El Agua de la Duda

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El Agua de la Duda

Por: Senda de Palabras

Hannah escribía y escribía. Fuera llovía y llovía. Estaban arreglando su traje de protección, y no podría salir mientras, así que, Hannah no paraba de escribir, mientras no parara de llover.

Tenía mucho que hacer, demasiado que hacer, y aquella lluvia —aquella parada—, le permitía, paradójicamente, seguir adelante.

Un relámpago lo iluminó todo, y el suave sonido de la lluvia dejó paso al rugido del trueno unos segundos más tarde. La habitación, casi cubierta al completo por cristaleras, era un lugar maravilloso para disfrutar de la tormenta, pero Hannah no se dio cuenta de ella hasta que llegó el quinto trueno, tan ensimismada estaba en su escritura.

Levantó la cabeza apesadumbrada, cansada y con aburrimiento. Seleccionó algo en la mesa y una vocecita comenzó a relatar el tiempo en los próximos días. Seguiría lloviendo hasta el día siguiente por la tarde.

Hannah suspiró y se apoyó el rostro en la mano, con completo aburrimiento y resignación. Ella tenía cosas más importantes que hacer que estar allí encerrada viendo la lluvia. Dos artículos, y un informe para el periódico digital en el que trabajaba, y además, una enorme tarea que le habían pedido para la universidad.

Hannah se masajeó la frente, hizo crujir sus hombros y suspiró. ¿En qué momento decidió que era buena idea volver a ponerse a estudiar y sacarse otra carrera? A veces se lo preguntaba. Más bien, se lo preguntaba cada día. Amaba las cosas nuevas, descubrir algo diferente todos los días… ¡Aprender, en definitiva!, pero aquello se le estaba haciendo muy cuesta arriba sin tener ninguna necesidad. Su curiosidad un día iba a ser mayor que ella misma.

—La curiosidad mató al gato —dijo mientras se estiraba como tal—. A mí, la curiosidad me va a matar de estrés.

Volvió a suspirar y tronó el cielo con ella. No hay tiempo que perder mirando la lluvia, Hanna, pensó para sí misma.

Tenía la idea de uno, pero necesitaba algo grande para el otro artículo que debía escribir. Algo que asombrara a los lectores. Nada de buenas noticias ni grandes descubrimientos, era lo único que se leía en los periódicos. No, Hannah necesitaba algo diferente, algo nuevo, algo que sólo ella pudiera escribir, pero temía que todo aquello fuera en balde. Ya nada podría asombrarlos, pensaba, el asombro se había convertido en su día a día.

Miró nerviosa la hora. No. Ya era tarde, definitivamente, los del traje ya no iban a venir hoy. Chasqueó la lengua, molesta. definitivamente, ya no podría salir.

Aun sentada en la silla, se tumbó encima de la mesa, con los brazos entrecruzados, apoyando la cabeza en ellos.
Y la lluvia seguía cayendo, pero ella ya no escribía, sólo la miraba.

¿Por qué no podía salir? Se preguntaba.

—No puedes salir porque llueve. Y la lluvia te mataría— Se respondía a sí misma.

—Pero, ¿por qué la lluvia mata? —Volvía a preguntarse, comenzando así un diálogo entre ella y su mente.

—¡Qué pregunta tan estúpida! Es como si preguntaras por qué el fuego quema. El fuego quema, porque es así. La lluvia mata, porque es así. No hay más. Siempre ha sido de esa manera.

—Pero, he leído mucho, mucho más que la gente que conozco, y en todas las leyendas, en todos los libros, en todas las películas… El fuego siempre quema, pero sólo en los últimos siglos la lluvia mata, antes la lluvia era incluso buena…

—Y también antes, durante siglos, había dragones en los volcanes, ogros en las cuevas y ballenas en el mar. Y todo, se sabe ahora, era mentira, invenciones de sus asustadizas mentes primitivas.

—Pero… ¿Y si no fuera así?

—¿Dudas?

—Si.

—¿Y qué piensas hacer, Hannah?

—Escribir…

Hannah comenzó a escribir entonces al ritmo del agua y de las gotas resbalándose por las cristaleras. Toda la noche estuvo lloviendo, y toda la noche estuvo escribiendo.

A los pocos días, el periódico publicó el artículo.

A la semana siguiente, Hannah fue ejecutada por dudar de la lluvia.

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