Por: Alaia
-Voy a ir al supermercado a las doce.
– ¡Qué bien, por fin nos veremos!
Se enamoraron sin darse cuenta, fue en noviembre, en una de esas cenas pre-navideñas. Se conocían de siempre, y ella no había reparado demasiado en él. Pero tras la cena, las copas, el baile, se reencontraron.
Algunos lo llaman chispa, otros casualidad, destino. Y hay algo claro, en la lucha contra corriente, ambos habían ganado y, despacio, sin prisa y sin pausa, ambos habían ganado y estaban juntos en ese marzo.
En otras circunstancias y sin el confinamiento, tal vez su amor se hubiera acelerado. Destapando lo prohibido, lo negado. Pero ahora, viviendo en el mismo pueblo, tan cerca y tan alejados, cada uno con su familia, y por ende, incomunicados.
Dudas, miedos se mezclaban cada día con ilusión y emoción; buscándose a hurtadillas cada día en su rutina, con esa llamada disimulada casi al alba, acompañada de mensajes a través de la pantalla. ¡Todo se les quedaba pequeño¡
Ambos sabían desde el reencuentro, que lo que había surgido entre ellos, no era ardor de madurez y fueron luchando contra sus propios principios morales, ambos estaban casados.
En realidad habían decidido entre vaivenes, vivir esa relación oculta día a día. Y no se consideraban amantes, ellos vivían su amor. Tormentas y remordimientos se entremezclaban y chocaban con lo que sentían, pues sabían que tras su amor, estaban perjudicadas dos familias.
Ella y él, él y ella, y sus dos vidas. La cuarentena comenzó siendo una gran prueba. Quizás sirviera para apagar esa llama y que todo volviera a la llamada “normalidad”, sin embargo el amor no se puede enmascarar ni enterrar bajo rutinas, resplandece y sale a la luz, y cada encuentro en los pasillos del supermercado una vez a la semana, fue seguido por una videollamada al alba y un “yo me asomo al balcón”.
Y todo crecía y más en la distancia, qué más prueba quería, era ya imposible retener ese fluir del agua. Cada día eran dos, la rutina y los momentos robados mientras se veían o se comunicaban por teléfono. Y así pasaron los días, y aquello fue el escape que necesitaban. Cada día se encontraban, ya sin mediar pantallas. Y nunca el amanecer en el monte tuvo colores tan brillantes, y el sudor de una dura caminata nunca fue tan gratificante para estar juntos en la cima de la montaña. Allí alejados de miradas fiscalizadoras, daban rienda suelta a la pasión y a ese amor en la distancia.
Y nadie puede escribir, sólo imaginar lo que entre ambos sucederá. Solo ellos son los dueños de sus destinos. Y cuando acabe todo este estado de alarma, que ha puesto su amor en lo más alto, quizás decidan seguir, buscando amor en la rutina y ver cómo pasa la vida. O tal vez el destino decida por ellos y ponga en su camino el modo de gritar, su amor al viento.
Porque ya su amor, no está confinado, es libre para llevarles hasta donde ellos quieran.
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