Saltos de Fe

Inicio / de Humor / Saltos de Fe

Saltos de Fe

Por: Lehaim

¿Y sí…? cuantas veces lo habré dicho y no siempre me he atrevido a hacer realidad la continuación de los puntos suspensivos. En este relato, voy a recordar dos veces que sí lo hice y fueron “divertidas” y la otra que fue la que cambió mi vida.

Bueno, empezaré por el día en el que con unos amigos tan intrépidos como yo, estaba jugando en un parque de nuestra ciudad. Hacía tiempo que nos habíamos fijado en un agujero que había en el muro de piedra que rodea lo que nosotros llamábamos el castillo pero nunca nos habíamos atrevido a pasar por él. Hacíamos apuestas sobre lo que habría al otro lado, hasta que esa tarde yo, muy valiente y decidida, reté a mis amigos con un: “¿Y si nos atrevemos hoy a investigar?” Me costó mucho convencerlos porque ahora que había llegado el momento de entrar en acción, no lo tenían muy claro. Por fin conseguí convencer a tres y nos pusimos a trepar hasta el hueco por donde nos colamos con alguna dificultad.

Nos quedamos sin palabras cuando vimos, casi al alcance de nuestras manos, solamente separados por un muro bajo con unos trozos de cristal incrustados y una alambrada bastante endeble, a un grupo de hombres con unos pijamas grises, no muy limpios que andaban en círculos o de lado a lado, sin mirarse, sin hablar excepto consigo mismo; gesticulando y que en un momento dado, a la llamada de atención de uno de ellos que nos había visto, se dirigieron lentamente hacia nosotros, sin dejar de mirarnos, en silencio. Parecían los zombies de las pelis de terror. Poco faltó para que hiciéramos el agujero más grande al intentar salir los cuatro a la vez; nos separaba el murete pero a nosotros nos pareció que había desaparecido, tanto era el terror que sentíamos. Bajamos rodando la cuesta, gritando histéricos, así que los demás, aunque no sabían que había pasado, se pusieron también a gritar y como perseguidos por demonios, salimos del parque al que volvimos a jugar al día siguiente pero jamás por aquella zona. Cuando pregunté en casa quienes eran aquellos hombres que estaban dentro del castillo y conté cómo los habíamos descubierto, tuvieron que hacerle dos tilas dobles a mi madre ya que eran personas con problemas mentales, militares por más señas que estaban internados en el hospital militar dentro del castillo.

Este desafío que afrontamos mis amigos y yo, nos enseñó a preguntar antes de actuar, aunque estoy segura de que, de haberlo sabido, por curiosidad, hubiéramos entrado todos por el agujero en grupos de dos, para poder salir bien; agazapados para no ser vistos. Esta triste realidad, me llevó años más tarde a interesarme por ese hospital militar y sus pacientes mentales y descubrí cosas que no voy a contar porque se trata de un relato ameno.

El segundo ¿y sí…? que voy a contar, fue el del día de mi primera comunión. Nos había dicho que a la sagrada forma, es decir la ostia consagrada, una vez en la boca se la tenía que rozar lo menos posible, vaya casi tragártela del tirón porque era el cuerpo de Jesús y chupetearla era poco menos que un pecado mortal. Lo que no nos dijeron era que la oblea, nada espiritual, con la que está hecha, se pega una barbaridad a la lengua con la saliva y aunque los niños estábamos acostumbrados a comprar, por el torno, los recortes de las obleas en el convento de las Carmelitas, la verdad es que no se me había ocurrido ensayar, cosa de la que me arrepentí y lamenté amargamente el día de la ceremonia. Pues bien, allí estaba yo blanca y radiante como una novia, con la lengua fuera y el ¿y sí…? que se me había ocurrido, nada más despertar en la cabeza; seguramente estuve soñando con el momento. Consistía en pegármela al cielo de la boca y dejar que la saliva la disolviera, sin tocarla con la lengua y me pasó “casi” como al niño de Las Cenizas de Ángela; digo “casi” porque yo conseguí no vomitar y aguanté las arcadas poniendo una cara de emoción que estaba muy lejos de sentir. Estaba claro que mi idea no fue muy inteligente, al igual que los zapatos que se me antojaron —demasiado justos en las punteras— pero estaba empeñada y con decisión les dije a mis padres: “¿Y si les metemos dentro algodones húmedos la noche antes?”, me han dicho que así dan de sí; aún me sorprendo de que accedieran a tal desatino. Pero me salí con la mía, con lo cual en la foto del grupo del colegio, en las escaleras de la catedral, la única que no sale soy yo porque estaba sentada en los escalones porque el dolor de pies tan intenso más la peripecia de comulgar, habían podido conmigo.

Hasta ahora mis dos historias han sido, a toro pasado, divertidas pero solamente eso porque ninguna me marcó como la que ahora voy a contar:

Fue el día de los buenos propósitos, es decir el 1 de Enero de hace unos años: “¿Y si me liara la manta a la cabeza y me pusiera a buscar un trabajo en lo que realmente me gusta, en una ciudad e incluso un país distinto?” Significaba salir de mi zona de confort a lo bestia, era consciente de ello; dejar a mi familia, amigos y trabajo; volar hacia lo desconocido pero sabía que tenía que hacerlo, saliera el sol por donde saliera, si no, mi vida sería cada vez más insulsa. Quería mucho a mi gente, a todos, no sólo a la familia pero no tenía la mía propia; marido, hijos, hipoteca, no era miembro de ningún grupo de teatro, gimnasio ni nada que me hiciera tener que dar demasiadas explicaciones y a los que tenía que poner al tanto, seguro que lo entenderían porque se habían dado cuenta de que estaba, desde hacía algún tiempo, como ausente; menos dispuesta a salir de marcha, menos ocurrente y alegre.

Ese mismo día, entré en Internet, me puse a buscar y encontré el trabajo ideal, el lugar y el país perfecto para mí. Estaba claro que aquello tenía mucho de mágico, destino, mensaje del Universo… cualquier definición menos casualidad porque estoy convencida de que nada pasa por ella. El subidón de optimismo se veía, a ratos, mermado cuando pensaba en la cantidad de cosas que tenía que hacer antes del equipaje y subirme al avión para hacer realidad ese “¿y sí…?” que convertí en un ¡pues claro que sí! No era negociable otra opción y menos cuando todo se estaba confabulando para que ocurriera. No me perdonaría si no daba ese salto de confianza en mí misma de que podía hacer realidad esa nueva etapa de mi vida que ya es un ahora, donde me siento en paz y ser la persona que soy. Todo un lujo porque cuando me vaya, donde quiera que vayamos luego —estoy segura de que a otro sitio, la muerte para mí es un nuevo comienzo— lo haré con la inmensa satisfacción de haber sido intrépida y arriesgada, seguidora fiel de hacer realidad muchos de los “¿Y sí…?” que al final me han premiado con un “Yo soy”.

Dejar un comentario

Your email address will not be published.

Información básica sobre protección de datos Ver más

  • Responsable El titular del sitio.
  • Finalidad Moderar los comentarios. Responder las consultas.
  • Legitimación Su consentimiento.
  • Destinatarios .
  • Derechos Acceder, rectificar y suprimir los datos.
  • Información Adicional Puede consultar la información detallada en la Política de Privacidad.

Esta web utiliza cookies, puede ver aquí la Política de Cookies