El Color Imperfecto

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El Color Imperfecto

Por: Jaime Galán

Jona nació un día lluvioso de otoño, las gotas chocaban violentamente sobre el parabrisas del coche mientras Jack, padre de Jona, conducía a gran velocidad por la autovía. El hospital quedaba a 30 kilómetros del pueblo, el sol estaba por ponerse cuando la naturaleza intervino en el camino de Jona a la vida. Un zorro naranja como el fuego se cruzó en el camino, lo que provocó un súbito giro de volante, las ruedas chirriaron, el lateral del coche entró en contacto con la gravilla haciéndolo patinar hasta la cuneta, donde chocó con el quitamiedos quedando todo en silencio durante algunos segundos. Jack miró hacia la parte de atrás donde se encontraba su mujer, llorando, había sangre en el asiento y su brazo había recibido un corte por los cristales de la ventanilla.

Unas luces cegaron a Jack durante un segundo, la puerta del piloto se abrió de golpe.

-¿Estas bien? – gritó otro conductor que se paró a socorrerlos.

-Mi mujer, mi mujer, ¡está embarazada! – exclamo Jack entre sollozos.

El otro conductor abrió la puerta de atrás mientras Jack salía del coche, le dolía la pierna y sentía un pinchazo muy agudo en el cuello, pero la adrenalina de su cuerpo no le dejaba pensar en otra cosa que no fuera en Nina.

-¡Súbela a mi coche, el hospital está a 5 minutos de aquí! – grito el otro conductor mientras sacaba a Nina del coche.

Jona nació 6 horas después del accidente, Nina sufrió un traumatismo y la pérdida de sangre sumada al esfuerzo del parto derivaron en un coma del que no volvió. Jona nació con Acromaptopsia Cerebral o Monocromatismo debido al accidente, su vida desde el minuto que abrió los ojos se vio envuelta en una paleta de grises, blanco y negro.

A la edad de 7 años Jona se fue a vivir con su padre y su abuelo a un pequeño pueblo rural del sur de España. Su padre era ingeniero de minas y había ido a realizar un estudio del terreno. Su abuelo Antonio dedicaba la mayor parte de su tiempo a pintar, pintaba desde el alba hasta el ocaso y Jona se pasaba el día con su abuelo pues su padre estaba en el estudio. Todos los días al salir del colegio su abuelo lo llevaba al campo con dos atriles, un par de lienzos, y un pequeño maletín de madera donde guardaba todos los enseres necesarios para la tarea.

-Abuelo ¿de qué color pinto el campo? – preguntó el niño mientras miraba al horizonte.

-Hijo, el campo es del color que tú lo ves- le respondió.

-Pero en el colegio me han dicho que tengo que pintar el campo verde, amarillo o marrón…- replicó Jona enfadado.

-Jona, lo mejor de pintar es que nadie puede decirte cómo debes hacerlo- le dijo su abuelo.

¡Pero yo no sé qué es amarillo ni qué es verde!- gritó frustrado mientras tiraba el estuche de acuarelas al suelo.

-Jona no debes enfadarte por eso, solo debes pintar el mundo como lo veas, ya que solo tú puedes apreciar tu arte, los demás jamás van a ver lo mismo que tú y eso te hace especial- le respondió mientras recogía las acuarelas y se las daba – pintar es dejar que tu mano le enseñe a los demás lo que sólo tus ojos e imaginación pueden ver.- concluyó mientras daba una pincelada a su cuadro.

Jona creció con esa idea en la cabeza y desde ese día pintó y pintó hasta que no quedaron ni un rio, amanecer u ocaso que no viera y plasmara. Pasaron once años entre cuadros, botes de pintura y brochas. A la edad de dieciocho se fue del pueblo para estudiar arte en Madrid, su abuelo le regaló un pincel y tres botes de pintura, uno negro, otro blanco y otro gris, mientras le decía:

-Hijo ha llegado la hora de que le enseñes al mundo tu propia visión del mundo.

Abuelo, algún día todos verán mis cuadros y se quedarán admirados- le respondió con los ojos envueltos en una capa cristalina.

En Madrid Jona se encontró con un mundo de posibilidades y oportunidades, galerías, artistas y experiencias que le marcarían de por vida. Sus años de universidad fueron duros, ya que desde que empezó los profesores no podían entender su visión de las cosas. Le infravaloraban y forzaban a seguir patrones que él odiaba o directamente no entendía. Siempre se sintió muy apoyado por sus compañeros y amigos y eso fue algo que se vio reflejado en su etapa artística universitaria, él no estaba acostumbrado a tener amigos, venía de un pueblo pequeño y nunca se había relacionado mucho. Los años pasaban y Jona sufría altibajos tanto emocionales como físicos, su visión había vuelto a deteriorarse, ahora le costaba mucho ver bien cuando había mucha luz y eso le llevó a sentirse más desplazado de la sociedad. Pero no todo fue malo ya que por esa época conoció a Elisa, estaba en su clase de dibujo y sus trabajos siempre despertaban en Jona una sensación que no había sentido antes. Elisa le enseñó la belleza detrás de la oscuridad.

