Los Rebeldes del Coronavirus

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Los Rebeldes del Coronavirus

Por: Danny Romero Mas

Día 22 de febrero no éramos conscientes de lo que se nos iba a venir encima. Día 6 de marzo, ya está aquí. Momentos de pandemia, estado de alarma y confinamiento.

Cinco personas: ¿qué tendrán en común? Pues que no saben nada. Cada uno vive encerrado en su mundo interior, confinados por sus circunstancias. El mundo moderno sufre una de las peores crisis de su historia y ellos cinco viven ajenos a todo lo que sucede. 25 de abril, ha pasado casi un mes desde que la Covid-19 llegó a nuestro país, pero ellos siguen como si nada hubiera pasado. Pero, ¿Cómo es posible que ellos no sepan lo que acontece? ¿Qué motivo podría tener cada uno de ellos para estar totalmente desconectados de lo que les rodea y que afecta a todo el planeta?

Una cama de hospital, una máquina de soporte vital y una mujer conectada a ella. Está sumida en un coma profundo. Sufrió un accidente de tráfico que le causó un traumatismo en el cráneo. De eso hace nueve meses. Los médicos han dicho a sus familiares que, en su caso, solo hay entre un 30% y un 20% de posibilidades de que despierte, pese a las pésimas expectativas, ellos no pierden las esperanzas y ni siquiera se les pasa por la cabeza desconectar a la mujer.

Un piso de 60 mts2, un matrimonio mayor. El hombre sufre de alzhéimer. Él, lo olvida todo al poco tiempo, no tiene recuerdos. No reciben ningún tipo de ayuda social ni asistencial. Se sienten abandonados a su suerte, víctimas de una enfermedad que va a fuego lento pero que jamás se detiene, y que afecta tanto al que la sufre como al que la padece.

Un preso considerado muy peligroso, acusado de organizar un motín en la cárcel, ahora está encerrado en una celda de aislamiento. Le han aplicado una severa reprimenda para que se le quiten las ganas de volver a hacerlo. El reo está totalmente incomunicado con el exterior, está en La Nevera o El Agujero, como se le conoce en la jerga de la cárcel, un lugar cuadrado, de 4 metros por 4 metros, hermético, con una triste ventana por donde entra un débil rayo de luz sintética. El castigo impuesto es de un mes, luego volverá a su celda.

Un hombre que decide hacer un retiro espiritual y que, como un asceta, se introduce dentro de una cueva situada en la pared de una escarpada montaña, allí, se aísla para meditar y hacer un ayuno. Se pasa los días sentado en posición del loto, como Sidarta Gautama bajo la higuera, (quien luego se transformaría en el ascendido Buda). Meditando con los ojos cerrados, sólo depone su posición para dormir, tomar agua o hacer sus necesidades en el fondo de la gruta.

Un pastor de los de la vieja usanza, atávico trashumante, nómada, que gusta de irse con su rebaño durante semanas buscando los mejores pastos por rincones alejados e inhabitados de la alta montaña. Durante su travesía, sólo mantiene contacto con sus dos perros, sus cabras y la naturaleza.

He aquí estas cinco personas con su paradigma.

Ahora sabemos por qué no están al corriente de nada: del Coronavirus, del Estado de Alarma, de la crisis Económica, de la Pandemia, del Confinamiento, del Colapso Sanitario, de los cientos de miles de muertos, infectados y enfermos por todas partes. Nada, no tienen ni idea de nada. Pero, ¿y si de pronto lo supieran?

La mujer no sabe nada al estar en estado vegetal. El abuelo lo olvida todo, cada día es como aprenderlo todo por primera vez, como si estuviera dentro de un bucle. Para el recluso de la cárcel el contacto con el exterior se reduce a una pequeña puerta por donde le pasan la comida dos veces al día. El ermitaño en la cueva está completamente solo, bajo un total distanciamiento social elegido por él. El pastor, en los altos picos y valles, no lleva radio ni móvil alguno que le sirva de puente con la sociedad, él también lo quiere así.

La humanidad entera podría irse al carajo y desaparecer que ellos ni se darían cuenta de nada.

Pero llega un momento, que de golpe, los cinco se dan de bruces con la realidad ¿Qué harán?

