Día Feliz

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Día Feliz

Por: J.M.C.D.

– Fue cuando aprendiste a silbar – me dice mi madre mientras me pasa el café del desayuno recién hecho, que huele a lo que debe oler el cielo, tanto, que no puedo evitar cerrar los ojos y sonreír mientras lo huelo. Lo pruebo y, tal como lo espero, está en el punto exacto que me gusta, como solo mamá sabe hacerlo. Del otro lado, ella espera paciente con una sonrisa el resultado del ritual matutino de cada día desde hace dos semanas y, al ver mi cara de felicidad, viene y me da un beso en la cabeza con un abrazo fuerte e infinito.

Cierro los ojos, siento su respiración tan cerca de mí; mientras huelo su cabello casi me vuelvo un niño otra vez, transportándome a mi antigua casa:

– Llorabas de ira porque no podías silbar, llevabas intentándolo casi un mes y cuando finalmente lo lograste fuiste tan feliz que silbaste por tres días seguidos de día y de noche por todos los sitios donde íbamos – casi puedo ver mis zapatos negros del uniforme con las medias blancas; el olor de mis dedos embarrados de mi chocolate favorito; los cuadernos a un lado con los deberes del día; la canción de los caballeros del zodiaco en la televisión; el sabor de las lágrimas secas de frustración en mis labios y de pronto aquel sonido, ¡lo había conseguido!, puedo saborear el triunfo casi al punto de que cierro mis labios y estoy a punto de ponerme a silbar de nuevo.

Pues te equivocas, el momento más feliz de Joselito fue cuando lo dejamos mudar al cuarto de la parte de abajo de la anterior casa, ¿recuerdas? Él siempre quiso ser independiente y nos lo había pedido durante un mes. Yo junté de lo poco que ganaba en ese tiempo, le compré un equipo de sonido y lo ayudamos a mudar un fin de semana. Él no podía de la felicidad – interviene mi padre al otro lado de la mesa mientras arregla un aire acondicionado descompuesto, culminando casi con su lista de reparaciones del año.

Él ya ha desayunado muy temprano pero viene para acompañarnos a todos y reír un poco. En unos 10 segundos preguntará dónde están sus gafas, le responderemos que las tiene puestas y todos estallaremos de risa.

Aunque esta vez mi amada máquina del tiempo ya no me abraza, este viaje es un poco más fácil, casi estoy allí… Es el último año del instituto y juego nuevamente con el cable del teléfono fijo, entretanto hablo con mis amigos y escucho la radio mientras se muere Súper Mario en el Nintendo. Siento cómo mi pecho se llena nuevamente de esas furiosas ganas de independencia, de libertad, de escuchar música rock y cantar hasta que casi se rompan los vidrios, de toda la libido pasando por la cabeza y por los pantalones, de la rebeldía de quererme hacer tatuajes y piercings como los chicos malos de la tv y de tener todas las posibilidades en el mundo aunque con la billetera vacía.

– ¡Pues se equivocan todos!, porque el momento más feliz de sus vidas fue cuando llegué yo – exclama mi hermana menor bajando por las escaleras como un torbellino de risas y ruido, con su cabello largo que tanto se parece al de mi madre en fotos y una pijama de dibujitos. Nos da un beso a todos y, antes de sentarse a desayunar, nos enseña los miles de memes nuevos del día en su teléfono, luego se los pasará a mi padre para que se los mande a sus amigos y se dispondrá a contarnos la lista de sus dramas adolescentes diarios que tanta gracia nos hacen.

Y allí sentado en la mesa, abro los ojos y me golpea de repente que es dos mil veinte. No hay desayuno, solo una botella de ron, es de noche y estoy solo, y no me dejan ir a verlos en la unidad de cuidados intensivos por la pandemia.

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