Por: Fato (15 años)

Era una mañana de otoño, pero no como otra cualquiera, se trataba del día más importante
del año, era mi cumpleaños.

Comencé a prepararme para salir de mi cuarto. Empecé por vestirme, debía estar elegante,
pero no extravagante. Al terminar, me llamó mi mejor amiga Teresa, estuvimos hablando
cerca de media hora. Estábamos las dos muy emocionadas porque dentro cinco horas y
cuatro minutos despegaremos hacía Nueva York, la ciudad que será nuestra estancia
durante los próximos nueve meses.

Cuando terminé de hablar con Teresa bajé las escaleras para ir a desayunar, hoy
seguramente mis padres habían preparado algo rico. Mientras bajaba iba pensando en las
posibles opciones – a lo mejor son tortitas, bueno no creo porque si no ayer hubiesen ido
a comprar los ingredientes necesarios, no ya sé churros, o aún mejor una gran palmera de
chocolate-.

Antes de abrir la puerta de la cocina imité la cara de sorpresa que iba a poner al ver el
desayuno que me habían preparado con tanta ilusión. Después de estar parada durante
unos eternos minutos decidí abrí la puerta con mucha emoción, entonces me desilusioné
muchísimo, resulta que no había nadie y tampoco estaba mi desayuno ¿se habrán olvidado
de mi cumpleaños?

Miré la hora y vi que eran las once de la mañana. Después de hacer un debate conmigo
misma decidí ir a las habitaciones a ver si estaban ahí, pero nada.

En ese momento sonó mi móvil y fui corriendo a ver quién me llamaba, con la esperanza
de que fuesen mis padres, cuando lo cogí vi que era mi abuelito. Había cierta tristeza en
su voz, lo mismo se acababa de levantar. No le quise contar que no había nadie en casa,
para que no se preocupara, pues desde hace muy reciente sufrió un ataque al corazón y
ahora lo último que necesita es que le agobie con mis tonterías. Estuve unos minutos con
él, al colgar respondí a los mensajes de mis amigos que me escribían para desarme un
feliz cumpleaños.

Quedaba menos de cuatro horas para que mi vuelo despegase, no sabía qué hacer. Les
había llamado, al menos, diez veces a cada uno. Mientras seguía dando vueltas sonó el
timbre, fui corriendo a abrir con la esperanza de que fueran ellos. En aquel momento vi
que era mi abuelo, tenía dibujado en el rostro una cara de preocupación, le invité a pasar.
Le ofrecí algo para tomar, pero negó con la cabeza. Nos dirigimos al salón, estuvimos
unos eternos segundos en silencio hasta que la curiosidad me mataba por averiguar que
le ocurría y porque tan solo había articulado cuatro palabras desde que había llegado.

Antes de poder preguntarle, me abrazó y comenzó a llorar, me quedé perpleja, nuca sé
qué hacer en estos casos. Me separé un poco de él, para que pudiésemos hablar. Se sentó
en el sofá y comenzó a disculparse por no habérmelo dicho antes, en ese momento no
entendía nada ¿a qué se refería?, ¿Qué ha pasado?, ¿están bien mis padres?… Me hacía
tantas preguntas en aquel momento. Entonces mi abuelo se aclaró la garganta y me habló
acerca de un virus que estaba atacando a China, ya había escuchado hablar de él en las
noticias, pero no entiendo por qué me saca este tema ahora. No hizo falta que articulara
esa pregunta, ya se habían resuelto todas mis dudas. En aquel momento empezó a dar
todo vueltas en mi cabeza, mi abuelo seguía hablando, pero no le podía escuchar, no podía
creer que esto estuviese pasando. Entonces llamaron a la puerta, mi abuelo fue a abrirla,
no puede ver muy bien, pero empezaron a entrar señores disfrazados de astronautas,
alguno llevaba las mascarillas típicas de la peste, al verme salieron corriendo hacía mí,
me cogieron en brazos y me llevaron a una ambulancia, donde empezaron a pincharme
en el brazo izquierdo. Apenas lo recuerdo bien, estaba demasiado mareada como para
hacerlo. Escuché la conversación que tenían los hombres disfrazados, decían que hasta
que dieran resultados de las pruebas tenía que permanecer en aislamiento ¿Qué pruebas?
¿aislamiento? Yo solo quiero que me dejéis despedirme de mis padres.