Por: M. Mercedes Valdivieso Muñoz

Deseo que su historia y también la mía sean un homenaje a todas aquellas maestras que en los años 50 ejercieron su profesión docente con la mayor de las dignidades y los ínfimos medios.

Digo también mi historia, porque junto a mi madre viví lo que voy a relatar.

Mi madre, maestra interina es destinada a un aldea de Granada: Tocón de Quentar. Corrían los años 54/56 .

Con dos niñas pequeñas se dirige al puesto de destino en un pequeño camioncillo que hacía los viajes entre Granada y Quentar y posteriormente a Tocón. El camioncillo llevaba una de sus puertas amarrada con una cuerda. El camino por donde circulaba era un paso de ganado entre montañas, tajos y acantilados, daba miedo.

Al llegar a Tocón de Quentar, se dirigió al “ Ayuntamiento” a tomar posesión del cargo, y posteriormente se la conduce/ se nos conduce a la que había de ser su vivienda y la nuestra: un caserón alejado del poblado (había sido un antiguo cortijo y ahora casa del maestro). Caminaba/ caminábamos cogidas de su mano junto al encargado que la guiaba / nos guiaba con una enorme llave de hierro en la mano, abrió la puerta y se despidió.

Allí se quedó/ nos quedamos mirando, observando…mi madre lloraba en silencio para no asustarnos, pero sus lágrimas corrían por su cara.

Tocón de Quentar , un paraíso por la mañana al despertar, y un temor por la noche en la soledad.

Fueron pasando los días de la casa al poblado y a la inversa… llegó el invierno y con él, el frío y la nieve que deja a Tocón totalmente incomunicado con la capital, también con el caserón y el poblado algunos días.

Acurrucadas junto a nuestra madre pasamos muchas noches de miedo y silencio tan solo interrumpido por truenos, relámpagos y el aullido de algún lobo perdido.

Son muchas las cosas que podría contar de esta historia en Tocón de Quentar, pero como para muestra basta un botón, AHÍ LO DEJO