Un Adios

Inicio / Dramáticos / Un Adios

Un Adios

Por: L. Robin (14 años)

La dulce brisa nocturna me acaricia el rostro, dejando en él suaves besos con sabor a libertad. Cierro los ojos un
momento, permitiendo que una pequeña lágrima de nostalgia se escabulla de ellos. Tengo miedo, no lo voy a negar.
Con cautela, intentando hacer el menor ruido posible, cierro la bolsa. Un acto que creí que nunca sería capaz de
hacer. Suspiro, intentando evitar ese remordimiento. Me obligo a ignorar el sentimiento que me retuerce por dentro,
un sentimiento de dolor, de desesperación. Me muerdo el labio hasta que noto el metálico sabor de la sangre filtrarse
por mi boca. Casi puedo escuchar cómo mi mente trabaja sin parar, quizás buscando una razón para quedarme. Pero
ya es demasiado tarde. La balanza se decantó hace mucho tiempo.

Me miro al espejo y soy incapaz de reconocer a la mujer que veo en él. Llevo el pelo corto, mucho más corto que
cuando era joven. El negro que lo tiñe ya no reluce, parece haber perdido su brillo original. Mis ojos están cansados,
llorosos y sin vida. La sonrisa que antes protagonizaba mi rostro, ahora no es más que una simple mueca. Inspiro
profundamente, aguantando todas esas palabras que quieren salir de mi boca. Siento lástima por mí, por esa niña
que un día fui, por esa joven que quisiera recordar. ¿En qué momento mi piel de porcelana se rompió? ¿En qué
momento me convertí en una sombra cansada de vivir? ¿En qué momento dejé de ser feliz? Desearía cambiar el
camino que un día tomé, pero si algo me enseño mi madre, es que el pasado es un libro escrito con sangre, un libro
imposible de borrar.

A mi lado, escucho cómo el niño se revuelve en la cama. Me prometí a mí misma que no miraría hacia atrás, que no
lo miraría una última vez. Pero antes de darme cuenta, mis ojos se dirigen hacia su pequeño cuerpo. Su pelo azabache,
idéntico al mío, se percibe despeinado. No puedo vislumbrar sus ojos celestes como el mar, se encuentran cerrados.
Una mueca de relajación se extiende por todo su rostro. Dormido parece un ángel. Por un momento me pregunto
qué debe estar soñando. Tal vez en su imaginación es un astronauta, un príncipe o un guerrero. Por su cara, puedo
intuir que está viviendo una buena experiencia. Ignora todo lo que está pasando a su alrededor , ignora la realidad
que lo golpeará al despertarse. Más y más culpabilidad. Cuando nació juré protegerlo a toda costa, evitar que alguien
lo dañara. Lo curioso de la situación es que, al pasar los años, la persona que más dolor le ha provocado he sido yo.
Niego con la cabeza, intentando sacar esos pensamientos de mi mente. Me acerco a él y le acaricio el pelo, sabiendo
que será la última vez.

— Lo siento, cariño susurro, aun siendo consciente que no puede oírme.

Me alejo de él, y al mismo tiempo, de su extraño ser, de su amabilidad, de su cariño. Decidida a no mirar atrás, salgo
de la habitación. Todo está oscuro, no puedo arriesgarme a que alguien me vea salir. Mis pasos sobre la madera se
escuchan fuertes, impasibles. Siento las lágrimas caer por mi rostro, recordándome todo lo que estoy dejando atrás.
A veces es necesario sacrificar lo que más quieres. Al llegar hasta la puerta principal, saco una pequeña hoja de
papel de mi bolsillo. Necesito leer mis propias palabras, aunque sea una última vez.

Querido Alec;

Espero que algún día puedas perdonarme. Sé que no he sido la mejor madre, sé que, aunque lo intenté, nunca fui la
persona que te merecías. Desearía poder tener elección, poder quedarme contigo, verte crecer, reír, llorar. Pero,
simplemente, estoy cansada. Me voy. Mi pregunta es, ¿para siempre? Si tengo que serte sincera, no lo sé. No soy
capaz de imaginarme la vergüenza de volver, de tener que mirarte a la cara y pedirte perdón por no estar allí, a tu
lado, cuando más me necesitabas. Estoy siguiendo un impulso egoísta, y lo siento. La verdad es que me faltan
palabras para expresarte todo lo que siento ahora mismo. Tengo un nudo en la garganta que soy incapaz de aliviar.
Porque quisiera volver atrás, pero ya es demasiado tarde para cambiar mi destino.


Mi tren sale esta madrugada. Cuando leas esta carta ya estaré muy lejos de Madrid. Tengo miedo, pero las ansias de
huir de mi prisión me superan. Llevo demasiado tiempo encarcelada, suplicando por clemencia. Tengo la esperanza
de que algún día lo entiendas, que comprendas cuál fue mi error, cuál fue mi desgracia. Hasta entonces, deseo que
vivas la vida que siempre soñé para ti. Que crezcas, que sonrías, que seas más fuerte de yo. Cuida de papá, que ya
sabes que está enfermo y te necesita. Y, por favor, no llores, mi débil corazón no podría soportarlo.
Hijo mío, te quiero, pero quedarme nunca ha sido una opción.

Las manos me tiemblan. Tengo un dolor en el pecho que me está matando. No puedo respirar, me ahogo en mis
propias palabras. Me tapo la boca, intentando evitar que un sollozo salga de ella. Con lentitud, como si me estuviera
despidiendo de mi pasado, dejo el pequeño trozo de papel sobre una de las mesas de la entrada. Es el momento.
Ahora o nunca. Aguantando la respiración, salgo por la puerta. El aire me besa los labios, proporcionándome ese
amor que tanto añoraba. A la lejanía, puedo percibir cómo el Sol empieza a salir, la promesa de un nuevo amanecer.
Sonrío, aunque lo que quiera sea llorar. Sonrío por la libertad, por esa decisión que me ha cambiado. Sonrío porque el
camino está despejado, porque es hora de empezar de cero. Sonrío porque sé que este no es el final de la historia.

Dejar un comentario

Your email address will not be published.

Información básica sobre protección de datos Ver más

  • Responsable El titular del sitio.
  • Finalidad Moderar los comentarios. Responder las consultas.
  • Legitimación Su consentimiento.
  • Destinatarios .
  • Derechos Acceder, rectificar y suprimir los datos.
  • Información Adicional Puede consultar la información detallada en la Política de Privacidad.

Esta web utiliza cookies, puede ver aquí la Política de Cookies