Mi Ángel

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Mi Ángel

Por: Itxaso Benitez Corzo

Un golpe seco me devuelve a la realidad de la gran ciudad, donde caminaba a paso ligero inmersa en mi música. Al girarme, una moto y un chico están en el suelo. El instinto me hace acercarme, mientras voy llamando a una ambulancia. El chico no se mueve, y el conductor del coche contra el que ha chocado está muy nervioso. Con el teléfono en la oreja y la persona de emergencias al otro lado, me arrodillo para comprobar su estado. Sin levantar la visera del casco, tomo consciencia, trago saliva, e intento tranquilizarte con la mirada, que por momentos se me empaña. Tienes la cara ensangrentada. Sin dejar de hablar por teléfono, empiezo a atenderte. Voy facilitando los datos que me piden. Al levantar la visera, tus ojos reflejan miedo como nunca antes lo habías vivido. Aparentemente sólo tienes un corte en la ceja izquierda, porque se te han clavado las gafas. Te las quito, asegurándome de que no te quitas el casco. Me quito la camiseta para presionar la herida, que no deja de sangrar. Intentas moverte, pero no puedes. Te pregunto dónde más te duele. Trato de tranquilizarte, y sobre todo, no permito que te muevas. El brazo izquierdo se te ha salido de su sitio, y empiezas a tener delirios por el dolor. Al colgar el teléfono, te digo que voy a colocarte el hombro en su sitio, y dejará de dolerte tanto. El miedo y el dolor se apoderan de ti. Me miras como si vieses tu final aquí mismo. Con una maniobra seca y efectiva, coloco tu brazo en su sitio. Te quedas sin aliento. Palideces. Comienzo a llamarte, rozando la desesperación. No puedo más, rompo a llorar. Vuelves aquí y ahora, y con la mano que te he colocado sobre el pecho para que el hombro no sufriera, me buscas. Te agarro mientras sigo presionando la herida de la ceja a través de la visera. Empiezo a hacerte preguntas para asegurarme de que estás consciente y orientado. Al preguntarte cómo me llamo, un sincero «amor» brota de tus labios, acompañado de una sonrisa. También yo sonrío. La ambulancia llega, y les informo de
todo lo que ha pasado, y de lo que yo he hecho. No me quieres soltar, pero he de retirarme para que los sanitarios puedan trabajar. Estás tranquilo y sereno, y yo soy un manojo de nervios. El enfermero me felicita por mi rápida e impecable actuación, e intenta tranquilizarme diciéndome que te va a llevar al hospital para asegurar que no hay más daños, pero que a priori no hay de qué preocuparse. No sé si estoy preocupada, aliviada porque estés bien, o más enamorada que nunca al haberme llamado «amor» precisamente en el momento en que nos encontramos. Antes de subirte a la ambulancia, pides que me dejen acercarme a ti. Lo hago con miedo, te acaricio con dulzura, y el médico me dice que, siendo tu pareja, puedo ir en la ambulancia. Nos sonreímos. El tiempo se ha parado. Un beso tierno en los labios. Te digo que estamos juntos en esto mientras te acaricio. Antes de subirme a la ambulancia, la policía me informa de que se hacen cargo de la moto, y me toman algunos datos. Doy también los tuyos, y me dice que has tenido mucha suerte de que un ángel como yo pasara por aquí en este momento. Sonrío, diciéndole que mi ángel eres tú, desde hace 13 años. Durante el trayecto y la estancia en el hospital, estoy permanentemente a tu lado. Cojo tu mano, acaricio tu cara, y te veo dormir con una sonrisa en los labios. Llega tu madre, y no me pongo nerviosa. Me presentas con la elegancia que te caracteriza, y le dices que soy tu ángel, la mujer de tu vida, tu más bonita casualidad. Te sonrío. Mientras le doy dos besos, no deja de darme las gracias por estar ahí, y por hacerte feliz.

Hasta ayer éramos casi dos desconocidos después de haber conocido cada rincón del otro, y ahora, por fin, comenzamos un proyecto común que no tendrá fin. Gracias por ser, siempre, mi ángel de la guarda.

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