Mi Gran Aventura

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Mi Gran Aventura

Por: Marife Grau

Y llegó un día que me cansé. De los gritos, los portazos, la música a todo volumen, la casa llena de desconocidos continuamente y los manotazos que me daban cada vez que se me ocurría hacer algo divertido. Así que, en un descuido al dejar la puerta abierta mientras entraban las bolsas de la compra, vi mi oportunidad y salí corriendo de la casa sin mirar atrás. Aún hoy me sorprendo de aquella intrépida decisión mía, por dos motivos. Primero por atreverme a huir, sin pensar ni por un momento en lo que me deparaba el mundo exterior, fuera del único hogar que había conocido. Segundo cuando me doy cuenta que nadie salió en mi busca. Es posible que no les importara mi huida, aunque prefiero pensar que no se percataron de mi marcha.

Fuera el ruido era insoportable. Junto a mí pasaban humanos constantemente, alguno se me acercaba como si me conociera. La mayoría pasaban ignorándome, parecían todos bastante ocupados. Uno se me acercó con un niño, me quedé quieta esperando a ver qué pretendían y el niño me alargó la mano. Yo me acerqué mimosa y le di unos buenos lametazos para hacerle ver que quería jugar con él. Quise acercar mis patitas a las suyas, pero se asustó y al retirarlas con prisa, se llevó un buen arañazo. Fue sin querer y me sentí fatal, pero peor me sentí cuando el humano, indignado, intentó darme una patada. Por suerte la esquivé, aunque su desprecio me dolió como si hubiera acertado. Salí corriendo calle abajo, o calle arriba, no sabría decirlo con certeza. Me cobijé bajo una enorme caja metálica con ruedas y comprobé que se estaba calentito, por lo que decidí pasar el resto de la tarde allí. El olor de la calle era horrible, especialmente el que provenía de una rendija metálica que había en el suelo, cerca de donde yo me encontraba. Había suciedad por todas partes; polvo, hojas secas y objetos tirados por el suelo, principalmente alrededor de unos recipientes de colores donde los humanos arrojaban bolsas continuamente. Según iba anocheciendo dejé de ver humanos y empecé a distinguir en la penumbra a otros gatos que salían de sus escondites. Los había de todos los tamaños, edades y colores y desprendían un olor fuerte que no puedo decir que me fuera agradable ni tampoco familiar. No había vuelto a ver ninguno desde mi más tierna infancia. ¿Qué debió ser de todos aquellos que compartían cama y pienso conmigo los primeros días de mi breve existencia? Estaba casi decidida a salir de mi escondite y presentarme cuando de pronto un nuevo y pequeño ser de ojos rojos y largos bigotes, desconocido para mí, apareció por uno de los agujeros de la rejilla. Y no recuerdo si fue por la sorpresa o bien al ver a todos aquellos gatos dirigirse hacia mí con tanta fiereza, pero no se me ocurrió otra cosa que salir huyendo en dirección contraria.

Seguí corriendo en línea recta sin mirar atrás, hasta que oí un chirrido ensordecedor y desagradable que hizo que parara en seco. Una luz muy potente me cegaba y un humano se dirigió hacia mí, pero no le di tiempo a que se acercara, seguí huyendo con la misma desesperación o incluso más que antes. Agotada de tanto correr, empecé a aminorar el paso. Me di cuenta de que me encontraba sola en la calle y había anochecido totalmente. Estaba sedienta, la carrera me había dejado la boca seca. Fui caminando calles y más calles hasta que frente a un portal vi un pequeño recipiente lleno de agua. Bebí sin pensarlo y al primer trago noté que el agua estaba algo turbia y no demasiado fresca, igualmente tenía tanta sed que no me importó. No muy lejos de allí descubrí varias piezas de ropa desperdigadas por el suelo. Empezaba a hacer frío y estaba muy cansada, me pareció buena idea acurrucarme sobre ellas y pasar allí la noche. Amanecí enroscada y muerta de frío, aunque lo que me despertó fue el rugido de mis tripas. Tenía hambre, mucha hambre. No recordaba haber sentido esa sensación nunca, y puedo asegurar que es muy desagradable. Con todo el alboroto no había comido nada en todo el día. Durante todo el camino no había visto por ningún lado bolitas como las que me daban en casa. Sobre mí empezaban a caer pequeñas gotas muy molestas y enseguida pensé que debía buscar algún otro lugar para cobijarme. Deambulé por los patios desiertos, y de pronto vi que en uno de los edificios se entreabría una puerta. Salió un enorme animal, peludo, ruidoso y baboso, que tiraba ansioso de una cuerda. En el otro extremo apareció una joven que parecía medio dormida. Aproveché su descuido y antes de que se cerrara la puerta me colé dentro.

