Por: Angel Regil

Tu estas ahí, tan próxima.
Y yo aquí, tan cerca de ti.
Pero no nos vemos, no podemos.
Ahora tampoco estoy solo.
Y hay demasiadas distracciones.
Demasiados sonidos subidos de decibelios.
Demasiadas provocaciones de los motores de las máquinas y sus carenados.
Esa XXXIVª Concentración Mototurística Internacional Rías Baixas en Sanxenxo, nos rodea.

Debería llover más sobre Sanxenxo.
Que se cancelen los entrenamientos. Que al menos, hiciera recogernos de forma desordenada y que podamos hablarnos, aunque sea unos segundos, lejos de otras miradas.
Debería llover más sobre Sanxenxo.

Sabía que esta semana ibas a viajar hasta aquí. A reunirte con tus amigas.
A pernoctar seguramente en casa de Marga y Lola, las cuatro noches que me confesaste solo podrías quedarte cerca de mí.

Hace exactamente un año y en parecidas circunstancias y lugar, nos conocimos.
Saber por tu llamada, que sé que te costó hacerme, que volverías a Sanxenxo, me llenó de felicidad.
No era para menos.
Fue para mí, el significado de que había terminado tu no poder huir, encerrada casi tres meses en la localidad donde naciste. Donde viven tus padres, hermanos, cuñadas y sobrinos. Y tu esposo.

Eso significa empezar tu vida personal y profesional en otra ciudad, que te pongas como te pongas, está a una hora de distancia en coche de allí. Y de ellos. Una hora, parece que no, pero es suficiente para tratar de ser otra mujer.
La que deseo.

Tenía el gran temor de que te quedaras a vivir rodeada de los tuyos.
Tratar de envejecer como la mayoría de aquella generación de mujeres que representan nuestro pasado.
Y envejecer con tu marido.
No conmigo.

Pero ya estoy seguro de que no ocurrirá así.

Esos ajustados pantalones tejanos de color blanco, y la blusa, también blanca, medio desabrochada que vistes ahora, me dicen que nos vamos a ver en algún momento, que nos amaremos como aquella tarde.

Es, era, la ropa que llevabas hace un año.
Gracias por acordarte.
Gracias por desearme como hace un año.