El Fanático

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El Fanático

Por: Edith Piñas Navarro

Era sábado por la mañana. El salón de actos de la biblioteca estaba completo, era una de las más grandes de la ciudad. Un gran número de los asistentes llevaba un ejemplar en la mano, otros lo acababan de adquirir allí mismo, todos querían una dedicatoria. Entre el público se encontraba uno de sus más fervientes admiradores, no destacaba entre la multitud. El hombre vestía tejanos y un polo de marca, igual que las zapatillas y las gafas; le gustaba vestir bien. Había llegado con tiempo suficiente para dejar bien aparcada su furgoneta Volkswagen t4 de principios de los noventa. La dejó en la calle Ramón Turró, justo al lado de la oficina de correos, se aseguró de que estaba bien cerrada y se marchó para asistir al acto de la escritora Sabina Quevedo. Al día siguiente que salió lo compró y no lo dejó hasta acabarlo, se titulaba “La Marina”, lo encontró mejor que el anterior, la verdad es que le encantaba como escribía.

A la hora convenida comenzó el acto. Habían colocado una platea donde se sentaron, aparte de ella, el director de la biblioteca y su editor, Sabina habló la última de los tres. Se dirigió a su público dándoles las gracias y después pasó a hablar un poco de su novela. Esta se desarrollaba entre la edad media y la actual, la protagonista, sin saberlo, se embarca a la búsqueda de los orígenes de su apellido… Él la escuchaba como si le estuviera hablando directamente, como si en la sala solo estuvieran ellos dos. Algunos de los allí presentes le hicieron preguntas y la magia se fue, pero no le importaba. Después de la firma de ejemplares habían preparado una pequeña recepción a la cual él había accedido por medio de un sorteo. Esperaría al final para que le dedicase el libro y luego tendría tiempo de hablar con ella más tarde. Estaba radiante; llevaba un vestido azulado, zapatos de tacón y el cabello suelto que le caía como una cascada sobre los hombros. Sabina se había convertido en un fenómeno a pesar de su corta edad. Ella decía que quizás su éxito venia porque se había esforzado mucho y por el apoyo de sus padres. Sabina era la primera de la familia que pudo ir a la universidad, su familia había trabajado duro para que tuviera una buena educación y se sentía muy orgullosa de sus orígenes. A la mejor si hubiera nacido en otro lugar sería distinta y quizás no estaría hoy en donde está.

Arturo se levantó de su silla para ponerse en la cola de las firmas, solo había unos cuantos delante, enseguida podría hablar con ella. Se sentía inexplicablemente frenético y nervioso a la vez, nunca antes se había sentido así y eso que ya había pasado antes por esto, tenía firmado los otros libros de su escritora preferida. De pronto alguien se subió a la platea y comunicó algo a la joven, ésta habló con el editor y el hombre dijo que a su pesar se cancelaba la recepción para otro momento, ella dio las gracias y se fue rápido. Él se sintió defraudado y se enfadó mucho. Salió de la sala con el libro en la mano y se decía — Esto no se hace, a mí que soy tu mayor admirador. Esto no quedará así— rumió hasta llegar al vehículo y siguió todo el trayecto hasta su domicilio. Cuando entró en casa dejó su ejemplar en la mesita de la entrada junto con las llaves, fue a la cocina a por un vaso de agua, tenía la boca seca. Una vez saciada se sentó en el sillón, le dolía el cuello a causa de la tensión acumulada, se levantó y fue a buscar una pastilla, volvió al sillón. Se quedó con la mirada fija en la pared, parecía tenerla perdida más allá del muro pero, de vez en cuando gesticulaba un intento de sonrisa. La pared se había convertido en una exposición de Sabina Quevedo; fotos, reportajes, artículos, en fin todo lo que se relacionara con ella. Se había enamorado enseguida desde su primer trabajo, y la seguía desde entonces. Sabía prácticamente todo de ella; donde vivía, sus aficiones, su color preferido etc. Se había vuelto un verdadero fanático de las redes sociales en la que Sabina aparecía y si alguien comentaba algo negativo lo refutaba rápidamente, incluso hubo una vez que ella le dio las gracias directamente, eso fue muy importante para él que se sentía amigo suyo. ¡Pero lo de hoy no podía quedar así!

