La Declaración

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La Declaración

Por: Edith Piñas Navarro

Era una mañana de primavera, el cielo aparecía nublado, pero con esperanzas de que el sol saliera finalmente de entre aquellas nubes blancas de algodón. El representante del conocido activista Andrés Cima, había programado una rueda de prensa en el jardín de la clínica de rehabilitación donde se encontraba su cliente. Andrés era un hombre muy conocido por su lucha a favor del cambio climático desde hacía muchos años. El hombre entraba ya en la edad madura, era alto, con entradas en su espesa cabellera y tenia un aspecto cordial. Hasta hacía unos años atrás no se le conocía nada que enturbiara su vida. Era profesor de la universidad y siempre estaba dispuesto a ayudar con su presencia si era necesario. En su tiempo libre daba mítines, hacía colectas, en fin todo para concienciar a las personas de que si no se arrima el hombro este planeta se perderá antes de lo que nos creemos.

Su vida le gustaba, estaba contento y siempre tenía una sonrisa para quien se cruzara con él, hasta que conoció a su pareja, unos cuantos años más joven que él. A dicha joven la había conocido en uno de sus actos a favor de la energía renovable. Había viajado a la ciudad costera de Barcelona, allí había gran expectación por escuchar al profesor que poco a poco se había hecho famoso. Ania, la muchacha que había colaborado en los preparativos, estaba muy nerviosa cuando se la presentaron unos minutos de comenzar el discurso. Ella se situó detrás del escenario y su vista no se apartó de él ni un instante. Ania tenia veintitrés años; tenia el cabello negro a juego con unos ojos almendrado y muy exóticos, los labios rojos como el carmín y su nariz era pequeña, en definitiva una chica atractiva y ella lo sabía y cuando se proponía seducir a cualquier hombre lo conseguía sin apenas hacer nada.

Andrés Cima cayó en sus redes después del acto, cuando los miembros del comité y los ayudantes se fueron al restaurante en el que ella había hecho la reserva. No se sabe cómo pero, se sentó muy próxima a él, y de tanto en tanto le dirigía alguna pregunta para que se volviera su vista hacia ella y tener una pequeña conversación. Más tarde, cuando los allí reunidos se fueron marchando, Ania aprovechó para darle una copa de cava y estar junto a él. Hubo momentos en que Andrés tuvo que alejarse para despedir a algún invitado pero le costaba dejar de mirarla, al final terminaba a su lado.

El restaurante debía cerrar y el resto de personas tuvieron que irse, ella se ofreció a llevarle en su coche al hotel donde se alojaba y él accedió de muy buena gana. En todo el trayecto no dejaron de hablar, incluso de ellos mismos, se había establecido una relación que algunos dirían que era ya antigua. Andrés le convidó a una copa en el bar del hotel y sin saber cómo en un abrir y cerrar de ojos estaban en su habitación en la cama besándose con pasión mientras se quitaban la ropa el uno al otro. Los dos jadeaban y sudaban en las sábanas revueltas mientras tenían aquella relación apasionada de la primera vez. Descansaron un momento y poco tiempo pasó hasta que se encontraron otra vez abrazados y besándose hasta que la noche los cubrió con su manto. Andrés pidió al servicio de habitaciones algo para picar y unas bebidas, y mientras salieron al balcón a contemplar cómo de bonita se veía la luna sobre el mar. Lucía todo su esplendor, era luna llena y parecía que si alargabas la mano podrías tocarla. Esa noche Ania la pasó en la habitación con él, y a ésta se le sumaron muchas porque se volvieron inseparables a pesar de la gran diferencia de edad.

