Revivido

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Revivido

Por: Escribidor de Sueños

Aterido de frio, se percató de que no podía mover un solo músculo, que igualmente no podía articular palabra, ni tan siquiera pestañear. Tardó unos minutos en procesar dónde se encontraba.

Los llantos de sus familiares eran perceptibles a sus oídos y quedó aterrado al percatarse de que yacía en un ataúd, que por suerte estaba abierto. Se hallaba en la cámara refrigerada de un tanatorio, que tenía un enorme cristal que lo separaba de la sala donde se encontraban sus familiares, sus amigos y todos aquellos conocidos que se acercaban a dar el pésame a su mujer y sus hijas.

Rodeaban el ataúd multitud de coronas que habían hecho llegar los familiares, amigos, y compañeros de trabajo. Era una persona muy apreciada y dada su juventud, tenía cuarenta años, la noticia de su muerte había causado un gran impacto en su ciudad y llenado de tristeza a todos aquellos que le conocían o le trataban en su vida cotidiana. Ni que decir tiene que sus familiares estaban destrozados.

Se esforzaba en mover sus extremidades, abrir sus ojos o gritar pero le resultaba imposible. Sólo él sabía que no estaba muerto, porque el frío calaba sus huesos, pero le era imposible dar alguna señal que pudiera ser visible.

Debieron pasar varias horas, hasta que fue consciente de que taparon su féretro.

Sintió el traqueteo de su cuerpo con la caja, cuando el coche fúnebre le transportaba hasta la Iglesia donde se le haría la misa corpore insepulto.

Durante la ceremonia que le pareció larga y la homilía tediosa, fue sintiendo menos frío, el calor sofocante que hacía esa tarde de verano, y la pequeña iglesia llena, contribuía a ello.

Sentía hasta el ruido de los abanicos con los cuales las mujeres se aventaban.

Quería alejar el miedo que poco a poco iba apoderándose de él. Contaba con una única oportunidad. Por suerte iba a ser incinerado, esperaba que su mujer o sus hijas pidieran verle por última vez, cuando quitaran la tapa del ataúd para introducirle en el horno crematorio, como era costumbre hacer en esos casos en su localidad.

Se esforzaba porque su celebro ordenara a sus brazos y a sus piernas que se movieran pero no obtenía ningún resultado.

Sintió de nuevo el traqueteo se percató que estaba en el coche fúnebre que le transportaba ya hasta el Campo Santo. El tiempo corría cada vez más en su contra, y poco a poco fue consciente de que ya era irreversible su destino. Sus ojos se inundaron de lágrimas y aunque estaban cerrados y no podía abrirlos, las lágrimas corrían por sus mejillas.

El joven encargado del horno crematorio, quitó la tapa y ni tan siquiera miró al hombre que yacía en el féretro, salió de la sala donde estaba y avisó a la familia, por si querían despedirse antes de que le introdujera.

Su mujer estaba destrozada y apenas podía mantenerse en pie, solo sus hijas, Carolina y Beatriz optaron por pasar a verle por última vez. Carolina quedó impresionada al ver el inmenso horno que pronto devoraría y reduciría a cenizas con sus novecientos cincuenta grados de temperatura el cuerpo de su progenitor.

Beatriz, se acercó al féretro e incluso acarició las manos de sus padre que estaban cruzadas sobre su pecho, le pareció que estaban calientes, pero el calor de la sala era insoportable ya que el horno llevaba una hora encendido, preparándose para la temperatura óptima que debía tener para recibir el cuerpo del finado. Miró a la cara de su padre y solo entonces se percató de las lágrimas que brotaban de sus ojos, y exclamó:

¡Está llorando!

¡Está vivo!

¡Mi padre está vivo!

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