matrimonio feliz, desde hace ya 28 años. Es la madre de mis hijos: Jorge y Emilia. Recuerdo cuando viajaba con Lilian. Sentía que cuando estaba con ella, el mundo ardía en nuevos colores, las ideas volvían a mi alma, el ingenio y el fuego llameaban en mí.

Antes de conocerla llevaba yo tanto tiempo arrastrándome ciego e insensible por la vida, con mi mente divagando por todas partes. Al conocerla sentí, en medio de la miseria algo así como una liberación.

Vuelvo a visitar los lugares que hemos amado: el restaurante en la orilla del mar donde el dueño nunca olvidaba servirnos nuestros platos favoritos. El mar está a unas dos horas de nuestra casa. Gracias a ello en los veranos teníamos la costumbre de visitar una pequeña ciudad en la costa, llamada “Altea”. Memorizo su bella plaza rectangular con sus casas pintadas de diversos colores. Su modesta belleza nos encantaba. La gente amable y bondadosa, el muelle que daba al mar. Todos los días, a las siete de la tarde un gran barco salía al mar abierto por un par de días. Cada mes disfrutábamos de estos magníficos paisajes. Es el amor el que me mantiene con vida en este mundo tan ingrávido y frágil, es ella mi estrella más preciada del espacio.

Extraño hacerle el amor. Añoro su mirada. ¡Extraño su cuerpo! Sus ojos llenos de fuego, sus labios rojos y ardientes, sus pechos firmes, y su sonrisa tan simple…

Esa tarde de amor fue fascinante, no quería que nada se perdiera, ningún tacto, ninguna palabra, ningún gesto, pero el final se acercaba, irremisiblemente, y tuve que vigilar el tiempo que pasaba. Soltó algunas groserías, pero las dijo con un tono muy triste, y luego sollozando, ya no aguantó más, abandonó cualquier clase de movimiento y se apartó de mí. Estábamos acostados el uno al lado del otro y ella me dijo:

-Me encanta hacer esto contigo.

-Sabes bien que siento lo mismo- Me acuesto a su lado y la acaricio.

-Quiero irme de aquí. Me encantaría formar una familia. Solo contigo, Patricio. Estoy exhausta de estos viajes, de esta ciudad, de esta gente mediocre. Necesito un cambio, te lo pido, deja este trabajo y vayámonos de aquí de una vez por todas…

-Aquí está; Una chuleta con patatas fritas y de postre una galleta baja en calorías, ¡Bon apetite! – Matilde me entrega el plato.

-¿Desea algo más?

-No… pásame mis lentes quiero leer esta carta. Puedes irte, gracias.

No tengo ganas de comer. Mercy de seguro estará hambriento, a él le servirá mucho mejor esto que a mí.

-¿Te gusta la chuleta?

Dejo el plato debajo de la cama y abro la carta.

¡Patricio!

Esta semana no podremos visitarte. Pat tiene mucho trabajo y los niños están ocupados por los estudios. Otro día será, el lunes quizás. Solo te quiero recordar que deposites el dinero pendiente a la cuenta bancaria, al nombre de Wilson Pat. El número de su cuenta es 001234343232.

Dile a Matilde que lo haga, soló pásale la cuenta.

Adiós.

-¿Has visto gato? ¡Mi familia nos va a visitar! ¡Tenemos que prepararnos! Mis queridos niños y mi amada esposa…

-Miau – Levanta la cabeza al terminar de comer y mueve su cola.

-Voy a llamarle a Jaime. Hace mucho que no hablamos. Tengo que invitarlo.

-¿Jaime? Soy yo, Patricio. ¿Cómo has estado?

-¿Patricio? Ah sí… ¿Cómo te va? Oye que casi me olvido, hace mucho te presté mi pequeño ordenador y ahora que lo pienso, lo necesito.

-¡Claro! Ven a visitarme, mi esposa y mis hijos van a venir. Llegan el lunes, acá te espero. ¡Prométeme que vendrás! Le ayudaré a Matilde a preparar una deliciosa lasaña. Hay tantas cosas que te quiero contar. ¿Sabes que tengo una mascota? Es un gato, y creo que me tiene cariño. Matilde lo salvó hace….

-¿Jaime?

La llamada se ha cortado.


En la mañana siguiente me despierta un ruido insoportable, como si alguien tocara el timbre y después la puerta. Maldita silla de ruedas, con ella uno se siente inválido, sin ella no me puedo mover… Logro abrir la puerta. Es mi doctor familiar, aprecio su cara inexpresable e impenetrable. Levemente me toca la mano simulando un saludo fraternal.

-Señor Ley, me consta informarle que su esposa me ha encargado de avisarle sobre la necesidad inmediata de traslado a la casa de retiro. Todos los gastos serán cubiertos por Wilson Pat. Como el doctor familiar, insisto en que considere usted esta posibilidad. La enfermedad ha hecho avances notables. Mañana a mediodía vendré a por usted. Recuerde llevar solo las cosas indispensables. ¡Venga, ánimo! ¡Cuídese!

Cierro la puerta y nadie irrumpió más en el silencio.

-¿Irme de aquí? No, ninguna prisa. Hay cosas que hacer. Mi familia me va a visitar. Mañana, te lo repito, Mañana. Estarán todos conmigo. Tenemos que prepararnos gato, limpiar, hacer la mesa, cocinar. ¡No me iré! ¡Ellos vendrán! ¡Es mi familia! Se me caen algunas lágrimas, Mercy se levanta y se frota contra mi silla de ruedas.

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