Los más allegados le avisaban que tuviera cuidado, pero él hacía oídos sordos, se sentía joven y vigoroso y con más ganas de comerse el mundo. Y así fue al principio, y para estar a la altura de ella comenzó a tomar estimulantes, después ella como un simple juego empezó a proporcionar cocaína y poco a poco los dos comenzaron a caer en un pozo sin fondo. Él dejó de ir a trabajar alegando una gripe, una lumbalgia, etc, hasta que lo convocaron para una reunión y aclarar qué era lo que le estaba pasando. Aquel día cuando lo vio el decano de la universidad se quedó de piedra, no se creía que fuera el mismo que conociera. Estuvieron hablando largo tiempo y le dio una nueva oportunidad por el tiempo que le conocía y el respeto que sentía por él. Andrés se lo agradeció y salió convencido de que podría dejar de consumir drogas, él no era un dependiente podría dejarlo cuando quisiera. Él era un tipo listo, inteligente y con fuerzas para lograrlo.

Llegó a su piso y Ania estaba allí sentada mirando por la ventana, ya no era aquella joven de mirada brillante, aunque todavía desprendía un poco de aquella aureola que lo enamoró. Habló con ella y expuso la situación, y ella lo escuchaba pero la mente la tenía en otros sito. Le decía que lo amaba y que tenía miedo de que la dejara por otra que fuera más joven, era celosa y siempre que podía le miraba el teléfono o preguntaba con quién hablaba en los momentos que estaba lúcida. Decidieron intentarlo, fue difícil porque unos días después era el aniversario de Ania y ella quería hacer una fiesta para celebrar sus veinticinco cumpleaños. Él la complació y prepararon una fiesta donde la mayoría de los invitados, por no decir los únicos, eran conocidos de la chica. En la fiesta corría el alcohol como agua de río y la coca, y la heroína también. Se decían entre ellos que aquel día seria el último y que comenzarían con el tratamiento al día siguiente.

Pero no fue así, cada vez estaban más enganchados y él perdió su empleo, ella ya apenas salía del piso, solo esperaba que él volviera a casa con la dosis que necesitaba. Él se despertó una mañana vio que su amada ya no respiraba, se quedó mirándola y telefoneó a su íntimo amigo que tantas veces se lo había advertido, se sentía morir y después de que vinieran los servicios sanitarios arreglaron los papeles para que entrara en un centro de rehabilitación, había tocado suelo.

Fueron unos meses muy difíciles para él, pensaba en su Ania y se decía que él tenía toda la culpa, que él habría de haber sido más responsable y no querer ser lo que no era. Había sido un estúpido inconsciente.

Se había dispuesto una mesa con micrófono y delante una sillas para los diferentes periodistas de los medios de comunicación. Sería un acto breve pero dejaría que hicieran algunas preguntas a los periodistas. No podía dejar sin aclarar de qué manera se había producido la muerte de su compañera y su estado de dejadez. Estaba más delgado, parecía que los años se le caían encima y ya no tenía aquel brillo en los ojos pero se sentía fuerte para afrontar aquel desdichado hecho que había ensuciado su vida. Andrés salió de la habitación acompañado del médico y de su representante. Caminaba despacio, estaba nervioso pero él mismo había convocado aquella reunión. En el momento en que apareció, las cámaras de fotos empezaron su trabajo. Los tres hombres tomaron asiento y comenzó a hablar el médico. Explicó cómo había sido el tratamiento y cómo lo habían llevado a termino. Después fue el turno del representante que fue corto y conciso. Por último fue Andrés el que estuvo relatando su historia y aquél no era el final sino el principio de otra. Los reporteros anotaban y preguntaban, él respondía a todas con seriedad y dejando muy claro que haría todo lo que estuviera en su mano para ayudar a todas las personas que se encontraban en una situación como la suya. Había aprendido una lección. Se despidió y entró en la residencia. Los medios de comunicación no tardaron en hacer eco de lo sucedido y trabajaron rápido para ver quién era el primero en sacar la noticia. Fue una joven periodista recién salida de la universidad quien con su titular atrajo la mirada del director del periódico y que éste tuviera las mejores ventas. Este fue el sorprendente titular.
«Solo unas cuantas palabras bastaron» y la foto del hombre reconociendo su enorme error.

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