Encuentros en la primera fase

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Encuentros en la primera fase

Por: Roberto Caudilla

El confinamiento se fue suavizando y pudimos salir a la calle con algo más de libertad. Paseos cortos y rápidos. La mascarilla y los guantes se habían convertido en nuestros nuevos complementos. El primer día fue muy emocionante. No sólo volvía a pisar la calle después de seis semanas encerrada, sino que me crucé con un chico alto y apuesto que me dejó enamorada.

Aunque la mascarilla le tapaba la mayor parte del rostro, sabía que era guapo. Nos cruzamos y nuestros ojos intercambiaron miradas y quizás hasta una sonrisa debajo de la tela. Todo el camino estuve fantaseando sobre cómo sería su boca, gruesa delgada, labios rosados, sus dientes…

Al día siguiente me arreglé, maquillé, peiné e hice el mismo recorrido con la idea de encontrarme con aquel apuesto misterioso. Salí de casa, Puerta del Sol, subí la calle Alcalá hacia la Plaza de Cibeles y a la altura de Bellas Artes lo vi. Subía la calle y venía de frente. ¡Dos veces seguidas ya no puede ser tanta casualidad! ¿Será intencional y habrá pensado lo mismo que yo? De nuevo nos miramos y se paró el tiempo. Todas mis preocupaciones se esfumaron y en ese instante solo existíamos él y yo. ¡Los dos segundos más felices de la pandemia, o quizás de mi vida!

En cambio, el tercer día fue diferente. Me volví a arreglar, peinar, poner guapa con un vestido de flores e hice el mismo camino. Sin embargo, no me cruce con él. ¿Le habría pasado algo? ¿Directamente me estaba haciendo demasiadas ilusiones? ¿Tanto había afectado a mis sentimientos el encierro durante tantos días? Toda la euforia de los dos últimos días se me apagó de repente y volví a pisar tierra.

Por un momento pensé que había encontrado a la persona de mi vida, pero no. Quizás le había pasado algo o peor, tenía mujer e hijos o quizás le gustan los hombres…Prefería no pensarlo y dejarlo pasar. Pero entonces, ¿por qué me miró fijamente y me sonrió? No conseguía sacarlo de mi cabeza.

Al día siguiente el paseo ya no me motivaba tanto. Con desgana salí a la calle. Me puse mi mascarilla, mi moño en el pelo, lo primero que encontré en el armario y volví a hacer la misma ruta. De repente iba caminando y al fondo me pareció que venía frente a mí. ¿Un espejismo o realidad? Sí, era él, sin ninguna duda. Mi corazón se iba acelerando según subía por la calle y se acercaba. Menos mal que la mascarilla tapaba la mitad de mi cara y así no podía notar el rojo de mis mejillas. Se iba acercando. Igual de guapo que hace dos días y con una mascarilla nueva. O eso parecía, de otro color. Pero cuando se fue acercando me di cuenta que no era nueva que era la blanca de siempre pero que le había escrito algo encima. «Lo siento, ayer estuve trabajando» Y un número 647… ¡No podía ser que no fuera capaz de memorizar el número de los nervios que tenía! ¿Cómo iba a perder la oportunidad de tener su número y escribirle o hablarle en cuanto llegará a casa? Así que me paré, di media vuelta y salí corriendo hacía él. “¡Espera!”, le grité.

Él se giró, yo me acerqué y, sin decirnos nada, memoricé todos los números que había escrito. Nada más llegar a casa, cogí el teléfono y le escribí. Y así, María, es como conocí a tu abuelo en época de pandemia mundial.

– ¡Qué bonita historia abuela!

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