Cuaderno en Mano

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Cuaderno en Mano

Por: Nayamar

Mónica estaba profundamente dormida cuando la asaltó el sonido de la alarma del móvil. Se levantó de la cama rápidamente y la apagó para no despertar a Héctor, su marido, que todavía dormía.

Se vistió silenciosamente y se dirigió al baño a comenzar a prepararse para el trabajo. Se miró al espejo y vio que aquello le estaba pasando factura. Tras tres semanas de trabajo frenético su cara reflejaba unas ojeras cada vez más profundas. Se sentía pesada y cansada, debido a la intensidad frenética en la que llevaba trabajando este tiempo.

Se dirigió a la cocina y se preparó un buen café, mientras observaba detalladamente el parque que había enfrente de su casa, y que llevaba vallado tres semanas. Mónica trabajaba de cajera en un supermercado, pero en su vida laboral jamás se había enfrentado a la situación actual, en la que la gente estaba enloquecida y compraba compulsivamente. Estaba viendo reflejado lo peor de la humanidad todos los días. Desde el inicio de la pandemia todo había cambiado profundamente.

Tras coger su bolso salió de casa sin hacer ruido y se dirigió andando al trabajo, tenía la suerte de vivir muy cerca de él y poder ir a pie. El silencio sepulcral en su trayecto le puso los pelos de punta. A esa hora era normal tráfico y gente por la calle, pero hoy las calles estaban desiertas, como si la vida se estuviera extinguiendo en el planeta.

Tras una dura jornada de trabajo, por fin volvió a su casa con lágrimas en los ojos, no sabía cuánto más iba a poder soportar aquello, la ansiedad global se le estaba pegando al cuerpo en cada una de sus células. Cada vez que regresaba a casa se preguntaba si podría haber cogido el dichoso virus, ya que mucha gente no guardaba las distancias ni acataba las normas. Y lo peor, se cuestionaba si podría enfermar a su marido y a sus hijos de diez y ocho años. Tras entrar en casa y ducharse obsesivamente, ayudó a sus hijos con los deberes y jugó con ellos el resto de tarde.

Esa noche tuvo sueños entremezclados, como la mayoría de noches últimamente. De golpe, a las cuatro de la mañana, se despertó empapada en sudor y agitada, se sentó en la cama y recordó nítidamente el último sueño que había tenido.

Había soñado con su abuela Carmen, con la que pasaba muchas horas de niña, ya que era ésta la que la cuidaba la mayor parte del tiempo. Carmen era una persona muy creativa, ponía a Mónica a dibujar, a escribir, a leer, a contar cuentos. En su casa jamás se encendía la televisión, ya que consideraba que era la caja tonta del último siglo. Su abuela siempre la alentaba a que fuera con un cuaderno a cualquier parte y que escribiera todo lo que le preocupaba. Le aseguraba que cuando uno escribía sus preocupaciones, éstas dejaban de tener importancia y dejaban de influir sobre uno mismo. Carmen solía decir que escribir era una forma de meditar.

Mónica de pequeña llegó a ganar algunos concursos. Recordaba que se pasaba el día con el cuaderno en mano y escribiendo. Si cerraba los ojos podía recordar, como si fuera ayer, la cara emocionada y expectante de su abuela cada vez que le leía lo que había escrito. Tras un rato meditando sobre su sueño se levantó, bebió agua y se dirigió al salón, cogió varios folios y un bolígrafo y empezó a escribir.

Estaba en la tarea tan absorta que perdió la noción del tiempo, ni siquiera se dio cuenta de que su marido se había levantado, preocupado por no haberla encontrado en la cama a esas horas. Pero allí estaba Mónica, rellenando folios con su pulcra escritura y totalmente en trance con la tarea, ajena al mundo exterior. Cuando su marido Héctor entró en el salón ambos se abrazaron, y Mónica rompió a llorar desconsoladamente. Llevaba mucha presión encima las últimas semanas, y tras escribir durante esas horas, parecía que se había quitado un peso de encima y se sentía más liviana, como si pesara menos, como si todo tuviera menor importancia de la que tenía.

Tras desayunar en familia, ya que era domingo y no tenía que trabajar, Mónica sentó a sus hijos en cojines alrededor de la mesa del salón, con una pila de folios y bolígrafos alrededor. Después de decirles que hoy iban a escribir, sus hijos se miraron extrañados entre sí, pensando si a su madre se le había ido la cabeza definitivamente. Ellos nunca habían realizado esa tarea, sólo para hacer los deberes rápido y poder ponerse con la tele y la consola.

Mónica les comenzó a contar las historias que su abuela Carmen le contaba, sobre las ideas que vuelan y hay que atraparlas para reflejarlas en un papel. El escritor se podría asemejar a un explorador, que tiene que viajar lejos para cazar una historia maravillosa y poder contarla a los demás. Sus hijos, que al principio estaban un poco atónitos, empezaron a entusiasmarse con las ideas que su madre les contaba, y con hacer algo totalmente diferente de lo que ya estaban aburridos de hacer diariamente.

Héctor se asomó al salón una hora después y sonrió al ver a su familia escribiendo juntos alrededor de la mesa. Toda la mesa estaba desordenada con papeles tirados y bolígrafos sin capucha. Estaban compartiendo partes de sus historias, seguidas de momentos en total silencio donde cada uno estaba hipnotizado con su tarea. No recordaba la última vez que había visto a sus hijos tan absortos con algo. Se fijó en su mujer y vio que le brillaban los ojos y su cara reflejaba felicidad, algo inusual en las semanas que llevaban. Sonrió al verla feliz de nuevo, aunque fuera por un tiempo limitado. Al ver a los tres tan emocionados con algo no pudo evitar sentir una gran esperanza. Al final iba a ser verdad que las grandes crisis sacaron a los grandes genios.

Quién sabe si podría surgir algún futuro escritor de esa mesa en los próximos años, o si simplemente lo incorporarían como actividad familiar para sentirse más unidos y compartir historias. Lo que Mónica tenía claro es que había recordado el efecto terapéutico y liberador de escribir. Como siempre le decía su abuela “Escribe Mónica, en cualquier momento y sin importar la etapa por la que estés pasando, porque nadie jamás te podrá quitar eso”. Y así había decidido que iba a hacer, con el cuaderno en mano a todos sitios, igual que cuando era pequeña.

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