A mitad de semana faltó al trabajo, dijo que había cogido la gripe y que habría de estar en cama unos días. Preparó una bolsa y cargó la furgoneta con lo necesario para un corto viaje, la tenía muy bien acondicionada, era una mini casa con ruedas. Se dirigió a la parte de la ciudad donde ella vivía y se dedicó a vigilarla, quería saber por qué se marchó de la biblioteca ya que en ningún medio de comunicación se dijo nada. Se apostó dos portales antes que el de la joven y esperó sin prisas. Pasaron horas y horas pero no había señales así que decidió dar una vuelta y cambiar el vehículo para que no sospechara ningún vecino de la zona. Se instaló en un hostal que vio en la calle paralela, de esta manera podía pasear sin llamar la atención durante un par de días, luego volvería a aparcar la furgoneta en el lugar adecuado. Por la mañana se cruzó con un cliente cuando fue a desayunar, se saludaron. El día había amanecido nublado y gris como lo estaba él. Seguía sin saber nada, no había noticias, parecía que se la hubiera tragado la tierra. Fue caminando hasta el edificio de la joven y estuvo vigilando todo el día, suerte que era una calle comercial y estuvo entrando y saliendo hasta que se cansó y fue a un bar a tomar un bocata y una cerveza. Este fue su trabajo durante tres días, estaba desanimado —pronto tendría que volver al trabajo— pensó. Pero la suerte le sonrió, la vio que bajaba de un coche y que ¡besaba a un hombre que no era él! Esperó perder de vista el Mercedes y aceleró el paso hasta que fingió estar sorprendido al verla. Arturo le enseñó el libro y le pidió su firma, ella lo hizo amablemente aunque se la veía cansada. Sabina se despidió y abrió la puerta, él le dio las gracias y entró con ella diciendo que venía a ver a un amigo. Los dos entraron en el ascensor y él picó dos plantas menos que ella y al llegar le agradeció de nuevo y se fue. Subió los dos pisos rápidamente y cuando ella abrió la puerta de casa Arturo la empujó hacía dentro y cerró enseguida la puerta. Suerte que era verano y la mayoría de los vecinos estaban de vacaciones, ya lo había comprobado picando y mirando las ventanas del edificio. Una vez dentro le indicó que no gritara o sería peor, le enseño una pistola y le indicó que se sentara. Le explicó que era un gran admirador suyo, que tenía toda la colección, habló sin parar hasta que oscureció. Ella estaba asustada pero intentó tener una conversación con él, eso le gustó al hombre que empezaba a relajarse. Ella le ofreció algo de beber y fue a la cocina a por unos vasos y unas cervezas bien frías, cualquiera que los viera creería que eran amigos, pero la verdad distaba demasiado de la escena que representaban. Los dos se asustaron cuando sonó el móvil de ella, Sabina no sabía qué hacer y le dirigió una mirada de súplica ya que era su madre la que llamaba. Él le dio permiso pero advirtiéndole que no dijera nada inadecuado. La conversación fue corta, solo quería saber cómo estaba después del viaje. Ella le contestó que bien pero que estaba cansada y se despidió hasta mañana. El hombre estaba feliz de estar con ella pero no sabía que la llamada venía de la policía y que se estaba grabando todo gracias a la instalación de cámaras que había en el piso, ya que había tenido más de un susto por ser famosa. El cansancio comenzaba a hacer mella y decidió atarla por precaución. Al final el sueño les venció a los dos. Antes del alba se despertó y llamó a la joven, tendrían que salir antes que comenzara el bullicio en la calle. Él cogió algo de ropa de ella y la metió en una bolsa. Con mucha precaución miró antes de salir del portal y fueron directos al vehículo, le seguía apuntando con el arma. Subieron y se perdieron en el tráfico de la salida de la autopista. La joven rompió a llorar, no sabía cuáles eran las intenciones del secuestrador y temía por su vida. Después de saber lo ocurrido la policía estuvo buscándola durante muchos meses pero, no había ningún rastro que seguir. Arturo volvió a su trabajo como siempre y a ella le dieron por desaparecida. Era un caso sin pistas y sin sospechosos pero nuca se dio por perdido. Algún día la encontrarían.

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