Nos Falta Tiempo

Inicio / Románticos / Nos Falta Tiempo

Nos Falta Tiempo

Por: Serpiente del Desierto

Paula iba sentada en aquel tren. Un recorrido que ya se sabía demasiado bien. Todas las semanas acababa haciendo el mismo viaje una o dos veces, cada vez que podía escaparse un poco. Metro, tren y autobús: una hora y quince minutos de ida, una hora y quince minutos del tiempo de Paula, que ella usaba en viajar sólo para ver a alguien.

Paula gastaba su tiempo libre de esa forma y, a quien visitaba, se lo intercambiaba por un brillo de ojos, una sonrisa infinita y cientos de besos en sólo unas horas. Al final, la que salía ganando era Paula, eso le hacía feliz. No lo hacía por obligación, era ella la que más deseaba tener tiempo, tiempo para disfrutar de su anciana abuela.

Pero el tiempo no es infinito, en esta vida nada lo era, y Paula sabía que el reloj dejaría de dar la hora tarde o temprano. Quería que cada minuto pasase más lento, casi deteniéndose, evitando que se acercase aquel momento que tan lejos quería tener. Pero, el tiempo que pasaba intentando alargarlo, era tiempo que perdía disfrutando del cariño de su abuela.

Llegaba al hospital, y cada día temblaba mientras pulsaba el botón del ascensor, hasta que no la veía no sabría qué día tendría hoy: si tocaban dolores, enfados, olvidos, lágrimas o tendría un buen día y se dedicarían a recordar lo bien que ejerció de abuela durante tantos años y con todos y cada uno de sus nietos. Paula abría aquella puerta despacio, casi con miedo. Y ahí estaba, con su sopa de letras en la mano, buscando palabras entre un cúmulo de letras, y sola, siempre se la encontraba sola: 4
hijos, 9 nietos y 7 bisnietos, y aquella mujer pasaba más tiempo con su cuaderno y un bolígrafo que con compañía humana que no fuesen enfermeras. Ella dejaba a un lado todo lo que estaba haciendo cuando veía a su pequeña Paula entrando por aquella triste puerta. Sus ojos cogían brillo y sus labios se curvaban en cuestión de segundos. Con esa reacción, ¿cómo Paula no iba a estar deseando ir a ver a su abuela? Si esa reacción, esa demostración de amor, sólo se lo había enseñado su abuela.

Cuando se acercaba, le comía a besos y no le soltaba, eran besos infinitos que ninguna de las dos querían que tuviesen fin.

«Abuela, no me llores. Sé que tus lágrimas no son de tristeza. Por eso, no me regales lágrimas, regálame sonrisas»

Cada día que iba, le repetía esa frase. Aquel día, su abuela no lloró, aquel día su abuela sonrió, y entonces, fue Paula quien miró a su abuela con aquel brillo en los ojos, adorándola y admirándola y, en ese mismo instante, se dio cuenta de que era la persona que más cariño le había transmitido, que hasta cuando se enfadaba con ella conseguía que se sintiese mal y culpable, y que, ni con una vida infinita, podría agradecerle haber estado en su vida como lo estuvo.

Aquel día fue el último día que Paula hizo ese viaje, no le dio tiempo a volver. Así era doña Elisa, si se tenía que ir a algún lado no lo haría con los ojos mojados, lo haría con la cara brillante, limpia y sonriente.

Todo pasó muy rápido: velatorio, entierro… Paula no quería estar ahí. Le sobraba todo el mundo.

Cuando su abuela necesitaba no estar sola, su abuela estaba sola, pero ahí, cuando su abuela ya no necesitaba nada de nadie, aparecía todo el mundo, con lágrimas falsas en los ojos y cara de tristeza.

Pero Paula no dijo ni hizo nada, ignoró a toda persona que se acercaba a ella ese día, sólo se quedó sentada esperando a que pasasen las horas y se acabase todo ya.

Cuando todo volvió a la normalidad, la de Paula no llegó al completo. No pudo volver a coger ese tren, sus ojos se oscurecieron y su rostro ya no decía nada.

A Paula no le costó aceptarlo, pero sí continuar sin ella, a sabiendas de que ya se había agotado hasta el último segundo de tiempo que tenía en esta vida, y que ya, jamás volvería a aparecer. Sabía que le faltaría cada día, cada vez que le ocurriese algo importante y no estuviese para aconsejarla, lo sabía.

Hasta que no comprendió que lo importante ella sí lo tenía, no volvió a sonreír. Al fin y al cabo, algunos consiguieron pisos, dinero, joyas… pero ella consiguió recuerdos, consejos… Cosas que no eran materiales, que económicamente no tenían ningún valor, pero que hacían a Paula que se sintiese la persona más rica del multiverso, hacían a Paula que, aunque no pudiese ver ni hablar más con su abuela, la llevase siempre consigo, en su cabeza.

A día de hoy, cinco años después de aquel día, Paula es feliz, y cada vez que tiene que tomar una decisión importante, piensa en los consejos de su abuela, y escoge el mejor camino que podría tomar. Al fin y al cabo, las personas van y vienen, entran y salen de tus vidas, pero los recuerdos perduran y las palabras importantes como un “te quiero” permanecen con nosotros para siempre.

Dejar un comentario

Your email address will not be published.

Información básica sobre protección de datos Ver más

  • Responsable El titular del sitio.
  • Finalidad Moderar los comentarios. Responder las consultas.
  • Legitimación Su consentimiento.
  • Destinatarios .
  • Derechos Acceder, rectificar y suprimir los datos.
  • Información Adicional Puede consultar la información detallada en la Política de Privacidad.

Esta web utiliza cookies, puede ver aquí la Política de Cookies