Mala Decisión

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Mala Decisión

Por: Lehaim

Recuerdo las noches frías y oscuras de invierno cuando, los Sábados, me dejaban acostarme más tarde y en la enorme cocina con chimenea de la casona del pueblo, mi tío si nos contaba historias de miedo; la mayoría inventadas pero había algunas que eran ciertas o eso decían los lugareños, como la de los dos hombres que murieron al mismo tiempo en el cementerio.

Francisco era un vecino al que la vida no había tratado muy bien, hasta el punto de que no solamente perdió sus tierra por una mala gestión y, todo hay que decirlo, su afición al juego. A los pocos años de verse en la ruina, su mujer falleció de la manera más inesperada; fue la madrugada del día de difuntos. Había estado en el cementerio por la tarde, arreglando la tumba familiar cuando, de pronto, sintió un escalofrío que le recorrió el cuerpo; miró hacia todos lados con la seguridad de que algo o alguien la estaba observando y al ver que no había nadie cerca y estaba completamente sola, terminó apresuradamente el arreglo para marcharse cuando algo la detuvo; sintió una presencia y una voz que venía de todas parte y ninguna que le susurró: “Mañana estarás conmigo”.

Llegó a casa asustada y confundida. No era una mujer miedosa pero aquello, lo que fuera, había sido tan real para ella que decidió contárselo a su marido porque sabía que él era totalmente escéptico a lo sobrenatural y con alguna broma la ayudaría a desprenderse de la mala energía que había traído consigo. Cual sería su sorpresa cuando vio que conforme le contaba lo sucedido a Francisco, éste se ponía cada vez más pálido y cuando terminó su mujer de hablar, se levantó de la silla y salió sin decir palabra. Más tarde le contó que aunque era ella la que hablaba, él había dejado de verla y escuchar su voz tan familiar para visualizar una bruma de donde salían los sonidos convertido en palabras, con una entonación lúgubre. Decidieron zanjar el asunto e irse a dormir, ni siquiera cenaron, no tenían cuerpo para ello.

Ella se durmió casi al instante, pero él no podía dejar de mirarla y tocarla con cuidado con la seguridad de que de un momento a otro la perdería. Por fin el cansancio pudo con él y cayó en un sueño lleno de presagios que lo hacían despertar a ratos con el corazón en un puño. Clareaba ya el día cuando Francisco se despertó, no se atrevía a abrir los ojos porque estaba seguro de que su querida esposa se había ido aunque la sintiera a su lado, se giró, la tocó y estaba fría como el mármol.

Los días que siguieron a la muerte de su esposa, no faltó ni uno al cementerio porque estaba convencido de que ella, de alguna manera, se comunicaría con él y tenía que ser allí porque ese fue el lugar donde supo que iba a morir. Se marchaba en cuanto comía y se quedaba hasta que sonaba la campana de cierre, pero ese día decidió esconderse y pasar la noche allí; llevaba suficiente ropa de abrigo y justo al lado del nicho familiar había uno vacío. Con toda tranquilidad en él se metió, sintiendo que era el día y el momento para que algo, lo que fuese sucediera. No tenía miedo porque estaba seguro de que había llegado su hora también. Sobre las 6 de la mañana, aún muy oscuro, se despertó de un sueño sin sueños y salió al encuentro de su destino.

Mientras tanto, un hombre corría como el viento hacia el cementerio huyendo de la guardia civil. Era un ladronzuelo de poco pelo que había robado en una casa pero había tenido que dejar abandonado el botín y saltar la tapia, al verse sorprendido por los agentes. Decidió que el mejor sitio para esconderse era el cementerio y trochando de acá para allá, consiguió llegar sin que vieran a donde se dirigía. De un vigoroso salto, se encaramó a la tapia poniendo sus manos en ella justo en el mismo momento en que Francisco hacía lo mismo para salir. Ambos hombres, al sentir al sentir que sus manos eran agarradas por otras manos cayeron fulminados.

Francisco iba voluntariamente en busca de la muerte, el ladronzuelo se la encontró sin desearla.

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