Después de dos meses de la llegada del Coronavirus, la mujer sale del coma. Abre los ojos en esa habitación donde se ha pasado los últimos nueve meses postrada en la cama unida a un montón de cables y tubos que la unían a la vida. Observa su situación, recuerda flashes del accidente, no le cuesta mucho atar cabos: sabe que ha estado en coma. Pero no hay nadie a su lado. No comprende que nadie sea testigo del hecho, casi milagroso, que representa salir de un coma profundo. Tan solo, al poco de despertar, un médico y una enfermera le hacen una primera revisión de las constantes vitales y de su estado mental, entonces, al apreciar que la mujer está en plena posesión de sus facultades psíquicas, entre los dos le tratan de explicar todo lo que sucede. Ella no entiende nada, entre una cosa y la otra está totalmente confundida. Hasta llega a creer que aún está en coma y que todo forma parte de una pesadilla. – ¿Y mi familia?- pregunta ella, – No podían estar aquí, no está permitido- le contesta de forma tajante el doctor. La mujer, cuando se vuelve a quedar sola, piensa que hubiera deseado no haber despertado bajo esas circunstancias. Sufre por ella, pero sufre más por su familia. No sabe qué ha sido de ellos.

Al abuelo, cada mañana su mujer le ha de contar todo lo que sucede en el mundo. Cada día el mismo mantra de la epidemia, el confinamiento y el peligro que ellos dos corren por ser personas de riesgo. Él, como si fuera la primera vez que se entera de la magnitud de los hechos, no comprende nada, no se hace a la idea y termina por no creérselo. Él quiere ir a comprar el pan y el periódico, hacer el café en el bar y dar una vuelta, como lo hacía cada día antes de que su enfermedad le hiciera olvidarlo todo. Su señora le dice que no, que no puede salir de casa, él se niega y se pone violento, la mujer debe cerrar la puerta con llaves y esconderlas, luego el hombre se pone a llorar como un niño. Cada día es el mismo infierno. Es muy duro, sobre todo para ella, que ha de vivirlo en sus carnes sin poder razonar con él. Sin poderle culpar tampoco por sus actos.

Al prisionero de la celda de aislamiento le cumple el castigo y es trasladado al módulo de régimen normal. Y es a través de los compañeros de celda, las llamadas con la familia y mirando la tele, que se entera de toda la movida. Entonces alucina con todo, para acto seguido reflexionar y saliéndole una sonrisa vengativa y sarcástica. Ha entendido con ironía que ahora todo el mundo está preso. Como él. La gente en su casa y él en la cárcel. De ese modo se siente complacido, satisfecho, de que la humanidad le acompañe en su condena. De que todos sepan por una temporada qué es lo que se siente al estar preso. Solo desea que el confinamiento de fuera dure exactamente el mismo que el suyo.

El asceta que estaba escondido en la cueva decide que ya ha llegado el momento de poner fin a su purificación mística. Recoge sus cuatro cosas e inicia su vuelta a la civilización. Una vez allí, nada más poner un pie en su barrio, le para la policía. Le pregunta de dónde viene y hacia dónde va. Él no entiende nada ¿Qué pasa?, pregunta inocentemente a los agentes. Ellos le toman por un loco o por alguien que les está vacilando y le ponen una multa de 600 euros. Él vuelve a casa desconcertado pensando que quizá tanta meditación le ha trasportado a una realidad paralela.

El aventurado pastor de alta montaña, regresa a su granja. Es hora de poner al rebaño a recaudo, descansar y ver a la familia después de tantos días de arduo periplo. Llega al pueblo donde vive, encierra a las cabras y entra en su casa. Allí su familia le cuenta todo lo que ha pasado. Le informan que sólo se puede salir de casa para hacer las compras necesarias, que hay que llevar puesta una mascarilla en la cara y unos guantes en las manos. Que no hay fútbol, que no habrá verbena en el pueblo, que no hay partida de cartas en el bar, que no hay charlas en la plaza del pueblo. Él, impávido, que viene de estar en la libertad más absoluta bajo el cielo azul, entre montañas y verdes laderas, se resigna a tan esperpéntico panorama, se vuelve al establo y hace salir otra vez a su rebaño decidido a tirarse al monte de nuevo. La nueva naturaleza en la que la humanidad está sumida le da pavor, así que decide volver con la Madre Naturaleza.

Todos, a su manera, están desconcertados. Como todos nosotros. La diferencia, es que nosotros hemos estado aquí desde que comenzó todo. Ellos no. Aunque, al fin y al cabo, la humanidad tan sólo es una mota de polvo en un rayo de sol flotando en el infinito.

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