Estrellas de Cristal

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Estrellas de Cristal

Por: Juan Pablo Londoño

El padre de Lucía estaba en algún lugar de la casa ordenando y desordenando los artilugios que formaban parte de sus artículos propios y herramientas útiles; su madre y su hermano menor se hallaban en otro punto indiferente de la casa pero Lucía desconocía las labores que los ocupaban. Ella por su parte se hallaba inquieta sentada en el sofá ubicado en la sala de estar en el segundo piso de su hogar.

Se levantó sin vacilación del sofá y se puso de pie, se dirigió a una de las ventanas principales de la sala y la abrió sin ningún problema, también sin problema alguno observó nítido el panorama posterior del crepúsculo, pero algo extraño cautivó su atención de manera profunda. Al mirar al cielo, que se hallaba pintado de ese azul vivaz y casi negro que se pinta con normalidad en las alturas de las ciudades frías, descubrió un cielo tupido de estrellas de colores, unas rojas y otras amarillas, otras además color roca. Todas denotaban su forma matemática normal y tintineaban de luz tal como lo hace un cocuyo en los campos de noche. La hermosa joven quedó aturdida por la extensión de ese cielo inmenso y sus ojos estuvieron clavados en las alturas durante un tiempo indeterminado.

Al bajar su mirada hacia el panorama normal de la ciudad se sentía adormecida, sin embargo, llamó a sus padres y hermano para que se percataran de la belleza inconclusa de esos cielos nocturnos. Quizás los llamó o nunca lo supo, tal vez ni siquiera movió sus labios para intentarlo, solo tuvo certeza de que jamás acudieron a mirar ese cielo al que volvió su mirada instantes después y, en donde halló simultaneas, varias estrellas multicolores gigantescas y encendidas que alumbraban la vida nocturna de las personas bajo los despejados cielos de la ciudad.

Empezó a tener diversos pensamientos cuando descubrió que las estrellas titánicas opacaban a la infinita ramificación de puntos brillantes que alumbraban el cielo; se imaginó un evento extraño debido a alguna lluvia de estrellas sin rumbo, o un eclipse que permitía ver con claridad la hermosura que exhalaba el universo allá en la lejanía, o tal vez un fenómeno particular de esos de los que no entendía absolutamente nada en los documentales de astronomía que su padre solía ver durante tardes enteras. Pero de pronto, como si una voz de parlante de las que se pasean dando anuncios comerciales hablara, escuchó una sola frase:

– Disfruten esto que es de lo último que queda por ver.

La joven quedó fría, como si la pronunciación de cada silaba de estas palabras hubiera tenido un significado aterrador, como si supiera lo que iba a suceder pronto. Dio el último vistazo al cielo y vio de nuevo ese cuadro hermoso que ya nunca podría olvidar: una miríada de estrellas unas rojizas y otras amarillas que fulguraban bellamente como cristales de colores rotos y aparecían casi diminutas frente a las estrellas gigantes que electrificaban cada espacio de aire. Llamó a sus padres con enorme desespero para comunicarles que el mundo iba a acabarse pero en esta ocasión tampoco tuvo certidumbre de que la escucharan, o de que hubiese hablado, como si estuviera presa ahora de su propio asombro. Entonces, el pánico se apoderó de ella, estaba sola, muda, en las realidades oníricas nadie responde, muchas veces ni el mismo cuerpo, ¿estaría muerta para cuando las estrellas formasen un arco iris?

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