Crónica de un Fallecido

Inicio / Dramáticos / Crónica de un Fallecido

Crónica de un Fallecido

Por: Oscar García Castillo

Hoy hace una semana desde que la muerte apareció en mi vida. Han pasado exactamente 170 horas desde que dejé éste mundo; bueno desde que abandoné mi cuerpo, ya que todavía sigo aquí viendo todo lo que está pasando.

La verdad que pensaba que todo esto iba a ser diferente, que después de morir y seguir la luz blanca, las puertas del cielo iban a estar abiertas esperando mi alma con una fiesta de bienvenida. Pero no, sigo aquí, dando tumbos de un lado a otro pero de una forma distinta a la que estaba acostumbrado, ya que puedo ver a todas las personas que todavía siguen con vida, pero ellas no pueden verme a mí.

Ahora mismo no podría decir qué palabra exacta puede calificar en lo que me convertido; pero, pensando un poco, puede ser que el término más adecuado sea ‘‘fantasma’’, aunque así también me llamaban mis amigos cuando estaba vivo.

Perdonadme, no me he presentado, mi nombre es Raúl y tengo 23 años. Podría definirme como un chico extrovertido y muy «ablentao», como se diría en mi tierra. Mis ganas de vivir, siempre han sido infinitas, disfrutaba de cada momento que me brindaba la vida como si éste fuera el último, hasta que…, de verdad lo fue…

Ese sábado cuando me levanté de la cama el día pintaba bien, no había nadie en casa: ni padres que me mandaran a hacer cosas, ni hermanos con lo que pelearme, algo realmente histórico, ya que era casi imposible que eso ocurriera a menudo. Me dirigí hacía la terraza para observar cómo estaba el tiempo; el sol estaba totalmente descubierto y mis ojos casi no podían aguantarlo. La primavera estaba siendo muy generosa este año y nos estaba regalando unos días realmente brutales. Daban ganas de salir de casa y no entrar en bastante tiempo. Después de un rato disfrutando de ese solecito tan rico, bajé a la cocina a prepararme el desayuno. Éste para mí es una de las comidas más importantes del día, ya que llena mi cuerpo de toda la energía necesaria para poder confrontar bien mi vida diaria.

No todos los días uno tenía un momento de soledad como ése y tenía que aprovecharlo al 100%, por eso mientras desayunaba me puse a ver mi serie de terror favorita, aprovechando eso sí de cada minuto, ya que con mi hermano pequeño aquí en casa el ver algo que me gustara era prácticamente imposible. Cualquier persona que me viera en ese momento, notaría perfectamente que yo estaba en la gloria y que no tenía intención ninguna de moverme de allí, pero tenía que hacerlo. Mi entrenamiento personal era algo muy importante, no creeréis que este cuerpo serrano se consigue así sin más, se necesita esfuerzo y dedicación. Además que no podía decepcionar a todas esas chicas que al verme, se derretían por mis huesos; creo que ya os estaréis imaginando por qué mis amigos me llamaban como me llamaban.

Correr para mí no era un esfuerzo, al contrario, era el momento en el que disfrutaba recorriendo gran parte de mi ciudad. Con cada kilómetro que avanzaba, descubría cosas nuevas, como calles, plazas e incluso personas; Jaén es una gran ciudad que todavía tiene mucho por descubrir. Es una ciudad la cual sus paisajes son realmente vistosos, que hacían recordar que la vida vale la pena y que sitios como esos son los que te hacen valorar más lo que tenemos hoy en día a nuestro alrededor.

Sí, me habéis pillado, me gusta mi ciudad, me gusta correr y me gustan los baños relajantes como el que disfrutan la mayoría de personas de alto standing. Sé que estaréis pensando que no me conformo con cualquier cosa, pero, ¿no creéis que vivir como un auténtico rey sería tener una vida perfecta?…, no sé, pensadlo.

Bueno, ¿por dónde iba?, ¡ah sí!, ya me acuerdo. Como veis iba todo perfecto, yo diría que demasiado bien. Al acabar con el baño, llamé a Silvia, mi novia, para quedar con ella. Es una chica de puta madre, no había conocido a nadie tan real como ella y además tiene una sonrisa que enamoraría a cualquiera.

Ese día tenía ganas de hacerle un regalo, a ella le gusta mucho las rosas, y yo como su genio de la lámpara, tenía que cumplirle ese deseo, se lo merecía.

Cada vez que nos juntábamos, nos gustaba dar paseos e ir de la mano como dos personas que se quieren y que alardean de que se tienen el uno al otro. Teníamos conversaciones de lo más entretenidas: desde cómo se hacían las películas hasta contar las historias más graciosas que nos pasaban de pequeños. Pero ese día, también se sacó un tema muy importante para los dos…:

Raúl: La verdad que con todo lo que hacías, no sé cómo tus padres te aguantaban.

