El Viejo Níspero

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El Viejo Níspero

Por: Pinto

En en el año 1960 en la gran casa donde nací, cuya fachada es un lienzo de hermosura que va sucumbiendo con el paso inexorable de los años y al más triste abandono al fallecer mis padres. Hay un vacío enorme, triste y hondo en las habitaciones, el silbido del viento recorre con diafanidad penetrando en las amplias estancias de las habitaciones huérfanas, en ese afán por encontrar una salida. Con sus grandes ventanales, que son un muestrario de frondosa elegancia, alegrando la vista con la puesta del sol.

La fachada soporta hierática las heridas de la intemperie y el paso de los años. La puerta principal está tallada en madera noble de roble con espléndidos relieves y grabados ornamentales. Poco a poco se va agrietando, deteriorando y entristeciendo por la soledad y abandono en que se encuentra, sin que haya nadie que pueda entrar o salir para darle vida. Vida que antaño rebosaba de entradas y salidas de hijos/as, nietos/as, familiares, vecinos/as, alegrando el ambiente con el ir y venir de unos y de otros.

En el patio de mi casa, en un pequeño huerto ahora abandonado, se alza un viejo níspero vigoroso que con el paso de los años se ha ido consumiendo por falta de riego y cuidados… pero con gran resiliencia él conserva aún sus ramas poderosas, corpulentas, de corteza dura y casi seca, así este viejo níspero, el cual mi padre plantó con mucho amor y cariño, a finales de los años 1980. Una mañana soleada de primavera, estando mi padre plantándolo me acerqué y le pregunté:

— Papá, ¿qué estás plantando?…

Mi padre, esbozando una amplia sonrisa, me respondió:

— Ya ves, cariño, plantando un níspero.

— ¿Y para qué plantas ese árbol que tardará muchos en crecer, y tú, a lo peor, ya no lo verás crecer, ni tal vez goces del frescor de la sombra en el verano?…

Mi padre quedó cabizbajo y pensativo, devanando en su mente la respuesta que había de darme… Y tras una breve pausa, me dijo:

— Paula, quien planta un árbol, planta también una esperanza y puede disfrutar de verlo crecer, y ver cómo sus raíces descansan en el infinito y con todas sus fuerzas vitales llegan a construir su propia forma, de ver cómo se llenan de ramas frondosas extendiéndose hacia el cielo. Un árbol que en verano se llenará de frutos, de abejas, de gorriones, palomas.

Mi padre no tenía estudios, ya que con siete años tuvo que ponerse a trabajar en el campo, sin embargo le gustaba leer libros, periódicos, oír las noticias en la radio, etc. Y me señalaba que así también se adquiría cultura. También sentía un gran amor por la naturaleza, las plantas y los árboles frutales y solía repetirme varias veces:

— “Yo no planto este níspero pensando sólo en mí, lo hago persuadido de que es un legado que os dejo a vosotros y a vuestros hijos y nietos para que améis la naturaleza y a los animales.”

— Paula, no debes olvidar que los árboles nos proporcionan innumerables beneficios: purifican la atmósfera, nos dan sus frutos, nos facilitan sombra para el descanso… los árboles son también los palacios de los pájaros. En ellos crían a sus polluelos, en ellos construyen sus nidos y se refugian de las inclemencias del tiempo y sobre todo del peligro.

¡Una gran lección de amor a la naturaleza que mi padre que supo inculcarnos a mí y a mis hermanos!

Cuando el pequeño níspero se asomó por primera vez, lo vimos crecer, vimos el renacimiento primaveral, el estirón del verano y el volver a desnudarse cuando el frío invierno asomaba.

En el otoño, las hojas y las hierbas se tornan en colores cálidos, formando un bonito contraste, con el aire frío que va despertando de su letargo vacacional. Las hojas del viejo níspero comienzan a mudar sus hojas, le toca marchitarse y caer, completando así otra fase de su ciclo de vida, hojas caducas que nos invitan a una ración de embeleso. Porque los sueños forman parte de nuestra vida, pero también la naturaleza, los árboles que con tanto cariño y amor plantamos, forman parte de nosotros y de nuestros sueños.

Pero ahora está solo y triste, pues no hay nadie que lo cuide y lo pueda regar y tristemente y lentamente se va consumiendo. La única compañía que suele tener son: los estorninos y las palomas, a los cuales solía darles migas de pan mojadas en leche que sobraban, y ellos contentos me lo agradecían con su suave y melodioso canto y su rumor torcaces.

Hoy en día, el viejo níspero está llorando, está clamando que vuelvan sus dueños, pero no volverán, se han ido para siempre, dejando un vacío enorme y una casa deshabitada. Las sombras del crepúsculo están vigilando. Pero no puedo evitar sentir la nostalgia y tristeza que me produce y derramar algunas lágrimas al pensar que estoy tan lejos de la casa donde me crie y donde pasé mi adolescencia y juventud. La etapa más bonita de mi vida.

Anochece a lo lejos, tímidamente, en ocre, violeta y escarlata, con un cielo multicolor. Por la mañana las gotas de rocío resbalan por la dura y seca corteza del viejo níspero como si de lágrimas se tratara y afloraran desde su interior.

Quisiera estar cerca del níspero para poder cuidarlo, mimarlo, regarlo y recoger esos frutos que durante muchos años hemos ido recolectando, y llenado la despensa. Y, sobre todo, cobijarme a su sombra del ardiente sol del verano, leyendo un libro, disfrutando inmersa en cada historia bajo la protección del viejo árbol y escuchar el silencio roto tan solo por el suave murmullo de tus hojas mecidas por el viento. Ahora el silencio, testigo mudo, es su único amigo que jamás le traicionará.

Cada árbol tiene una historia, más allá del “crecieron, florecieron y murieron. ”Cada árbol que plantemos nos dará alegría y vida y lo recodaremos cada día, cada minuto, cada instante de nuestra existencia, porque insertados quedarán en nuestra memoria.

El viejo níspero es la imagen del cielo protegiendo y abrigando la tierra, por su larga vida simboliza la inmortalidad.

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