Me encontré con una escalinata que no parecía tener fin. De arriba provenía un olor delicioso. Y como el hambre venció al miedo, empecé a subir, en busca de aquel manjar exquisito. Por debajo de cada puerta salían distintos olores, pero ninguno era el que buscaba, hasta que por fin llegué a mi destino. En el rellano había dos puertas, y enseguida descubrí de la que salía tan embriagador aroma. Me quedé sentada frente a ella, quizá tuviera suerte, saliera alguien que se apiadara de mí y me diera de comer aquel manjar.

Ese rato se me hizo interminable, el aroma que desprendía aquella puerta me estaba volviendo loca, y ya estaba a punto de abandonar y volver sobre mis pasos, cuando se abrió la otra puerta. Quizá fue por el ansia, los nervios o el hambre voraz que tenía que nada más verla abrirse, entré rápidamente sin pensarlo. Más me hubiera valido darle una vuelta a semejante idea ya que el dueño de la casa, quizá por la sorpresa o bien por el susto, tampoco se lo pensó dos veces y vino tras de mí, persiguiéndome con un palo peludo por toda la casa. Yo iba de izquierda a derecha, me metía debajo de una mesa, ahora debajo de una silla, ahora me colaba en una habitación y luego en otra, y él detrás mío, incansable, intentando zurrarme con ese maldito palo. ¡Cuánto los odio! Ya los conocía y desgraciadamente no tenía buenos recuerdos. En medio del caos y los gritos de aquel salvaje, en plena persecución vi que la puerta aún estaba abierta. Me disponía a huir escaleras abajo cuando la puerta del delicioso aroma se abrió ante mí. Sin dudarlo me colé dentro. Detrás de mí dejé hablando a los dos vecinos, comentando mi torpe decisión.

Fui hasta el fondo de la casa y me escondí debajo de una cama. El corazón me iba a mil, me quedé quieta. En cualquier momento aparecería alguien para sacarme de allí. Por suerte me equivoqué. Se asomó una chica cuya voz sonaba dulce y pausada, aunque no me fiaba un pelo, así que opté por quedarme inmóvil, estaba segura que no me alcanzaría donde estaba. Me moría de ganas de salir y encontrar la comida que me había atraído hasta allí, pero no me arriesgué y seguí esperando. Aunque estaba muerta de sueño, los nervios me hacían estar alerta y despierta. La espera mereció la pena porque la chica dulce regresó y esta vez me trajo un cuenco con comida. No era la exquisita comida con la que soñaba todo el día, pero me conformé. Las bolitas eran pequeñitas pero muy sabrosas. Y nunca había probado nada tan rico como la lata de jugoso y tierno pescado que me sirvieron al anochecer. Era una casa muy tranquila, escuché solo dos voces durante todo el día y aunque por la noche oí que llegaron otros humanos, parecía un ambiente calmado y familiar, muy distinto al que se respiraba en mi antiguo hogar. Nuevamente tomé otra decisión arriesgada, decidí abandonar mi escondite para explorar más a fondo aquella casa. Salí de la habitación lentamente y en ese momento noté que allí vivía otro gato, si mi olfato no me fallaba. Con cautela, no fuera que me lo encontrara en cualquier momento, me asomé por el marco de la puerta y divisé al grupo de personas que se encontraban alrededor de la mesa cenando. Salí a saludarlos y parecieron contentos al verme. Esa fue la primera de las muchas noches que dormí allí. Me cuidan como una reina, y aunque aún no me entiendo del todo con la otra gata de la casa, mi vida con ellos es genial. Por lo que no me arrepiento para nada de tomar aquella loca decisión ese día ya que, gracias a que no tuve miedo pude vivir mi gran aventura, y mi vida cambió totalmente, y por suerte fue para mejor, mucho mejor.

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