-Siempre te quejas de que no entiendes los cuadros de los demás ni lo que quieren decirle- dijo.

-Pero Elisa, es verdad ellos no me dicen nada mientras que cuando miro los tuyos consigo ver más allá- le respondió.

-Jona, ojalá pudieras ver lo que yo veo y siento al ver tu obra, es tan colorida… cálida y fría al mismo tiempo, es un reflejo del propio universo- le dijo mientras acariciaba el lienzo que estaba sobre la cama de Jona.

Era feliz, pero no le duró mucho. Jona odiaba los teléfonos móviles le resultaban insustanciales ya que no podía apreciar los colores de la pantalla, por eso mantenía la tradición de enviarle una carta a su abuelo cada dos semanas. Esa semana no llegó, por lo que llamoó a su padre, que le comunicó que su abuelo estaba ingresado en el hospital y que no quería alarmarlo que solo era una gripe. Un mes después la gripe se complicó en una neumonía, lo que se llevó a su abuelo y derrumbó a Jona por completo.

El día del funeral, Elisa lo acompaño hasta Mijas, donde por primera vez Jona enseñaría uno de sus cuadros, era un retrato de su abuelo que pintó con los tres botes de pintura blanca, negra y gris que él le regaló y había guardado durante años. A nadie le gustó, su padre le pidió que se lo llevará, que no quería verlo y eso hizo, lo tapó con dos cartones y lo guardó en lo profundo del sótano de la casa de su padre.

Durante 15 años Jona no recibió más que rechazos por parte de las más grandes galerías de Madrid, Barcelona, Valencia, incluso en su pueblo no quisieron que expusiera una serie de cuadros del pueblo visto desde distintos ángulos. Se casó con Elisa y fueron a vivir al norte donde tras varios años de estudio ambos consiguieron plazas, el de administrativo y ella de profesora de arte.

Al cumplir los 40, Elisa le regaló un viaje a Nueva York y él ,encantado, viajó sin siquiera saber qué es lo que el destino le deparaba. Meses antes su mujer había visto que el Eden Fine Art Gallery abriría sus puertas en el barrio del SOHO y que buscaban material para su primera exposición. Elisa sin que Jona lo supiera volvió al pueblo y rescató el cuadro de su abuelo, lo fotografió y lo envió a la galería. A los dos meses recibió una llamada que le preguntaba detalles del artista, su vida y obra y que habían decidido exponerlo en su sala principal, Elisa con el corazón desbocado compró los billetes a Nueva York y puso en marcha su plan.

A su llegada a la gran manzana Jona estaba eléctrico, él jamás había dejado de lado el arte, seguía pintando cada vez que podía, pero nunca más volvió a intentar exponer sus obras. Tras dos días en la metrópolis y después de haber visto el barrio más famoso de Nueva York por sus artistas y soñadores, Elisa le dijo que había conseguido dos entradas para la primera exposición de una nueva galería del SOHO y que esa noche conocerían a un nuevo artista que había sido seleccionado entre miles de propuestas para ser el primero en exponer en la sala principal.

Era una noche fría, llegaron un poco antes de la hora y tras una larguísima cola por fin entraron en la galería. Estuvieron paseando por sus pasillos y plantas durante una hora aproximadamente cuando se anunció que se iba a abrir la sala principal. Una vez todos los presentes se hallaban en la sala, el cuadro que tenía una larga cortina roja tapándolo cayó y dejó ver ante los atónitos ojos de Jona cómo su cuadro, su abuelo, estaba delante de todos y mientras aplaudían, él lloraba. Su mujer lo abrazó y él a ella, cuando la gente estaba saliendo de la galería se quedó él solo en la sala, mirando el cuadro en silencio, miró a su derecha y sintió a su abuelo a su lado-

-El mundo ha podido verte a través de mis ojos abuelo- dijo con voz entrecortada.

-Tenías razón hijo, al final todos han podido percibir lo que tú has podido ver desde niño -escuchó en su cabeza.

Se quedó ahí de pie hasta que Elisa vino a buscarlo. Esa noche pensó en su abuelo y en su madre, en cómo toda su vida había sido distinto y cómo por fin el mundo se puso en su lugar. Por fin había encontrado el color en sus ojos imperfectos.

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