Raquel

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Raquel

Por: Jose Ramon

Aún ahora, después de tantos años, lloro al recordar a mi padre sonriendo y diciendo
que me quitara eso. Yo sé que se divertían, y por eso me lo ponía.

Y también recuerdo a mi hermano cuando se enfadaba porque no le dejaba jugar, y le
quitaba sus cochecitos de plástico, y me inventaba mil aventuras de pistoleros y
vaqueros. Y aquellas interminables horas de clase, esperando impaciente a que las
monjas acabaran la lección y que nos dieran permiso para salir al patio a jugar. Y
cuando salía, mis amigas no querían jugar conmigo porque decían que yo era muy
bruta, y que les hacía daño. Y cuando jugábamos a pillar se enfadaban, porque yo era la
que más corría.

Y recuerdo cuando más mayores, sentadas en el parque que había enfrente del colegio,
empezaban a hablar de chicos entre sonrisas tímidas y miradas furtivas. Y yo, entre
ellas, me aburría.

Y luego dejé de aburrirme. Mientras hablaban yo me dedicaba a comparar quién de
todas tenía los ojos más bonitos, o los labios más rojos, o las piernas más moldeadas, o
los pechos más crecidos… Y era entonces cuando me daba vergüenza pensar en esas
cosas.

De pronto un día empecé a sentir una sensación extraña cada vez que estaba junto a
Raquel, una de mis mejores amigas. No sabía describirlo, pero era una sensación
desagradable y placentera a la vez. Cada vez que estaba junto a ella mi cuerpo temblaba
sin saber por qué, mi corazón palpitaba más rápido de lo normal y, a veces, cuando iba a
hablar, no me salían las palabras… Por aquel entonces no sabía qué pasaba, aunque sí
me di cuenta que sentía a Raquel como algo especial, como algo mío.
Mil veces he tratado de arrancar de mis recuerdos aquella noche cuando fui a dormir a
casa de Raquel, como tantas otras veces, y nos acostamos juntas en su cama porque
hacía frío. De repente, a media noche, me desperté alterada. Sudaba y mi corazón
palpitaba fuertemente. Intentaba recordar la pesadilla, pero sólo aparecía en mi mente
Raquel, desnuda, sonriéndome. Sin darme cuenta, mis manos empezaron a acariciar sus
senos, y mis labios besaron mis labios. En ese instante, Raquel despertó, me miró
alarmada, y su mirada me delató la rotura de nuestra amistad.

Después de aquella noche, Raquel ya no me volvió a tratar como una amiga, aunque no
le contó a nadie lo que pasó entre nosotras.

Poco a poco fui creciendo, y mis amigas empezaron a salir con chicos. Por aquel
entonces, yo ya me di cuenta de que sentía una atracción especial hacia las mujeres, y de
que me podía enamorar fácilmente de alguna.

La angustia interna fue creciendo dentro de mi, sobre todo cuando mi madre empezó a
preguntarme sobre mis relaciones con los chicos, extrañándose de que todas mis amigas
tuvieran ya novio, y yo no hubiera salido con ningún chico hasta entonces.

La angustia interna fue creciendo dentro de mí, sobre todo cuando mi madre empezó a
preguntarme sobre mis relaciones con los chicos, extrañándose de que todas mis amigas
tuvieran ya novio, y yo no hubiera salido con ningún chico hasta entonces.
Fue tanta la presión que tuve, que me decidí a salir con un chico. Se llamaba Luis, y lo
conocí un día en la playa, cuando estaba con mis amigas. Llegamos a ser muy buenos
amigos, hasta que una noche, en la misma playa donde lo conocí, Luis intentó tener un
contacto físico algo más intenso que el simple beso que nos dábamos en las despedidas.
Fue entonces cuando me di cuenta de que todo lo que había intentado hacer con él era
una farsa. Sentí asco cuando me tocó mis pechos y cuando sus labios recorrieron mi
cuello. Me levanté llorando, y ya no lo volví a ver jamás.

Cada vez eran más largos los ratos de tristeza y llanto que tenía, y cada vez eran menos
las ganas de salir a la calle, porque cuando salía mis ojos se detenían en cada una de las
chicas o mujeres que pasaban a mi alrededor, y mis sentimientos de deseo se aplastaban
con la frustración de mi corazón. Sentía que tenía mucho amor y cariño dentro de mi
cuerpo y que no podía dárselo a ninguna mujer como tanto deseaba.

El tiempo pasaba, y mi situación era cada vez más trágica. Tenía los mismos
sentimientos de siempre, aunque ahora sólo me fijaba en las adolescentes, en sus
cuerpos jóvenes que se estaban formando, y sentía una fuerte atracción que a veces me
ahogaba.

Esta mañana he recibido una carta. No tenía remite. Cuando la he abierto y la he
empezado a leer, mi corazón me ha dado un vuelco. Era de Raquel. Después de tantos
años sin saber de ella. Me pide perdón. Quiere que nos veamos. No sé si podré. Después
de tanto tiempo…

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