Jessie

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Jessie

Por: A.G.E.G. (14 años)

En una gran ciudad vivía una chica llamada Jessie, ella era alegre y, aunque no quisiese,
siempre sonreía, todos los días de camino a casa pasaba por un parque y se sentaba en un
banco sintiendo el sol y la brisa en la cara, mientras escuchaba los pájaros cantar y los gritos
alegres de los niños al jugar, ella siempre prestaba atención a su entorno.

Pero un día, mientras caminaba, vio un grupo de chicos que estaban hablando y riendo, de
repente empezó a preguntarse de qué estaban hablando, «¿Estarán hablando de mí?» La
pregunta vino de la mano de muchas más dudas, «¿Se están riendo de mí?», «¿De qué están hablando?«
Su corazón empezó a latir cada vez más rápido, notó cómo algo le presionaba el pecho, como
si algo estuviera creciendo dentro de ella.

Siguió caminando y se sentó en el mismo banco de siempre, «¿Debería sentarme así?»,
«¿Qué pensaría la gente si me viese?»

Las preguntas siguieron invadiéndola, así que decidió volver a casa. Daba pasos lentos,
pensando, dándole vueltas al asunto. Llegó a su destino sin haberse dado cuenta, el tiempo
pasó más rápido de lo que pensaba.

Esa noche no durmió como hubiese deseado, algo en el pecho la molestaba. Se despertó
cansada, se fue al baño, se echó agua a la cara y al mirarse al espejo, vio una algo negro en su
pecho. Rascó la camisa pensando que era posible que fuera una mancha, pero no se iba,
empezó a ponerse nerviosa, su pulso empezó a subir poco a poco, se quitó el pijama y seguía
ahí. Sus dedos se movían rápidamente arañando la piel, no se iba, respiraba tan
aceleradamente que estaba casi hiperventilando.

El miedo la atacó, miedo a lo desconocido, miedo a lo que los demás pensarían al verlo.
El alboroto llamó la atención de su madre, quien detuvo a Jessie antes de que se hiciera una
herida. Jessie se miró en el espejo otra vez, pero esta vez no estaba, en vez de eso, se
encontraba una gran mancha roja, ¿se habrá vuelto loca?

La idea de haberse vuelto loca la persiguió todo el día, las inseguridades la invadieron de
nuevo, sintió una presión mayor en el pecho, lo que hizo que se sintiera más nerviosa.
Corrió hacia el baño de chicas y se miró al espejo, ahí estaba, la mancha estaba ahí, pero era
diferente a la de esta mañana, era más grande, era imposible que la gente no lo notara. Jessie
se puso más nerviosa aún pensando en lo que podrían decir los demás.

El timbre sonó y distrajo a Jessie, cuando volvió a mirar donde estaba la mancha, ya se había
ido, ¿se lo había imaginado? No, estaba segura que lo había visto, ¿verdad?

Terminaron las clases y Jessie salió hacia su casa, se paró delante del banco donde se solía
sentar, lo miró dudosa de sentarse en él o no, al final se decidió y siguió caminando, llegó a
casa y se fue a su habitación. Se tumbó en la cama, con la intención de dormir, pero sólo
consiguió dar vueltas y vueltas, hasta que al fin se durmió.

Despertó la mañana siguiente muy cansada, pero no notaba la presión en el pecho, sino un
enorme vació por todo el tronco, era una sensación desagradable, sentía que faltaba algo,
sentía que estaba incompleta, insatisfecha, vacía.

Se levantó y fue al baño, se miró al espejo y no vio la mancha negra, en cambio vio un
agujero negro, mucho más grande que lo que era la mancha, no había nada dentro, sólo estaba
oscuro. Jessie sintió un escalofrío que recorrió toda su espalda, el miedo empezó a apoderarse
de ella y con eso su agujero siguió creciendo, más y más, a mucha más velocidad que la
mancha. Se obligó a calmarse y entonces paró de crecer.

Pasaron los días y Jessie consiguió controlar su miedo, o eso pensaba ella, el miedo no se
calla porque uno lo pida, el agujero siguió creciendo, sin que nadie lo notara, creciendo en los
sitios más oscuros, en sitios donde nadie hubiese imaginado, creciendo dentro, como un
eclipse que tiñe todo de negro.

Jessie aguantaba las ganas de llorar, las ganas de sentirse satisfecha, las ganas de no estar
vacía, fingía muy bien una sonrisa, podría haber sido actora si se lo hubiese planteado. Pero
un día Jessie dejó de sentirse vacía, se sentía bien, llena, como si el agujero hubiese
desaparecido, por primera vez sonrió de verdad.

El tiempo siguió su curso y Jessie cada vez se sentía más llena, como si estuviese a punto de
rebosar, pero ¿rebosar de qué? Las horas se convirtieron en días y los días se convirtieron en
semanas, ella cada vez se sentía más y más completa.

Un día se levantó y no tenía ganas de comer, ni de beber, no podía meterse nada más dentro,
estaba completamente llena, se sentía hinchada, como un globo a punto de estallar, se levantó
como pudo, se sentía pesada, lenta, como si estuviera arrastrando una carga.

De repente una ola de dolor la atizó, le dolía por todo el cuerpo, cada poro de su piel estaba
chillando, y agonizando, sintió un líquido en su brazo izquierdo, lo miró y era una especie de
agua negra, que salía de este. Dolía, era como aceite hirviendo, quemaba por donde pasaba y
no parecía acabarse nunca.

Salía por todo lados, en la espalda, en la cara, las piernas, todo. Quería gritar pero también
estaba en su garganta, en sus pulmones, estómago, intestinos y sobre todo en su corazón,
estaba incluso en su sangre.

Era insoportable, intentaba descubrir qué era eso, lo único que se le venía a la cabeza era el
miedo, las dudas y las inseguridades que había estado guardando todo este tiempo, las había
estado recolectando poco a poco, inconscientemente, pensando que todo estaba bien, tapando
la triste realidad por un cielo azul falso.

Lágrimas salían de los ojos de Jessie, si se podían considerar lágrimas, eran más como una
masa negra que ardía, que le quemaba lo ojos y la cara. «Duele, duele«, sólo podía pensar
en eso, el líquido dolía, pero no era eso a lo que se refería, dolía dentro, en el pecho, dolía que
todo había sido una mentira, que en realidad siempre había estado vacía, que nunca se había
estado llena, que lo único que era verdad, era que se había estado mintiéndose a sí misma una
y otra vez, sustituyendo la realidad por una hermosa fantasía, hasta que se abrió la caja de
Pandora.

El líquido siguió quemándola, lentamente, como una tortura, desde dentro y desde fuera, sin
poder hacer nada, sin poder gritar, sin poder pedir ayuda, sin poder moverse, muriendo en
silencio, con el ruido de la carne al quemarse y derretirse como música de fondo.

Una muerte dolorosa, silenciosa e insignificante.

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