Henry y Marcelo

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Henry y Marcelo

Por: E.P.M.

– “Los pacientes con migraña prefieren a sus neurólogos rubios”, leyó Marcelo en voz alta. Ese día había encontrado un hueco para hojear su bandeja de correo electrónico y rescatar algunas publicaciones científicas, relegadas constantemente por la premura que trae consigo el día a día. -¿Has oído, Henry? Y luego te preguntabas por qué decidí ocultar mi naranja zanahoria. Me tomaste por loco entonces, pero en verdad soy un visionario ¿Quién es ahora el raro?, expresó con sorna. En su cara se reflejaba la satisfacción de sentirse en un acierto.

– Por mucho que te sorprenda lo sigues siendo tú, contestó Henry a lo que le resultaba una obviedad.- De haber mantenido el color original es más que probable que hubiera perdido docenas de pacientes, tras la primera consulta. El hecho de pertenecer al raro club de los pelirrojos estigmatiza, más aún si tienes una consulta privada. En el servicio de salud público se conforman con que el profesional del otro lado sea amable. Si además el tratamiento prescrito funciona les da igual el pelo, su ausencia o si tienes tres ojos. Por eso me teñí de rubio, porque tengo muchas facturas que pagar. Demasiadas. Tras lo de Gabriela se duplicaron. ¡Arpía chupa billetes!, maldijo.

– ¡Qué ingenuo soy! Siempre hubiera jurado que lo hacías por lo horrendo del color – se mofó Henry- y porque después del divorcio estabas a la caza y captura de una nueva compañera. Más joven y menos promiscua.

Marcelo se acercó al aseo y desde allí, con la puerta entreabierta, le aseguró.

– Definitivamente el rubio es mi color.

Su convicción obligó a Henry a poner los ojos en blanco.

El olor a perfume, en exceso, invadió a Henry, mucho antes de que la puerta del excusado se abriera por completo. Comenzó a revolvérsele el estómago, al tiempo que se le alojaba en el interior de la cabeza un atisbo de molestia.

– ¿Nadie te ha dicho que hueles que echas para atrás?

Marcelo se había acicalado para la nueva recepcionista. Haría acto de presencia en breve, con la llegada del primer paciente de la tarde.

– ¡Abre una ventana, por el amor de Dios! Voy a terminar asfixiado y Marga asqueada.

– ¡Has tenido suerte, Henry! Me ha sobrado queso de la ensalada. En el restaurante italiano ponen demasiado en su Cesar, en detrimento de pollo. Recuérdame que el próximo día la pida en el take away de más arriba. Aunque claro, no te interesa, por lo que no me lo recordarás y deberé cederte el que me sobre.

– ¡No me lo des, por favor! Soy débil y voy a comérmelo, rogó Henry histriónicamente.

– ¿Por qué te resistes? ¿Hay restos de salsa y por eso no te agrada?

– No es eso. Es que estoy luchando contra mi propia naturaleza. Como tú con el asunto del pelo.

– ¡Vamos, tonto! Sé que te va a encantar.

Suena la puerta y una joven, con sonrisa de anuncio de dentífrico, se abre paso tras la invitación de Marcelo.

– ¡Adelante!

– ¡Buenas tardes, doctor!

– ¡Buenas tardes, Marga! Hoy está especialmente guapa.

– Es muy amable.- Agradece por mera cortesía- Tiene al primer paciente esperando. Si quiere puedo abrirle la ventana. Hace mucho calor aquí y no queremos que a nadie se le ponga dolor de cabeza…, comenta mientras camina decidida y la abre, sin esperar la autorización de Marcelo, que sonríe embobado.

– ¡Gracias por pensar en los demás! Como te advertí, le repugna tu pestilente olor a patchouli. No te lo va a decir, aunque ¡lo ha insinuado que no veas! Le ha faltado tiempo para ventilar la consulta. Dudo de tu pericia como médico, en numerosas ocasiones, pero como Don Juan lo tengo clarísimo. ¡Estas más verde que una lechuga!

– Voy a poner a su hámster a la sombra. El pobrecito, con ese pelo y al sol, se le va a cocer.

– Henry es un tipo duro, repuso Marcelo.

– ¡Soy un hámster, no un doberman! Los tipos masculinos optan por los animales grandes o cuanto menos raros. Tú, entre el rubio industrial y la elección de mascotas, estás demostrando que desconoces el significado de macho alfa. Menos mal que elegiste bien el nombre, porque lo que me hubiera faltado es que me llamaras Sultán o Cuchi Cuchi.

Marga, la recepcionista, con demasiados estudios para ese puesto, desaparece para dejar pasar a Lucas, un joven larguirucho acompañado de su madre.

– ¿Cómo has estado estos días, Lucas?, se interesa Marcelo por su paciente.

– He procurado hacerle caso y no comer nada de lo que me indicó, que podía propiciar la aparición de cefaleas. No ha resultado todo lo bien que cupiera esperar, comentó altivo.

El tono prepotente molestó a Marcelo. Disimuló.

– Lo que más le cuesta es el tema del queso. ¡Ha salido a su padre! Parecen ratones.

– Piensa que al final redunda en tu propio beneficio.

Si el niñato se ponía pedante, él lo sería más. ¡Bueno era Marcelo cuando se ponía en plan especialista!

Una lucha de gallos en toda regla, pensó Henry.

Moderar el exceso de café, el chocolate y el queso curado, así como los olores intensos a perfume, ayudará a espaciar tus episodios. Eso no significa que no continúen.

– Magníficas recomendaciones, doctor. ¡De diez! Podrías aplicártelas, ya que gracias a tu baño en Varon Dandy, mi predisposición a las migrañas, esas que no aciertas nunca a diagnosticar, pues no te paras a observar lo suficiente a tu único amigo y confidente, y una cantidad nada desdeñable de queso curado, dan como resultado una tarde insoportable, en la que sentiré mi cerebro latir dentro de mi cráneo y las nauseas acrecentarse, mientras la voz chillona de alguna de tus pacientes me martillea la sesera. El colmo de los colmos, ser un hámster con cefaleas y que tu dueño sea neurólogo. ¡Ojalá me hubiera adoptado un veterinario!

– No te equivoques amigo. El colmo de los colmos es escuchar lo que dice tu hámster, saber qué está pasando realmente en tu cabeza y fingir que nada de lo que oyes es real.

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