Silvia: Sí, era un poco repelente, lo sabía todo y contestaba a todo; insoportable vaya.

Raúl: Bueno, tampoco has cambiado mucho, ¡jajaja!

Silvia: ¡Serás capullo! (Risa de complicidad entre Silvia y Raúl)

Silvia: Oye Raúl, llevo unos días pensando en algo y no aguanto más, necesito decírtelo.

Raúl: ¿No estarás embarazada?

Silvia: No, tonto, no es eso. Es que, llevamos saliendo 4 años y había pensado, si tú también quieres, en irnos a vivir juntos. Sé que somos un poco jóvenes, pero me muero por estar contigo.

Raúl: No sé qué decirte, la verdad que es una decisión muy importante y un paso muy grande en nuestra relación. Pero, ¿cómo no voy a querer irme a vivir con la mujer más maravillosa de esta ciudad?, ¡claro que si quiero!

Silvia: ¿Si?, ¿de verdad quieres?

Raúl: Si, de verdad, no puedo desearlo más.

Silvia: Te quiero tanto… (Raúl y Silvia se aúnan en un quimérico beso).

El buen día iba aumentando a pasos agigantados, había pasado de esa soledad iluminadora en casa, a la decisión de irme a vivir con la chica más sexy y buena de todo planeta tierra. Un millón era un número demasiado bajo para definir mi felicidad en esos momentos.

Al acabar de comer, nos fuimos al parque más cercano que teníamos y estuvimos allí toda la tarde corriendo uno detrás del otro como dos niños pequeños, eso sí disfrutándolo muchísimo. Al anochecer, nos fuimos y acompañé a Silvia hasta la puerta de su casa, como hacía siempre. Su seguridad era lo más importante para mí y ahora hay mucho loco suelto como para dejarla sola. Antes de que Silvia entrara en su casa, nos despedimos:

Silvia: Gracias por éste día cariño, me lo he pasado como nunca.

Raúl: Ni yo mi niña, ha sido un día espectacular.

Silvia: ¿Sabes una cosa?, nunca pensé que iba a llegar tan lejos contigo.

Raúl: ¿Por qué?

Silvia: No sé, somos muy diferentes, tu eres más un cabra loca y yo soy más introvertida, creía que no íbamos a llegar a congeniar.

Raúl: Sí, eres prácticamente una monja de clausura.

Silvia: ¡Jajaja!, eres de lo que no hay, ¿eh?, siempre sabes cómo sacarme una sonrisa.

Raúl: Y yo siempre sabré como sacártela…, que mal ha sonado eso, ¡jajaja!.

Silvia: Anda, anda, buenas noches, te quiero a rabiar.

Raúl: Buenas noches, yo te quiero más.

Silvia: Avísame cuando llegues.

Raúl: Si llego, jajaja.

Silvia: ¡No digas eso ni en broma!

Raúl: Anda no te preocupes, cuando llegue a mi casa yo te llamo.

Silvia: Vale adiós, mañana nos vemos.

Raúl: Hasta mañana.

Y esa fue, la última vez que nos vimos. La verdad que para ser nuestro último día juntos y sin saberlo, fue el mejor de todos los que hemos pasado a lo largo de toda nuestra relación y eso seguro que ambos jamás lo olvidaremos.

Al dejar a Silvia en casa, como hacía buena temperatura decidí ir andando hacía la mía, ya que tan solo las separaba unos dos kilómetros de distancia. Las calles estaban completamente solas, era tarde y no me había encontrado por el camino con nadie. Solo me reencontré con ese monumento sensacional como es la Catedral de Jaén.

Me quedé admirándola sentado frente a ella durante un buen rato, pensando en cómo una cosa tan bella todavía no había sido premiada como mínimo, con el título de Patrimonio de la Humanidad, intentaba explicármelo pero no concebía ninguna respuesta lógica.

Tras un buen rato, seguí mi camino hacia la calle principal de la ciudad, que ya se encontraba cerca de mi casa. Pero, desgraciadamente, a tan solo unos metros de llegar, al cruzar por un paso de peatones…, me atropellaron…, un loco de la carretera había conseguido ir apagando mis ojos poco a poco, hasta que todo se quedó oscuro…, hasta que mi vida, ya había acabado.

Dejar un comentario

Your email address will not be published.

Información básica sobre protección de datos Ver más

  • Responsable El titular del sitio.
  • Finalidad Moderar los comentarios. Responder las consultas.
  • Legitimación Su consentimiento.
  • Destinatarios .
  • Derechos Acceder, rectificar y suprimir los datos.
  • Información Adicional Puede consultar la información detallada en la Política de Privacidad.

Esta web utiliza cookies, puede ver aquí la Política de Cookies